No hay la menor duda de que nuestro presidente AMLO es persona hiperactiva. Lo muestran así las llamadas “mañaneras”, a las que se abraza cotidianamente. En ellas tiene respuestas para todo, claro, se entiende que no pocas preguntas se hacen, por parte de quienes asisten, a modo.

Nuestro mandatario cuenta con surtido suficiente en el pensamiento y la dicción. Su juego verbal se luce en calificar y descalificar. ¿A quiénes? A cuantos considera sus adversarios, aunque estén muy lejos de serlo.

Policarpo Cavero Combarros plantea en uno de sus estudios, al respecto, la siguiente pregunta: “¿Cómo se concibe que el gobernante rinda o promueva una actitud honesta  hacia los gobernados, si él mismo, en el ejercicio cotidiano de su función, sigue una trayectoria totalmente  alejada de las elementales normas de ética?”

En ese no entender su función y embriagado por lo fraseológico, el inquilino de Palacio Nacional soltó una lista de, a su ver y entender, quienes están jugando, discreta, silenciosa o activamente para enfrentarse, en el ya cercano evento electoral, a cualquiera de sus “corcholatas”.

Su mejor argumento es que no hay ya “tapados”, por eso él los pone a la vista de todos o sea los exhibe. 

En el fondo es tal conducta una aberración ya que a quienes les pertenece ese espacio decisorio, es a los partidos políticos; dar un esquinazo a las directivas de esos institutos es tanto como invadir de la manera más abrupta, su espacio de acción.

Hasta allá ha llegado el autoritarismo de AMLO y lo asombroso de esta realidad es que los dirigentes de los partidos, que pudiera decirse libres o independientes, callan, como aceptando que desde la verdadera cúpula de Morena, se les lea la cartilla. ¿En dónde su vigor, el talento y la respuesta digna y obligada a tal atrevimiento que, ya desde ahora, enturbia el proceso del 2024?

AMLO, con su estrategia dadivosa, genera adhesiones de quienes parecían sus enemigos o contrincantes. Les suelta migajas del poder, para que se engolosinen y entretengan: puestos, no claves por cierto, embajadas, promesas. Y, la verdad, los va haciendo caer en su juego.

Mañana, cuando alguno de los 42 enlistados y mostrados ahora sea abanderado de la oposición, el inquilino de Palacio va a decir que él fue el destapador adelantado. Y a ese “mérito” le agregará el cobro de dividendos, porque se les adelantó, dándoles una luz en las tinieblas que los obnubilaban.

A estas alturas del sexenio, hay quienes se preguntan hacia dónde se dirige López Obrador. 

Todo es muy claro, no existe oculto absolutamente nada. A la vista está que a quien él deje en la Silla del Águila, le heredará su visión del País de “primero los pobres” y etcétera, con los programas que creó emblemáticos, pero sin perder la esencia de lo que significa y representa  el “lopezobradorismo” o sea forma de control del poder. 

Ahora bien: es verdad que un gran número de electores, ellos y ellas, ha despertado y palpa ya el que manipulada la democracia haya en México un nuevo Maximato, pero la realidad y la verdad es que ese despertar no está articulado, principalmente porque algunos de los partidos, como el PRI, que hoy pudieran ser oposición, se han puesto,varios  de sus líderes, a las órdenes del poderoso en turno. El PAN, con Marko Cortés y su pasarela desdibujada o verborreica y lo que resta del PRD, que son puros recuerdos, nada parece alentar al pueblo. 

Eso, si lo meditamos bien, nos da a entender que Morena, con sus lastres y vergüenzas, avanza.         

 

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