En mis muchos años observando mercados y economías, nunca he visto una situación más impredecible que ésta. Demasiadas variables se mueven a la vez, no sólo en lo financiero, sino también en lo geopolítico y hasta en lo sanitario. 

Simultáneamente, se desacelera la economía china y su errada política de cero COVID vuelve azaroso el paso de cadenas de suministro por ese país, que fue el principal motor de crecimiento global en la década pasada; EU y Europa suben las tasas de interés intentando contener la mayor presión inflacionaria en 40 años; el regreso de Netanyahu en Israel vuelve probable un enfrentamiento con Irán, que desestabilizaría Medio Oriente, y la fracasada invasión rusa a Ucrania vuelve a Putin impredecible y brutal.

Después de 14 años de política monetaria expansiva, tantos años de tasas de interés cercanas a cero provocaron incrementos sin precedente en los precios de todo tipo de activos -inmuebles, acciones, obras de arte- y mantuvieron vivas a muchas empresas que no deberían haber sido viables. Tanta liquidez mató el proceso de destrucción creativa vital para que el ahorro y los recursos financieros se asignen con eficiencia hacia donde más rentabilidad puedan lograr. Eso importa hoy más que nunca por la necesidad de financiar la colosal disrupción tecnológica que viene.

La realidad nos recordará que endeudarse tiene costo, y que mientras mayor sea el riesgo del deudor, más cara la deuda. El endeudamiento global es más de tres veces el PIB mundial, por lo que la diferencia entre una tasa de 0% y una de 5% equivale a alrededor de 15 billones -millones de millones- de dólares al año. Eso es casi el PIB de China. A ese costo, hay que sumarle el de la descarbonización de la economía mundial que se estima en otros 5 billones más. 

Después de una década inundados de liquidez, vendrá la sequía. Esto es lo que llevan rato reflejando las bolsas del mundo que llegaron a ir perdiendo 28 billones de dólares de su valor, desde su punto más alto. La bolsa de Estados Unidos, la más grande del mundo, estuvo 25% debajo de su punto máximo, a principios de octubre. La competencia por recursos será cada vez más feroz y, por ello, haríamos bien en dejar atrás dogmas absurdos para asumir una actitud pragmática que nos permita sortear mejor las tormentas que vienen. 

Nos equivocamos quienes pensábamos que sería posible contener la inflación en EU sin tener que elevar tanto las tasas de interés. Los bajísimos niveles de desempleo (que presionarán sueldos al alza) y el inusitado nivel de ahorro en todo nivel socioeconómico (lo que mantiene a muchos sin prisa de regresar a trabajar), como consecuencia del apoyo fiscal detonado por la pandemia, harán necesarias políticas más severas que paren la economía en seco, generando suficiente desempleo para que el mercado laboral se afloje y la presión salarial ceda. 

Todo lo anterior tendrá un impacto negativo en México, quizá hacia finales del año que viene, potencialmente impactando el tipo de cambio. Las remesas pueden verse afectadas si regresa la oferta de trabajadores estadounidenses, y la demanda en sectores como el de la construcción se sigue debilitando. Podría bajar la demanda por nuestras exportaciones y también reducirse el flujo de turistas a nuestro país. Por último, en una recesión mundial, la demanda por petróleo bajará, y con ésta el precio del que Pemex vende. Eso les complicará tener los recursos para cubrir el servicio de su deuda, cuyo costo seguramente crecerá. Si bien esa baja reduce el precio de la gasolina que importamos, probablemente sería necesario incrementar el IEPS para evitar una crisis fiscal. 

México necesita hoy, más que nunca, inversión privada tanto nacional como extranjera. Esta no llegará en montos suficientes si insistimos en modificar el orden de despacho en CFE y generamos incertidumbre sobre el abasto de energía eléctrica. 

Si es lo electoral lo que más le preocupa al Presidente, nada pondrá más en riesgo la continuidad de su 4T que insistir en un proyecto dogmático y retrógrada en medio de una recesión mundial.

 

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