No ver. Decidir no ver. Resistirse a ver. Hacer hasta lo imposible por no ver. Si algo ha caracterizado nuestro andrajoso 2022 -también ha ocurrido en otros lugares, se trata acaso de una tendencia global, pero me concentro solo en el caso mexicano- ha sido la ceguera a la que nos han confinado arteramente nuestros políticos y a la que nosotros nos hemos rendido de forma pasiva o voluntaria. Si de pronto resulta tan arduo realizar un resumen de este año se debe a que componer un solo cuadro más o menos objetivo -sabemos que la imparcialidad no existe- se ha vuelto del todo impracticable. Nuestra dolorosa realidad, con sus miles de muertos y desaparecidos, se ha partido en dos visiones antagónicas que vuelven imposible cualquier relato unificado. México se ha escindido en dos Méxicos irreconciliables, en donde ninguna de las partes se muestra dispuesta a ver -apenas eso: ver- a la otra.

Cada uno de los sucesos públicos enmarcados en estos doce meses ha dejado siquiera de existir -se ha desvanecido en el aire-, suplantado en cambio por estrategias enemigas: los hechos no interesan, solo echárselos en cara al otro, cómo utilizarlos como arma de ataque, cómo convertirlos en prueba de que nosotros tenemos siempre la razón mientras ellos están siempre equivocados. Da lo mismo el suceso: si para unos se trata de un avance histórico, para los otros es una catástrofe igual de histórica; si para unos se trata de un error imperdonable del pasado, para los otros se trata de una pifia irremediable del presente. Y así nos la pasamos, con nuestras anteojeras ideológicas, obsesionados con denostar al contrario y justificar cada uno de nuestros actos sin atender ningún contraargumento, ningún diálogo.

La crítica, la verdadera crítica, se ha vuelto más escasa que nunca, desbarrancada en la pelea frontal y sin matices. Hay que recordar, sin embargo, que esto no siempre fue así: tras la compleja expulsión del partido (casi) único que durante décadas nos postró en un terreno de verdades únicas y oficiales, pasamos a un modelo electoral que, con sus incontables defectos, parecía dividir el espectro político en tres grandes opciones, a las que se sumaban apuestas marginales (o negocios disfrazados). De ese régimen tripartito, que diferenciaba mal que bien a la izquierda de la derecha y dejaba al PRI en una suerte de centro pragmático -nacido, a fin de cuentas, solo para administrar recursos y poder-, pasamos a una quiebra completa del sistema de partidos que nos ha condenado a un espectro maniqueo, farragosamente dualista, en el que solo queda ser pro o anti-AMLO.

El propio Presidente ha sido el principal artífice de esta ceguera voluntaria que llamamos polarización: ha sido él, antes que nadie, quien se ha enfrascado en el quien no está conmigo está contra mí y en obligar tanto a sus subordinados como a sus seguidores a repetir las verdades que él desgrana cada mañana como revelaciones divinas. Poco importa que los hechos lo desmientan -tenemos otros datos-, siempre será posible echarles la culpa de un dislate a los otros: los conservadores y los neoliberales, epítetos apropiados para descalificar a cualquiera, aun si quien emprende políticas conservadoras o neoliberales es él mismo. En su bando, se prohíbe dudar y, más aún, criticar: quien se atreve a hacerlo -muy pocos- es flagelado como traidor.

Dócilmente, el otro bando -donde antes había disputas y peleas añejas- ha caído en la trampa y, tan obsesionado con el Presidente como él mismo, repite los modos que tanto deplora en él: el menor matiz, el menor juicio ponderado a cualquier política del régimen es tachado de complicidad -a la hoguera con los facilitadores- con la feroz destrucción del país emprendida por AMLO. Malos tiempos para la crítica: si va contra AMLO, se asume comprada por la derecha; si va contra la oposición, se califica de oportunista. En cualquier caso, se descalifica o minimiza o pervierte. Lo peor es que ni siquiera los detractores de AMLO se dan cuenta de que, en el fondo, esta ceguera voluntaria y maniquea solo sirve para acentuar su lado más autoritario. Esta ha sido la triste lógica del 2022.

@jvolpi

 

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