Por: Kurt Streeter para The New York Times
Los horrores de la noche del lunes generaron muchas plegarias para un hombre que pudo haber muerto ante nuestros ojos.
El joven Damar Hamlin, un profundo de los Bills de Búfalo, colapsó en el terreno debido a un paro cardiaco tras un impacto rutinario. Trabajadores médicos trataron de revivirlo durante diez minutos. Sus compañeros de equipo rompieron en llanto. Una ambulancia lo trasladó al hospital.
Mi plegaria, además de ver a Hamlin salir de ese hospital en Cincinnati y que pueda llevar una vida fructífera y productiva, es que nunca veamos ni un solo pase inicial en un juego de la NFL de la misma manera otra vez.
Con demasiada frecuencia, muchos de nosotros, incluido yo mismo, vemos la NFL con una visión estrecha. Nos concentramos en qué podemos sacar de estos juegos, el disfrute divertido, mientras minimizamos los riesgos de aquellas personas como Hamlin que se han preparado para soportar el dolor y enfrentar el peligro inherente del futbol americano.
No queda claro si la urgencia médica de Hamlin estuvo relacionada con el tacle recibido unos segundos antes. Sin embargo, el espectro de la destrucción en el campo, aceptémoslo, es parte de lo que hace al futbol americano un atractivo tan estadounidense. Es por eso que los programas de resúmenes están repletos de los golpes más brutales e impactantes.
Nos hemos acostumbrado al sufrimiento, nos absolvemos a nosotros mismos con alguna versión de narrativa interna: Uf, ese chico que acaba de ser molido y ha estado acostado en el campo durante diez minutos acaba de levantar los pulgares. ¡Va a estar bien! Una lástima para él, pero es el turno del hombre que sigue…
¿Se necesita que un jugador casi muera en televisión nacional para que ampliemos nuestro punto de vista y examinemos la razón y el modo en que vemos?
Nathan Kalman-Lamb, un profesor de Sociología en la Universidad de Nuevo Brunswick que ha escrito de manera abundante sobre lesiones, sufrimiento y deporte, opinó: “Lo que los fanáticos reciben a cambio del sufrimiento en los deportes es significado”. Utilicé esa cita en una columna hace casi dos años y hoy, de nuevo, es válida.
Kalman-Lamb continuó: “El significado que los fanáticos obtienen se basa en la idea de que cuando vemos estos juegos, algo realmente profundo, poderoso e importante está pasando y que lo que está en juego, sea de vida o muerte, es parte de ello”.
Sí, amamos las grandes jugadas, las remontadas, las historias. En medio de todo este caos, el arte del deporte jugado a su mayor nivel no puede ser negado. Es fácil sentirse atraído por la mezcla potente de creatividad sinfónica y agresión. No es fácil dar un paso adelante y pararse para admitir con toda honestidad que cada partido que vemos se encuentra muy cerca del peligro.
Durante cada jugada de cada juego de la que se ha convertido en una temporada que parece interminable (17 partidos ahora, una expansión hecha por la NFL solo por puro lucro), los atletas en el campo están a un paso del horror físico. Ese horror puede tener un costo gradual y que se paga incluso mucho después de que su carrera ha terminado, como lo hemos visto una y otra vez en exjugadores afectados por el daño cerebral.
O podría pasar lo que sucedió la noche del 2 de enero, con un jugador en una camilla, sacado del campo mientras miramos, millones de nosotros, sin la certeza de si Damar Hamlin, de 24 años, viviría.
Por supuesto, el futbol americano está en la cúspide del deporte estadounidense. Es nuestro gran elíxir, el festival semanal de otoño-invierno que une a más de nosotros que cualquier otro deporte. En una nación dividida, el juego sigue siendo una fuerza unificadora, un imán que atrae a personas de todas las razas, las orientaciones y las clases.
Con certeza, hay algo bueno en eso. Y, aun así, ya no podemos amar al juego mientras fingimos ignorancia sobre sus costos. Los jugadores no son avatares u objetos, que es como con demasiada frecuencia son vistos. Son hombres jóvenes que ponen su vida en riesgo para nuestro entretenimiento.
Reflexionemos.
Si el colapso de Hamlin no te arranca la venda de los ojos, vuelve a pensarlo y considera otros eventos terribles que hemos atestiguado esta temporada implacable y espantosa. La noche del 2 de enero, algunas jugadas antes de que Hamlin colapsara, el esquinero de los Bills, Taron Johnson quedó tendido en el campo, rodeado de entrenadores que tomaron varios minutos para evaluarlo en caso de lesión en la cabeza.
El fin de semana pasado, el mariscal de los Colts de Indianápolis Nick Foles convulsionó en el campo tras ser capturado.
Recuerdan cuando la cabeza de Tua Tagovailoa se estrelló contra el campo en un juego en septiembre contra los Bengalíes, sus manos y dedos estaban estirados, abiertos, congelados. Ese reflejo fue la respuesta de esgrima, como los médicos la llaman, una señal de lesión cerebral. A Tagovailoa los transportaron al hospital, de la misma manera que a Hamlin.
Durante el partido contra los Empacadores de Green Bay del 25 de diciembre, Tagovailoa sufrió una segunda conmoción cerebral.
Después del juego contra los empacadores y luego de que los Delfines perdieran el quinto juego consecutivo el domingo, la charla entre los expertos en el futbol americano se centró en sí Miami podía ganar su último juego de la temporada y llegar a las eliminatorias. Les preocupaba más si a Tagovailoa le permitirían jugar, que su propio estado de salud.
Podemos suponer con certeza que después de sufrir múltiples conmociones cerebrales graves en cuatro meses, no es nada seguro que Tagovailoa esté bien.
No obstante, el circo continúa. Debe hacerlo. Hay miles de millones de dólares en juego y a la mayoría de los fanáticos no les importa lo suficiente el bienestar de sus grandiosos entretenedores del campo de juego. Durante el curso de las próximas décadas, muchos héroes de la NFL de la actualidad lucharán contra mentes disminuidas dañadas por el deporte que jugaron. Pero para entonces, habrá una nueva cosecha de gladiadores para distraer de la calamidad siempre en desarrollo.
Como fanáticos, podría ayudar si nos examinamos a nosotros mismos, buscamos en nuestro interior y exploramos por qué vemos futbol americano, por qué nada, ninguna cantidad de sufrimiento, nos motiva a alejarnos del juego.
¿Qué puede hacer la liga? ¿Qué debería hacer? Con el tamaño, la fuerza y la velocidad de los jugadores creciendo en las que parecen cantidades exponenciales cada década, la NFL tal vez ha tenido suerte de haberse salvado de incluso espectáculos más aterradores.
Así que, lo veremos, cautivados y a veces horrorizados: los juegos restantes de esta semana, las eliminatorias, el Supertazón. Miraremos, pero, ojalá, nunca veamos al juego de la misma manera otra vez.