El dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, ha comenzado el 2023 más fuerte que nunca sin haber necesitado recurrir a una nueva ola de asesinatos masivos: la oposición venezolana se ha prácticamente suicidado al poner fin al “gobierno interino” de Juan Guaidó. El 30 de diciembre, la Asamblea Nacional controlada por la oposición se reunió por Zoom – su sede ha sido ocupada por el régimen – y decidió por 72 a 29 votos destituir a Guaidó como líder del parlamento y como “presidente interino” de Venezuela. En su calidad de presidente de la Asamblea Nacional, Guaidó había sido reconocido por Estados Unidos y otras 50 democracias en 2019 como el “presidente interino” de Venezuela, luego de que Maduro se reeligiera en una elección fraudulenta y fuera declarado ilegítimo por decenas de gobiernos. Los tres principales partidos de oposición que votaron ahora para terminar con el puesto de “presidente interino” argumentaron que Guaidó no había logrado los objetivos de derrocar a Maduro y convocar elecciones presidenciales libres. El sorprendente voto de la Asamblea Nacional se debió en parte a las ambiciones personales de varios líderes opositores ante las primarias de la oposición este año para elegir un candidato para las elecciones presidenciales de 2024. Los potenciales rivales de Guaidó sintieron que este habría tenido una ventaja injusta si se postulaba como candidato mientras seguía siendo presidente del “gobierno interino”, según me dijeron fuentes opositoras.

Pero la oposición se ha disparado en el pie, si no en la cabeza. Si bien el “gobierno interino” de Guaidó estaba muy debilitado en el frente interno y externo, era la institución opositora más reconocida internacionalmente del país. Lo que es más, el “gobierno interino” tenía embajadores oficiales en Estados Unidos y en las principales capitales del mundo, quienes tenían estatus diplomático y podían cabildear diariamente con gobiernos y legisladores clave. Gran parte de esa estatura internacional, por muy artificial que fuera, se perderá ahora. Además, el “gobierno interino” tenía una voz importante en el control de la compañía petrolera venezolana CITGO en Estados Unidos, y había ganado fallos judiciales contra el régimen de Maduro por reservas de oro por valor de 1.900 millones de dólares en el Reino Unido. Al desaparecer el gobierno opositor, ahora podría serle más fácil a Maduro ganar litigios sobre activos venezolanos en el extranjero.

Los tres partidos de oposición que votaron a favor de la eliminación del “gobierno interino” argumentan que el presidente entrante de la Asamblea Nacional podrá asumir los mismos roles desempeñados por Guaidó, y que se nombrarán comisiones parlamentarias para hacerse cargo de los activos en disputa de Venezuela en otros países. Los funcionarios estadounidenses dicen que la Administración Biden apoyará a quien la Asamblea Nacional elija como su líder, y que Washington seguirá sin reconocer al régimen de Maduro. Sin embargo, el desmantelamiento del “gobierno interino” fue uno de los mayores errores políticos que he visto cometer por la oposición a una dictadura en tiempos recientes. Los rivales de Guaidó dentro de la oposición podrían haberlo echado y nombrado un sustituto sin desmantelar el “gobierno interino”.

Elliott Abrams, el ex representante especial de Estados Unidos a cargo de asuntos de Venezuela en 2019 y 2020, me dijo que no iría tan lejos como para llamar a todo esto un suicidio político, pero que “eliminar la presidencia interina fue un error que le va a hacer daño a la oposición”. Ahora que el daño ya está hecho, la oposición debería concentrarse en encontrar un candidato de unidad para las elecciones del 2024, y el presidente Biden debería apoyar a ese candidato, agregó Abrams. No hay otra. Mientras tanto, Maduro está de fiesta. A medida que se esfuma de la memoria colectiva su fraude electoral de 2018 y las más de 6.800 ejecuciones extrajudiciales de su régimen documentadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el dictador venezolano está recuperando cierto reconocimiento internacional tras la reciente elección de presidentes de izquierda en Colombia, Brasil y otros países latinoamericanos. Y ahora, puede que haya conseguido su deseo de año nuevo: una oposición interna que ha tirado por la borda la institución que – por más ficticia que fuera – más problemas internacionales le causaba.

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