Cito el primer párrafo de la introducción del libro de Daniel Innerarity intitulado “La sociedad del desconocimiento”, de Galaxia Gutenberg Editorial, publicado en febrero de 2022: 
“Nunca el desconocimiento había sido tan importante y a la vez tan sospechoso; nunca lo habíamos necesitado tanto y desconfiado al mismo tiempo de él; nunca habíamos depositado tantas esperanzas en el conocimiento como solución, mientras se convertía él mismo en un problema”.
Sostiene que nuestros debates públicos son por lo general banales y de confrontación, pero de vez en cuando tocan un asunto de gran relevancia. Este fue el caso de los científicos al principio de la pandemia advirtiendo que los políticos tienen el poder pero no saben, lo que permitiría deducir que los científicos saben, pero -desgraciadamente- no tienen poder. 
A tres años de distancia del inicio de la irrupción del SARS.CoV2, después de ver tanto caos, sufrimiento y muertes por el manejo de la pandemia, es claro que los políticos pueden menos de lo que parece y los científicos saben menos de lo que se cree.
Algo es razonable decir -con todas las incertidumbres de los problemas complejos como la pandemia- que si bien la ciencia raramente proporciona verdades definitivas, unánimes e indiscutibles, quienes toman decisiones políticas por supuesto deben apoyarse en las evidencias que la ciencia proporciona, pero ni pueden esconderse en ellas, ni han de olvidar otros criterios que se ponen en juego en toda decisión, como la oportunidad, los recursos disponibles o la legitimidad popular. No se trata de que una comunique a la otra lo sabido o decidido, sino de construir juntas un momento de autorreflexión de la ciencia -bajo el código de la verdad- y la política -bajo el código del poder-.
Traigo esas reflexiones a colación por la lectura de una revisión de Kamlesh Khunti y colaboradores del Reino Unido, publicada en la revista Diabetología acerca de la Diabetes y COVID-19, colocando a la vista un listado al día de hoy, de lo que sabemos y lo desconocido.
Lo que sabemos: 
No hay evidencia que sugiera tasas más altas de infección en personas con diabetes en comparación con la población general. Ha habido afectaciones sin precedentes debido a los impactos directos e indirectos de la COVID-19 en las personas con diabetes. Las personas con enfermedades crónicas, incluida la diabetes, se han visto afectadas de manera desproporcionada, con un mayor riesgo de hospitalización y mortalidad. El sexo masculino, la edad avanzada, la obesidad, el control glucémico deficiente, la insuficiencia renal, la etnia no blanca, las privaciones socioeconómicas y los accidentes cerebrovasculares e insuficiencias cardiacas previos se asocian con una mayor mortalidad relacionada con la COVID-19 en la diabetes tipo 1 y tipo 2.
No ha habido evidencia que sugiera cambiar la prescripción de cualquier terapia para reducir la glucosa durante la pandemia en personas con diabetes. Parece haber un aumento en la aparición de diabetes durante el transcurso de la pandemia. Ha habido un aumento en las presentaciones de cetoacidosis diabética en personas con diabetes preexistente y en aquellas con diabetes reciente.
Lo que no sabemos y debiéramos científicos y políticos abonar a su conocimiento: 
Si la infección por COVID-19 está directamente asociada con el aumento de la diabetes de inicio reciente o si están contribuyendo otros factores indirectos. El impacto de la COVID larga  en personas con diabetes. Los cambios a largo plazo en la incidencia de diabetes postpandemia. Impacto a largo plazo de COVID-19 en personas con diabetes. Impacto a más largo plazo de los efectos indirectos de las interrupciones en la prestación de servicios. Si la respuesta inmunitaria de la vacunación contra la COVID-19 en personas con diabetes será diferente de las personas sin diabetes. ¿La disminución de vacunas es diferente en personas con diabetes? Y, ¿La telesalud ampliará las disparidades en ciertas poblaciones?
En esta revisión, se resume el impacto de la COVID-19 aguda en personas con diabetes, se discute cómo han cambiado la presentación y la epidemiología durante la pandemia, incluida la presentación de la cetoacidosis diabética y la diabetes de nueva aparición. Se considera el impacto más amplio de la pandemia en los pacientes y la prestación de servicios de atención médica, incluidas algunas de las áreas de incertidumbre. Finalmente, se hacen recomendaciones sobre cómo priorizar a los pacientes a medida que avanzamos en la fase de recuperación y también cómo protegemos a las personas con diabetes para el futuro, ya que es probable que la COVID-19 se vuelva endémica.
En México debemos impulsar que la diabetes y la COVID-19 sean el punto de encuentro de profesionales de la salud, personas que viven con diabetes, investigadores y políticos para, con humildad, hacer proyectos y protocolos a fin de resolver este desconocimiento y minimizar los daños que su asociación causan en la población mexicana.

 

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