Como un instrumento de la sociología, aparecieron hace muchos años los estudios demoscópicos. Primero recabando datos de forma desordenada y dispersa y posteriormente con metodologías muy sofisticadas. De hecho el uso de encuestas transformó a los partidos políticos. Veamos.
Contamos con el dato de que el primer sondeo de opinión se formuló por un periódico norteamericano en 1824 durante la campaña presidencial entre Andrew Jackson y John Quincy Adams, dando como ganador a Jackson, lo cual se corroboró en los comicios. Todo mundo se sorprendió.
Con la urbanización de la población se hizo más fácil medir el “sentir” de la ciudadanía. Así en 1916 la influyente revista semanal Literary Digest, de Nueva York, se abocó a la realización de sondeos, muy importantes para indagar sobre la profundidad de la depresión económica y de las candidaturas presidenciales de esos tiempos. Poco a poco se mejoró la metodología de medición.
Durante los años 30 del pasado siglo, surge la figura de George Gallup, un periodista y estadístico que comenzó a medir audiencias de radio y televisión, así como prospectivas de intención del voto en diversas elecciones. Ya para los años 60 el uso de las encuestas se aplicó a las campañas políticas. La primera en utilizar estos métodos fue la de John F. Kennedy. Pulsando opiniones, optimizó su campaña, dejando de presentarse en aquellos lugares que se preveía votarían contra él, para focalizar sus esfuerzos en los condados donde había votos por capturar. Así ganó la elección.
Con el tiempo, las encuestas se generalizaron hasta que en 1971, Pierre Bourdieu un destacadísimo sociólogo francés, lanzó su histórica declaración afirmando que “la opinión pública no existe”, ya que las apreciaciones de las personas sobre cualquier tópico son individuales, vastísimas y están sujetas a un sinnúmero de condiciones, resultando errático generalizarlas y atribuir los mismos significados a las diversas respuestas que pudieran existir en una pregunta cerrada. Aparte, durante el tiempo, se han amontonado muchas predicciones, basadas en escrutinios demoscópicos, totalmente errados.
En México no era necesario el uso de estos instrumentos estadísticos, ante el poderío de un partido único, que controlaba totalmente las elecciones. Por ello, fue hasta 1988 cuando Miguel Basáñez realizó la primera encuesta independiente sobre la intención de voto en la Ciudad de México, dándole ventaja, en aquellos tiempos al candidato Cuauhtémoc Cárdenas frente a Carlos Salinas de Gortari. La respuesta a la incertidumbre de esa elección fue la caída del sistema, que operó Manuel Bartlett.
En 1994 diversos periódicos, revistas y empresas, hicieron ejercicios demoscópicos para obtener los resultados electorales de esa contienda presidencial. En aquel momento la elección se convirtió en un gran laboratorio de experimentación estadística. Ya para 2000, las encuestas estaban tan avanzadas, que Vicente Fox conoció su victoria a la una y media de la tarde del 2 de julio, de boca de su encuestador, Rafael Jiménez de la empresa ARCOP.
Los estudios de opinión llevaron a los partidos políticos a abandonar sus ideales y programas, al tener una vía para conocer con precisión los deseos de los votantes. Así, todos, se convirtieron en partidos “catch all”. La doctrina se fue de vacaciones, a cambio del pragmatismo electoral: al cliente lo que pida.
Desde los albores del siglo XXI comenzó la moda de utilizar las encuestas para repartir, desde las partidocracias de las organizaciones políticas, sus candidaturas. Estupendo pretexto para fundamentar los dedazos. Esta práctica no ha podido ser técnicamente corroborada para los ejercicios demoscópicos, entre otras cosas por las críticas que inicialmente dirigió Pierre Bourdieu: la voluntad humana es muy frágil. Es pues dificilísimo entregar a un partido un estudio prístino, certero e indubitable que muestre que la voluntad del elector es favorable a tal o cual candidato.
El mejor ejemplo de la poca confiabilidad de las encuestas para definir candidatos es la propia elección. Una encuesta no puede sustituir la voluntad de un ciudadano expresada formalmente ante la autoridad electoral en un voto. Si no fuera así, nos deberíamos de olvidar de hacer comicios, para sustituirlos por un sistema de encuestas que definieran la competencia entre los partidos para designar al presidente del País, a los gobernadores, senadores, diputados y miembros de ayuntamientos.
Utilizar encuestas para definir candidaturas es una vacilada propia de un presidente locuaz, al cual, sorprendentemente, hasta sus adversarios políticos tratan de imitar. Seamos serios y elijamos en elecciones primarias, en todos los partidos a los candidatos por los cuales debamos votar. Tomemos la voluntad de los ciudadanos con seriedad y respeto, porque de otra forma, las encuestas también pueden ser utilizadas para remover gobernantes de forma práctica, rápida y sencilla, ¿o no?
 

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