El Eclesiastés es uno de los libros del Antiguo Testamento, de la Biblia universal. Al igual que los textos antiguos resume la sabiduría popular que después la colectividad judía y cristiana, fueron haciendo suyos para aceptar grupalmente que fueron escritos o inspirados por la divinidad. 

Digo que resume el libro algo que es válido en mi opinión para todos los humanos: “Hay tiempo para todo”. No hay nada eterno, ni un legado incluso, pues en realidad vamos sumando a un colectivo de memorias que han hecho que la humanidad se perpetúe o por lo menos, extienda su permanencia en el tiempo. Incluso, esta columna con más de 25 años, escrita como obligación para redactar lo que esta colectividad leonesa entiende en las calles como vida.

Parafraseando al Eclesiastés,  “…para todo hay un tiempo oportuno. Hay tiempo para todo lo que se hace bajo el sol. Tiempo de nacer. Tiempo de morir. Tiempo de plantar. Tiempo de cosechar. Tiempo de matar. Tiempo de sanar. Tiempo de destruir. Tiempo de reedificar. Tiempo de llorar. Tiempo de reír. Tiempo de tener duelo. Tiempo de danzar. Tiempo de esparcir piedras. Tiempo de recoger piedras. Tiempo de abrazar. Tiempo de no abrazar. Tiempo de encontrar. Tiempo de perder. Tiempo de ahorrar. Tiempo de derrochar. Tiempo de romper. Tiempo de reparar. Tiempo de callar. Tiempo de hablar. Tiempo de amar. Tiempo de odiar. Tiempo de guerra. Tiempo de paz”.

Realmente, ¿qué nos llevamos de este mundo? Nada. ¿Qué estamos obligados a dejar como trocito de historia colectiva? Todo lo bueno. Cantidad de gente acumula bienes materiales, fortunas, cuentas bancarias, comodidades. Pero quienes son realmente recordados en la historia, son quienes le dieron sentido a la vida, cerrando el ciclo de la vida, pero en función de los demás. Realmente, ¿qué se obtiene del mucho acumular? Todo está bien en su momento oportuno. Las personas hemos tenido la enorme necesidad de creer en Dios por esta ansia de entender que alguien o algo nos creó y por ello, hemos plantado la eternidad en el corazón de todo hombre y mujer, aunque somos incapaces todavía de una plena visión de la obra de Dios de principio a fin.

En esta columna escrita compartí cantidad de proyectos colectivos. Desde la construcción de una universidad pública, los malabares para la creación de una secundaria en Las Joyas, el gozo de ser abuelo, muchos proyectos emprendedores para jóvenes que requerían apoyo, el rescate de ojos de un menor, mi enojo con malos gobernantes, la frustración ante la injusticia social, compartir los logros de un joven becado, la maravilla del cerebro humano por la creación de una patente, mi enojo ante lo imposible que es adoptar a un menor y salvarle la vida.  Todo esto que fue la columna dominical que deja la impresión de papel.

León y sus temas locales son una fuente inagotable para medir, analizar, criticar, construir. En esos 25 años, creció y logró una reconversión industrial hacia los servicios y la industria de mayor valor agregado. Acogió a miles de migrantes y logró ser una ciudad con calidad de vida para muchos, aunque mantiene el desafío de estructuras más parejas por concentrar la mayor cantidad de pobres del Bajío. Ni el agua en esos años se consiguió, imaginando que la Presa calmaría la sed, para dejarnos ahora igual o peor que antes.  

Llego así a esta conclusión: Que no hay para el ser humano nada más que ser feliz; que debemos compartir todo lo que somos y tenemos como fruto de nuestro trabajo honrado. Todo lo que tiene la creación permanece para siempre; nada puede añadírsele ni quitársele. 

Lo que ahora existe ya existía y lo que va a existir, existe ya. El gran motor inmóvil que imaginaba Aristóteles, o el Medio Divino de Teilhard de Chardin, estoy seguro que existe; ya energía inagotable gran explosionante del Big Bang, pero está entre nosotros. Y es el que nos da el ritmo y aprueba el ciclo de la vida.

Por eso, agradecido con esa gran energía que nos da la vida y con ustedes que amablemente se dejaron ser víctimas de esta columna de crítica y propuesta para las cosas buenas. Agradecido con la lectura de las letras libres que les lanzaba y ustedes regresaban de muchas maneras. Al igual que lo bueno; se da y siempre regresa. Al igual que el amor, que con amor se paga.  

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