Por: Germán Martínez Cázares*
Hemos perdido. La oposición sufrió una derrota grande al publicarse el famoso “Plan B” que despanzurra al INE. Las derrotas pueden sembrar victorias; y no es juego de palabras. Estoy indignado, como muchos que entregaron su vida en el IFE; y triste, como la senadora Patricia Mercado.
El Presidente que prometió “juntos” hacer historia no entiende (ni entenderá) que, en democracia, además de ganar el mayor número de votos, esa victoria deberá ser “legítima” y “legal”, es decir, aceptada por todos y ajustada a la Constitución, para producir algo que un mediano estudiante de la ciencia política conoce como “legitimidad” del gobernante.
El triunfo electoral de AMLO en 2018 claro que no se debió al INE, pero el árbitro revistió esa victoria de reconocimiento social, con rutinas y eventos que al seguirlos le dieron no sólo el cargo al vencedor, sino la “autoridad” para mandar sobre todos, para ser el líder democrático de todos, ganadores y perdedores.
El PRI de antaño ganaba elecciones sin tener la más mínima autoridad. Daniel Ortega en Nicaragua gana todo, sin tener esa “auctoritas”, como decían los romanos antiguos. Por eso el Presidente de México es un Presidente “Cons-ti-tu-cio-nal”, porque nace no sólo del “fondo” de la voluntad libre del pueblo, sino de la “forma” que nos damos los mexicanos para construir ese gobierno.
Esa forma de voto libremente emitido y profesionalmente contado está en la Constitución, y dañarla lastimará irremediablemente la “autoridad” de los que ganen, sean del partido que sean. La legitimidad viene, pues, de la confianza que los ciudadanos dan al que cuenta los votos, no sólo del partido por el que tachamos la boleta. Dicho sencillamente: AMLO es Presidente porque quiso el pueblo, y también porque el pueblo expresó ese “querer” de una manera constitucional y legal, no con gritos y a mano alzada en el Zócalo de México, ni en encuesta, ni en la típica tómbola de la suerte que tanto le gusta a Morena. Si acaso la mayoría del pueblo se expresa sin los procedimientos democráticos, entonces no es elección, es revolución.
Y el último paso de esa “forma democrática” que nos hemos dado los mexicanos para edificar un gobierno es una sentencia; sí, una resolución judicial. AMLO es Presidente Constitucional, como lo informa en su biografía de la página de internet oficial del gobierno, precisamente porque un fallo de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial dijo: a) obtuvo más votos; b) fue válida la elección; y c) cumplió los requisitos.
Ahora, desde Palacio Nacional se amenaza verbalmente a los jueces, se dejan correr sin condenar imágenes de odio, se exige a Norma Piña lo que no se exigió a quien antes se arrodillaba y acumulaba los pendientes incómodos a la 4T en el cajón de los rezagos judiciales. Se quiere inmovilizar con el escarnio de los adeptos a los jueces. ¿Ya preparan la toma de la Suprema Corte? El lleno de la Plaza de la Constitución acabó dejando flores en las puertas de nuestro Tribunal Constitucional; ahora, el morenismo ¿aventará cabezas de puercos?
Perdimos, pero hay jueces. Y la ignorancia no sabe que la democracia occidental nació (me gusta pensarlo así) en una derrota.
En la derrota de Atenas ante Esparta, 400 años a. C. Entonces el jefe de los caídos, Pericles, al momento de enterrar a sus muertos, pronunció una oración para sepultar a sus soldados que es el acta de nacimiento de la democracia como “forma de vida”, donde “gana la mayoría”, “se tienen los mismos derechos”, “se valora el mérito”, “nos conducimos con libertad”, “no le tomamos al vecino que obre a su gusto” y, lo importante y oportuno: “obediencia a los jueces y a las leyes”. (No lo escribió Yasmín Esquivel, fue Tucídides).
Perdimos con el “Plan B”, pero a esta democracia moribunda le falta obedecer a los jueces.
Al paso del tiempo, Esparta sólo ganó una batalla importante, la guerra del Peloponeso. Pero nadie conoce a su líder “victorioso”. La “derrotada” Atenas ganó la gloria cultural eterna de la democracia. Cierto: a la oposición le falta un Pericles. Ya saldrá de alguien que no quiera eliminar jueces ni sentencias.
* El autor es senador de la República.