Lo peor para los partidos políticos que detentan el poder es lidiar con la incertidumbre, que es la naturaleza de una elección. ¡Es tan bonito detentar el poder! ¡Aferrarse a él, asirlo sin posibilidad de que sea arrebatado!
¿A quién diantres se le ocurrió inventar eso de la democracia y establecer procesos para ratificar o despedir a los miembros de una organización política del ejercicio de su potestad? ¡Malditos atenienses, malditos ingleses y franceses con tan poca estima por sus monarcas absolutos! En la canija democracia se les sujeta al oprobio del voto ciudadano para mantenerse al frente de los gobiernos. Así piensa cualquier político encumbrado.
Ante la determinación constitucional de dotar a los civiles de derechos para remover a gobernantes a su gusto, mediante el sufragio, los partidos políticos han ideado planes para controlar la incertidumbre electoral y reducirla a su mínima expresión.
Desde hace tiempo muchos mexicanos han sido sujetos de los experimentos ideados para no someterse a la voluntad de los gobernados y apropiarse por años del poder. Durante el siglo XX, el PRI tuvo la receta para instaurar la dictadura perfecta: el control de los órganos electorales incrustados en el gobierno, acompañado de la simulación de popularidad mediante la movilización multitudinaria y la manipulación de un sector del electorado, clientelizandolo y ofreciéndole dinero y dádivas.
Quienes fuimos testigos de este método, vimos el desfile de votantes que se trasladaban de casilla en casilla votando doble o triplemente. El retiro de credenciales en zonas no proclives a votar por el oficialismo, el acarreo masivo de votantes, la alteración de actas, la expulsión de representantes de otros partidos, el embarazo de urnas, así como su robo en caso de ser necesario.
Para evitar todas esas tranzas, se creó el IFE y luego el INE. Pero todo este cúmulo de arbitrariedades fue parte del plan para capturar la elección en juego y mantenerse eternamente en el poder.
Desde el gobierno se movilizaba a las personas de las zonas más deprimidas y a los miembros de sindicatos para que acudieran a mítines y marchas que glorificaran las proezas del grupo gobernante. Para ello no dudaban en ofrecer transporte gratuito, refrescos de sabor y tortas de queso de puerco. El evento multitudinario sería amenizado por alguna banda o artista conocido, luego vendrían los aburridos discursos, que habría que aplaudir a la fuerza. Con ello el mensaje estaba enviado: la gente apoya, ferviente y mayoritariamente, al partido del gobierno.
Con anticipación en el campo y las zonas depauperadas de las ciudades, se repartirían escrituras de terrenos, láminas, cemento, varillas, gallinas, tractores, utensilios de labranza. El día de la elección ofrecerían un billetito para votar por el PRI, más una camiseta y una gorra. Todo sería pagado con recursos públicos sustraídos desde los gobiernos en el poder.
Finalmente los periódicos y medios de comunicación, bien aceitados con fuertes planes de propaganda gubernamental, se encargarían de construir una buena narrativa, que sublimaría el amor del pueblo, bueno y sabio, por sus gobernantes. La oposición, conservadores trasnochados, habían sido derrotados una vez más. Así durante 70 años consecutivos.
La transición a la democracia de los inicios del siglo XXI preveía un cambio profundo: partidos políticos responsables, elecciones limpias, fiscalización, rendición de cuentas y combate a la corrupción, entre otras acciones. Casi todo quedó inconcluso, creando una fisura para volver al pasado. Veintitrés años después, una nueva versión del vetusto y corrupto PRI se propone capturar la elección mediante una nueva elección de Estado.
Por lo pronto, han intentado regresar los órganos electorales al control directo del Ejecutivo Federal; ayer acarrearon ciudadanos, repartieron camisetas y cachuchas, tortas y frutsis para llenar el zócalo, en una fingida manifestación de apoyo incondicional al presidente, pagada con dineros públicos.
Los gobiernícolas federales pretenden capturar la elección de 2024, no quieren constreñirse a la voluntad de ciudadanos libres. No desean la democracia, aspiran al autoritarismo. Habrá que vencerlos el próximo año y concluir la transición. Todo por el bien de México.