Por Trita Parsi de The New York Times en exclusiva para AM.
Estados Unidos necesita aceptar que haya más mediadores en el mundo.
Hubo una época en la que todos los caminos hacia la paz pasaban por Washington. Desde los Acuerdos de Camp David de 1978 entre Israel y Egipto, que se realizaron con la intermediación del presidente Jimmy Carter hasta los Acuerdos de Oslo de 1993 firmados en los jardines de la Casa Blanca, así como el Acuerdo de Viernes Santo, también conocido como Acuerdo de Belfast, del senador George Mitchell que puso fin a las disputas en Irlanda del Norte en 1998, Estados Unidos fue una nación indispensable para la paz. Para Paul Nitze, diplomático veterano y conocedor de Washington, “hacer evidentes sus cualidades de intermediario honesto” era central para la influencia de Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría.
Pero con el paso de los años, a medida que la política exterior estadounidense se militarizaba y que el mantenimiento del llamado orden basado en normas significaba cada vez más que Estados Unidos se ponía por encima de todas las normas, Estados Unidos parece haber renunciado a las virtudes de la mediación honesta.
De manera deliberada, elegimos un camino diferente. Estados Unidos se enorgullece cada vez más de no ser un mediador imparcial. Aborrecemos la neutralidad. Nos esforzamos por tomar partido para estar “del lado correcto de la historia”, ya que consideramos el arte de gobernar como una batalla cósmica entre el bien y el mal y no como la gestión pragmática de un conflicto en el que la paz se consigue inevitablemente a expensas de cierta justicia.
Quizá esta actitud haya sido más evidente en el conflicto palestino-israelí, pero ahora define cada vez más la postura general de Estados Unidos. En el año 2000, cuando Madeleine Albright defendió la negativa del gobierno de Clinton de vetar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba el uso excesivo de la fuerza contra los palestinos, citó la necesidad de que Estados Unidos fuera un “mediador honesto”. Pero desde entonces, Estados Unidos ha vetado 12 resoluciones del Consejo de Seguridad que criticaban a Israel: adiós a la neutralidad.
Comenzamos a jugar de otra manera. Hoy, nuestros líderes median para ayudar a “nuestro” bando de un conflicto a avanzar nuestra postura, en lugar de establecer una paz duradera. Lo hacemos para demostrar el valor de aliarse con Estados Unidos. Aunque esta tendencia lleva más de dos décadas, ha alcanzado su plena madurez ahora que la competencia entre grandes potencias con China se ha convertido en el principio que rige la política exterior estadounidense. Esta rivalidad, en palabras de Colin Kahl, subsecretario de defensa para las políticas, “ no es una competencia de países, sino una competencia de coaliciones”. Según la lógica de Kahl, mantenemos cerca a nuestros socios de coalición ofreciéndoles —además de poderío militar— nuestros servicios de “mediador parcial” para inclinar la balanza de la diplomacia a su favor.
Es lo que se hace cuando se ve el mundo a través del prisma de una película de Marvel: la paz no nace de hacer concesiones, sino de la victoria total.
Pero así como Estados Unidos ha cambiado, también lo ha hecho el mundo. En otras partes del mundo, la lógica de las películas de Marvel se ve como lo que es: cuentos de hadas donde el simplismo del bien contra el mal no deja espacio para las concesiones ni la coexistencia. Pocos pueden darse el lujo de fingir que viven en esos mundos de fantasía.
Por eso, aunque Estados Unidos haya perdido interés en mantener la paz, el mundo no lo ha perdido. Como ha demostrado la crisis ucraniana, Estados Unidos ha sido muy eficaz a la hora de movilizar a Occidente, pero no ha sabido inspirar al sur global. Mientras que las naciones occidentales querían que Estados Unidos las uniera para defender a Ucrania, el sur global buscaba liderazgo para llevar la paz a Ucrania, algo de lo que Estados Unidos ha ofrecido poco o nada.
Pero Estados Unidos no solo se ha alejado del establecimiento de la paz. También desprecia cada vez más los esfuerzos de mediación de otras potencias. Aunque, de manera oficial, la Casa Blanca celebró el acuerdo de normalización entre Arabia Saudita e Irán, no pudo ocultar su molestia ante la nueva función de China como mediador en Medio Oriente. Y Washington descartó enseguida la oferta de Pekín de mediar entre Ucrania y Rusia tachándola de distracción, a pesar de que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski la aceptó a condición de que los soldados rusos se retiraran del territorio ucraniano. Como Mark Hannah de la Eurasia Group Foundation señaló hace poco, existe una hipocresía inherente “en pregonar la voluntad de Ucrania cuando prosigue la guerra, pero no cuando persigue la paz”.
A pesar de ello, el presidente de China, Xi Jinping, no parece inmutarse. Viajó a Moscú esta semana y también planea hablar directamente con Zelenski en lo que parecen ser preparativos para un intento de mediación activa para poner fin a la guerra.
Xi logró reunir a Irán y Arabia Saudita justamente porque no estaba del lado de ninguno. Con obstinada disciplina, Pekín mantuvo una posición neutral en las disputas de ambos países y no moralizó su conflicto ni se preocupó por saber de qué lado se pondría la historia. China tampoco sobornó a Irán ni a Arabia Saudita con garantías de seguridad, acuerdos de armas o bases militares, como es nuestra costumbre con demasiada frecuencia.
Está por verse si la fórmula de Xi funcionará para acabar con la guerra de Rusia contra Ucrania. Pero, así como un Medio Oriente más estable en el que sauditas e iraníes no estén enfrentados beneficia a Estados Unidos, también lo hará cualquier esfuerzo por sentar a Rusia y a Ucrania a la mesa de negociaciones.
En un mundo multipolar, la responsabilidad compartida en materia de seguridad puede ser una virtud que reduzca la carga de los estadounidenses sin aumentar las amenazas a sus intereses. No es a la seguridad a lo que renunciaríamos, sino a la ilusión de que controlamos (y tenemos que controlar) acontecimientos en territorio extranjero. Durante demasiado tiempo se nos ha dicho a los estadounidenses que si no ejercemos el dominio, el mundo se sumirá en el caos. En realidad, como ha demostrado la mediación china, es probable que otras potencias asuman la carga de la seguridad y la pacificación.
La mayor amenaza para nuestra propia seguridad y reputación es que nos interpongamos en el camino de un mundo en el que otros tengan interés en la paz, que nos convirtamos en una nación que no solo pone la diplomacia en último lugar, sino que también desprecia a quienes tratan de poner la diplomacia en primer lugar.
En el mundo del mañana, no debería preocuparnos si algunos caminos hacia la paz pasan por Pekín, Nueva Delhi o Brasilia. Siempre y cuando todos los caminos hacia la guerra no pasen por Washington.
c.2023 The New York Times Company