La democracia está en riesgo en países tradicionalmente democráticos como Israel; en México, sin duda, e incluso en EU, la democracia liberal más vieja del mundo. No tengo espacio para discutir por qué, pero sí para alertar sobre la erosión institucional en la que se empeña la 4T, y que nos pone en la senda hacia un régimen claramente autoritario.

El autoritarismo es lo opuesto a la democracia pues pone el poder en manos de una persona, quien acumula tanto como puede. Para ello, debilitará instituciones y particularmente al sistema electoral -poniendo en duda la integridad de las instituciones electorales independientes, de funcionarios, cuestionando el costo de elecciones-, mermará garantías individuales -libertad de expresión, libertad de prensa, apego al debido proceso, derecho a la privacidad- e impondrá su voluntad, denostando a expertos -sin debatir sus argumentos, pero cuestionando sus motivos- y persiguiendo a opositores. La abstención y la desidia son sus aliados, la mentira y la manipulación de los medios, sus armas. El autoritario se cree dueño único de la verdad, iluminado, arquitecto de la historia, llamado a la posteridad sin probar que lo merece.

Con frecuencia cometemos el error de señalar las fallas de la democracia, obviando sus bondades. Sí, es difícil lidiar con Cámaras donde, con frecuencia, se colarán legisladores impresentables. No siempre estaremos de acuerdo con el fallo de las cortes, o con las sanciones o trámites impuestos por órganos autónomos en materia de competencia o de regulación. Pero esos contrapesos cuestionan decisiones, permiten despolitizar resoluciones introduciendo criterios técnicos, validan políticas públicas y evitan el desperdicio de recursos del pueblo. ¿Son infalibles? No. Pero proveen un mecanismo para evitar errores irreversibles.

Vemos con envidia la fluidez de la toma de decisiones en gobiernos autocráticos. China es buen ejemplo. Ahí, a pesar de la evidente meritocracia política en la cúpula de su gobierno, se cometieron errores garrafales al centralizar la planeación (invirtiendo de más en industrias que van de salida) o aferrándose -por ejemplo- a una política de un hijo por pareja, que ha dejado a decenas de millones de hombres solteros y provoca un decrecimiento poblacional irreversible y peligroso. Por otro lado, la concentración de poder sin contrapesos fomenta la corrupción, como también ocurre en ese país. Es más fácil comprar la voluntad de uno, que la de instituciones enteras, máxime si sus contrapesos pueden revertir resoluciones arbitrarias.

Los mercados importan porque dan señales sobre dónde conviene invertir, y los sistemas de precios (no sesgados por subsidios) orientan a consumidores y les dicen a productores qué y cuánto producir. Por ello, en contraste con China (según The Economist), EU posee la quinta parte de las patentes con registro internacional, más que China y Alemania juntos, y las cinco entidades privadas más grandes del mundo en investigación y desarrollo (R&D) están ahí e invirtieron 200 mil millones de dólares en 2022. El mundo se beneficia de su innovación, desde iPhones hasta vacunas; sigue siendo un paraíso para emprendedores y un imán para migrantes. En 1990 producía 40% del PIB del G-7 (las 7 potencias industrializadas), hoy casi 60%.

Cuando un Presidente autoritario aprovecha su popularidad para acumular poder e imponer su agenda o su ideología, nos arriesgamos a que decida sobre temas que no entiende. Hemos desperdiciado un millón de millones de pesos en obras absurdas, se propuso un cambio a la Ley Minera que mataría esa industria y reformas administrativas expropiatorias que nos anclarían perennemente en el subdesarrollo.

El debilitamiento de instituciones y del Estado de derecho es el legado más dañino que nos dejará este Presidente. Sus fieles seguidores, quienes avalan su peligroso acaparamiento de poder, deberían cuestionarse qué pasaría si llega a la Presidencia alguien a quien detesten, cuando ya nos hayamos quedado sin contrapesos, y otro Presidente autoritario pueda ejercer su poder sin límite.

 

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