Leo periódicamente a Juan Villoro, intelectual mexicano que no tiene nada de conservador, sino todo de liberal. Él es uno de tantos que ha recibido los insultos y descalificaciones de AMLO. Un deleite leerlo en sus editoriales en AM o en sus libros como “La noche navegable”, y su primera novela “El disparo de Argón”. Sociólogo de la UAM y contemporáneo de la búsqueda universitaria en la construcción de una plataforma de izquierda, forma parte de un clan liberal de catalanes que aportan críticas y propuestas. Juan publicó “El testigo” y es así como define la labor del periodismo y del editorialista: ser testigo de la historia.
Pero ya van dos veces que AMLO dirige sus odios a Juan y su saliva salpica a cada vez más personas. Pero me duele no solo por comprobar el peso y paso de los años en un político como Andrés Manuel que se ha culminado en un autócrata que extiende cada vez más sus brazos y lanza amenazas y burlas, para todos los compatriotas. Por eso, los textos de Villoro abordan con enorme objetividad, cómo AMLO perdió la capacidad de escuchar a los demás y siquiera de entender que puede haber personas o grupos que piensen algo diferente a él.
En esta lucha fraticida a la que nos han llevado políticos en la historia, para enfrentarnos y matarnos en luchas intestinas de liberales contra conservadores, AMLO nos plantea que “estamos con él o contra él”. Por eso, ofende a Juan con el estigma de que ahora forma parte del bloque de sus opositores, los malos, los “vende patrias”, los hipócritas. Para Andrés, solo existen dos extremos; los buenos y los malos; los que están en su grupo político y todos los demás; los que están en el lado correcto de la historia -y el resto, que camina por la estrechez del error-, cuando pudo haber gobernado para todos, poniendo como prioridad de los pobres.
Me duelen sus ofensas al Poder Judicial, al INE, al INAI, a sus oponentes, a los empresarios, a los extranjeros, a los aspiracionistas. Parece en su mente concebir que solo es posible estar en los extremos y que, en medio, no hay algo. Sí, en su mundo bipolar donde solo existe el “me gusta” o “no me gusta”, no cabemos quienes coincidimos en parte, pero no en todo. AMLO no es dios para escudriñar las vidas, el corazón, los sueños, las causas de los demás. Las palabras se las lleva el viento; son las obras las que hablan por los seres humanos.
El sexenio de AMLO se acaba afortunadamente. Es demasiado sufrimiento el escuchar a un Presidente que solo sabe odiar y dividir. MORENA ganará la elección en el 2024. Claudia será la primera Presidenta de la República, pero no tendrán la mayoría absoluta. El electorado ha sido inteligente al tener contrapesos. Aun teniendo a su favor al narcotráfico, a los militares y a sus 22 gobernadores, serán las clases medias –las que se inclinaron en 1988 por Cárdenas, en el 2000 por Fox y en el 2018 por AMLO-, el contrapeso importante y lo impedirán con su voto.
Tenemos, eso sí, un desafío monumental frente a las mayorías pobres que sufren a diario las inequidades del sistema económico; el drama de los migrantes, la pérdida de competitividad sistémica, la recesión económica del sexenio, pero solo se podrán lograr mejores condiciones de vida para ellos, si MORENA entiende que no puede gobernar en contra de la economía, sino a favor de ella. Que solo acordando con quienes piensan distinto, todos ganan.
AMLO hizo una apuesta brutal: controlar al Poder Judicial e invocar al control completo del Poder Legislativo una vez fracasada su loca idea de controlar al INE. Afortunadamente, México tiene todavía contrapesos. No los partidos de oposición, sino a una mitad de quienes votamos por AMLO en el 2018 y que estamos hoy defraudados por ser un autócrata que sueña con un País hecho a la medida de sus ideas. Cada día lo veo más fuera de sí; lejos del hombre idealista al que muchos acompañamos. Mostró su peor cara como ex priista; como alegoría Villoro: pide la muerte de quien piensa distinto y solo la vida para los suyos. Para él, en medio no hay nada.