A pesar de las numerosas presentaciones editoriales que se llevan a cabo de manera simultánea (que en algún momento me han obligado a elegir un autor por sobre otro) y la gran cantidad de gente que acudió este fin de semana a la Fenal, hay un espacio que metafóricamente he notado vacío.

Se trata de los pasillos. Y no es una falta de transeúntes o de stands. Por ahí de 2012, en una visita que realicé a la feria en compañía de compañeros de la prepa y nuestra maestra de literatura, hubo algo en el programa de mano que llamó la atención de todos.

“Poemas Vía Susurro”, decía. No había una hora determinada y por lugar se marcaban los pasillos de la feria. Al poco tiempo de nuestro recorrido olvidamos ese inusual evento hasta que nos topamos con unas personas vestidas de blanco y negro, con antifaces, en poses estáticas sosteniendo tubos de cartón. 

Cuatro sillas encontradas de espaldas eran la única utilería en medio del escenario invisible que se había instalado en el pasillo. No recuerdo si la primera en sentarse fue Jadzia, Fedora, Alexa o yo.

Lo que jamás voy a olvidar fue el momento en el que, ya en la silla, uno de los actores me indicó con una seña que cerrara los ojos y entonces viví una de las experiencias estéticas más conmovedoras de mi vida. 

“Poemas Vía Susurro” era la adaptación de un performance realizado por estudiantes de la carrera de Cultura y Arte de la Universidad de Guanajuato. Los actores posicionaban los tubos de cartón cerca de los rostros invidentes de quienes estaban sentados y desde el otro extremo recitaban, en susurros, distintos poemas. 

Era una auténtica delicia escuchar versos provenientes de quién sabe dónde, pues a medida que los actores caminaban alrededor, una podía escuchar a Idea Vilariño detrás de la oreja izquierda, a Juan Gelman por encima de los ojos cerrados y a lo lejos, desde la distancia de un brazo tal vez, a Cristina Peri Rossi. 

Hablo por todo el grupo cuando digo que esa experiencia fue la cereza del pastel para un día en el que, rodeados de libros, nos sentimos conectados con nuestro lado más sensible. 

Ahora encuentro un espacio vacío en el programa y los pasillos, pues no hay escenarios invisibles donde uno se tope con alguna experiencia sensorial inesperada. 

Valdría la pena que ahora que los pasillos de la feria se han vuelto “calles”, se volviera a abrir el espacio para que los proyectos creativos sorprendan a los visitantes. 

 

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