A los 16 años el mundo, se extendía ante mí lleno de posibilidades, y como todo adolescente me sentía fuerte y poderoso, mi vida tenía poco de estrenada y la opción de la muerte, definitivamente no estaba en mis planes.
No hablaría de esta experiencia de no ser porque fue trascendente para mí y me dejó una gran enseñanza. ¿Cómo comenzó esta historia? Te cuento:
Siempre fui dado a comer cosas en la calle, mientras más irritantes, mejor. Comencé con un dolor sordo en el estómago, no dije nada porque ya sabía la respuesta que obtendría; porque mis padres siempre me hacían la recomendación de que optara por una alimentación más sana, pero, es sabido por todos, que la adolescencia es una etapa del desarrollo humano que se caracteriza por una franca rebeldía hacia los padres, yo por supuesto no era la excepción y nunca había tomado en cuenta sus consejos.
El malestar fue creciendo, lo sentía quemante dentro de mis intestinos, me daba la sensación de que hubiera crecido en mis entrañas una serpiente y me inyectara su veneno a intervalos inciertos. A veces, se adormecía, por lo regular cuando permanecía recostado en posición fetal, sin embargo, solo era cuestión que me enderezara o intentara caminar, que molesta me atacaba llenándome de su ponzoña. Este dolor aparte de ser tan fuerte, se fue haciendo constante, hasta que me fue imposible ocultarlo a mis padres.
Sucedió así, ahora a la distancia lo recuerdo y veo claramente la intervención divina. Me encontraba en mi cama cuando fui presa de un ataque especialmente doloroso, aunque no era creyente y en ese entonces solo confiaba en mis capacidades, ya que además de inmaduro era un arrogante, sintiéndome morir, clamé a Dios con todo mi pensamiento: ¡Ayudadme! le dije, ¡ayúdame! y así, una y otra vez. En ese momento, como por casualidad, se abrió la puerta de mi cuarto, entro mi papá y viéndome en esas condiciones, alarmado pidió una ambulancia.
El diagnóstico médico fue una peritonitis resultado de una apendicitis que no se había atendido, la intervención quirúrgica era urgente, así que entre sueños recuerdo como me prepararon para la operación, de la cual por estar perdido en la inconsciencia no recuerdo nada.
Lo que sí he conservado muy presente es lo que sucedía en mi mente, o en un lugar alterno que no podría precisar el sitio, en el que mi espíritu se dividió entre dos realidades, como si mi vida llegada a esa bifurcación se le diera permiso de ver más allá.
Explicaré la primera visión: Mi cuerpo se encontraba flotando en penumbras, la oscuridad era total, podría extender mi mano y no la habría visto. Las dimensiones del lugar eran muy extrañas, me parecía que era reducida, al paso de los minutos la percibía más extensa, definitivamente era un lugar enorme. Sentía un frescor que brotaba de las paredes por lo que supuse era una caverna, yo estaba sostenido en el aire, flotando como una nube que se hubiera detenido en el cielo.
Poco a poco, comencé a percibir que no me encontraba solo, aunque ya mencioné, la oscuridad era absoluta, sentí una respiración acercándose a mí. Me inquietá, mas no podía hacer absolutamente nada, mi cuerpo estaba laxo, no tenía libertad de movimiento, simplemente gravitaba en ese mundo oscuro como un asteroide extraviado.
Un temor empezó a invadirme y a manera de escalofrió, ascendió por mis piernas. El ente, que así le llamó mi pensamiento, estaba cada vez más cerca, hasta que llegue a sentir su respiración en mi oído.
Una vez a mi lado, la luz tenue que lo rodeaba, me permitió ver su rostro celestial que era de una blancura purísima, supe que estaba ante el bien personificado. Sin hablar me dijo tantas cosas con su mirada, después, tomó una de mis manos y la envolvió en su mano poderosa haciéndome sentir su solidaridad y compañía. Poco a poco, con una gran lentitud, fue desplazándose conmigo, como si jalara mi cuerpo entero que obedecía a sus manos, podría jurar que a pesar de ese silencio, podía escuchar el movimiento de sus alas que eran muy grandes al igual que sus manos. El Ángel, me conducía a una luz purísima que me llenaba de una paz indescriptible, comencé a inundarme de una gran alegría, como una premonición buena, como si cayera sobre mí una cascada fresca, algo dentro de mí me decía que era conducido al cielo.
De momento, ese estado de paz infinita, se interrumpió por una visión. ¿Cómo explicarlo? Fue como si abrieran un cuadro de diálogo, como si se descorriera una cortina hasta ese momento invisible y me fue permitido ver a mis padres y mi hermano hablando con el doctor, el cual les explicaba que no resistiría la operación, que ya no podía hacer nada, que la muerte estaba a escasos minutos de ganar la partida.
Ellos le pidieron que por favor hiciera otro intento, que agotara las posibilidades. Yo me sentí muy agradecido por sus palabras, hasta ese momento no había valorado ese amor que sentían hacia mí, sin embargo, me estaba permitido ver su dolor que era muy grande, así que me entristecí por el sufrimiento que les estaba ocasionando.
El Ángel fijo en mí su mirada y comunicándose sin palabras, me preguntó si quería regresar con ellos o continuar hacia la luz, también me advirtió que se avecinaba una recuperación muy dolorosa y lenta.
Tenía ante mí esas dos opciones, yo decidí volver con los míos pues mi misión aún comenzaba y así se lo hice saber. El afirmó con leves movimientos de su cabeza, se sonrió, y supe que me comprendía, a continuación, soltó mi mano.
La caverna desapareció, bajo unos tubos de luz neón, vi mi cuerpo sobre la mesa de operaciones, con docilidad, como si tratara de una funda, me introduje en él. Pude sentir como el médico limpiaba de pus y desechos mis entrañas con una solución salina, en la pantalla del monitor mi pulso recobró su ritmo. Había vuelto.
Tuve una dolorosa recuperación, que aún recuerdo a pesar de haber pasado tantos años, así como la enorme caverna oscura, la ingravidez de mi cuerpo, pero sobre todo al Ángel, la mirada del Ángel.