Según las noticias, la reciente ola de migrantes provenientes de Latinoamérica que inundan nuestra frontera sur es, en gran parte, el resultado del fin de una política para la COVID de la era de Trump. Me permito disentir.
Es el resultado de un mundo nuevo.
Y este mundo nuevo va a desafiar los puntos de vista sobre la inmigración de los republicanos tradicionales y de los demócratas tradicionales. Como ya lo he dicho antes, solo hay una manera de hacer frente a las olas de migrantes que seguirán llegando a Estados Unidos. Y es con un muro muy alto con una puerta muy grande.
Los demócratas no quieren oír hablar de muros altos y los republicanos no quieren oír hablar de puertas grandes. Qué lástima. Necesitamos las dos cosas.
Donald Trump fue un fraude en materia de inmigración. Nunca quiso resolver el problema. Explotó los temores de una frontera descontrolada para frenar la inmigración y atraer a los racistas y supremacistas blancos de su base. Y avivar esos miedos le funcionó a Trump.
En mi opinión, el presidente Joe Biden debería superar a Trump en su propio juego. Hacer todo lo posible por asegurar la frontera como nunca antes -más muros, más vallas, más barreras, más soldados, la octogésima segunda División Aerotransportada- lo que sea necesario. Hacer que los demócratas se responsabilicen de la seguridad fronteriza. Pero no con el propósito de ahogar la inmigración: con el propósito de expandirla. Es una buena política y una buena maniobra política.
Si queremos prosperar en el siglo XXI y competir de manera eficaz con China, tenemos que redoblar nuestra mayor ventaja competitiva: nuestra capacidad para atraer a los migrantes más motivados y a los temerarios con mayor CI, quienes son los creadores de nuevas empresas.
Hasta donde yo sé, Dios distribuyó los cerebros por igual en todo el planeta, pero no distribuyó por igual cuáles países acogerían mejor a los inmigrantes con más energía e inteligencia. Durante mucho tiempo, nuestra ventaja competitiva singular había sido que éramos los primeros en esta categoría. Si desperdiciamos esa ventaja, como país volveremos a la media mundial.
Sin embargo, simplemente no podemos mantener un debate racional sobre cómo expandir la inmigración para que sirva a nuestros intereses -y sobre cómo crear un procedimiento justo para que los inmigrantes ilegales que ya están aquí, así como para sus hijos nacidos aquí obtengan la ciudadanía- si hay demasiados estadounidenses que piensan que nuestra frontera sur está fuera de control.
Y necesitamos ese debate hoy con más urgencia que nunca, porque he aquí una noticia de última hora: los 10,000 migrantes al día que aparecieron en la frontera entre México y Estados Unidos unos pocos días antes de que se levantaran las restricciones de Trump -los niveles más altos de la historia- no fueron una aberración, aunque esos niveles se redujeran en días recientes a una cantidad menor de los niveles caóticos que temía Biden. Son el comienzo de una nueva normalidad.
¿Por qué? Porque los primeros 50 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron una época increíble para ser un Estado-nación débil, sobre todo en Latinoamérica, el Medio Oriente y África. Había dos superpotencias lanzándote dinero, enviándote trigo, becando a tus hijos para que estudiaran en sus escuelas, reconstruyendo con generosidad tu ejército después de que perdieras guerras (véase Egipto y Siria) y, en general, compitiendo por tu afecto.
Además, el cambio climático era moderado. El crecimiento demográfico seguía bajo control. Nadie tenía un teléfono inteligente para comparar fácilmente sus condiciones o a su líder con los de la nación de al lado o de Europa, además China no estaba en la Organización Mundial del Comercio, por eso era mucho más fácil competir en industrias de salarios bajos como la textil.
Todo eso empezó a cambiar a inicios del siglo XXI. Ahora ninguna superpotencia quiere tocarte porque lo único que ganan es una factura. (Véase Estados Unidos en Afganistán). El cambio climático está azotando a los países, en particular a sus agricultores de subsistencia. Las poblaciones han explotado. Más de dos terceras partes del mundo tienen un teléfono inteligente y pueden obtener información -y desinformación- más rápido que nunca, así como conectar fácilmente con un traficante de personas en línea. Y China está en la OMC y ha dominado muchas industrias manufactureras de salarios bajos.
Como resultado, cada vez más países pequeños (y en el caso de Venezuela, Sudán y Etiopía, más grandes) están empezando a fracturarse, a caer en el desorden y a desbordarse de migrantes que quieren dejar su Mundo del Desorden y venir al Mundo del Orden, es decir nosotros y la Unión Europea, entre otros.
No es casualidad que la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU haya afirmado: “Hoy hay más personas que nunca viviendo en un país distinto del que nacieron”.
El Muro de Berlín simbolizó la Guerra Fría, y su caída simbolizó la pos Guerra Fría. Y el Río Bravo, lleno de familias que intentan salir del Mundo del Desorden para entrar en el Mundo del Orden, simboliza la pos pos Guerra Fría.
En esta era, va a ser cada vez más difícil distinguir entre los migrantes económicos, quienes intentan entrar en Estados Unidos solo para conseguir un trabajo decente, y los que buscan asilo político de manera legítima.
La mejor evidencia de que una frontera fuerte puede conducir a un debate más racional es California. Y la persona que me lo enseñó fue Seth Stodder, un californiano de nacimiento que fue subsecretario de Seguridad Nacional para la frontera, la inmigración y las políticas comerciales del presidente Barack Obama y ahora enseña Derecho en la Universidad del Sur de California.
Stodder me comentó: “Casi una cuarta parte de la población indocumentada de Estados Unidos vive en California y a la mayoría de nosotros nos parece bien. Al inicio de la presidencia de Trump, incluso aprobamos una ley de ‘estado santuario’ para proteger de la deportación a personas que por lo demás respetan la ley”.
Sin embargo, no siempre fue así. En 1994, los votantes californianos aprobaron por un amplio margen la Proposición 187, la cual les limitaba las prestaciones públicas a los inmigrantes que entraban ilegalmente a Estados Unidos. Stodder mencionó que el gobernador republicano Pete Wilson había hecho campaña a favor de ella y había ganado la reelección “con anuncios amenazadores que mostraban un video granulado de inmigrantes que corrían a través de la frontera y se filtraban entre el tráfico hacia San Diego, con música aterradora de fondo y una voz grave que entonaba: ‘Siguen llegando. Dos millones de inmigrantes ilegales en California. El gobierno federal no los detiene en la frontera, pero nos obliga a pagar miles de millones para que nos ocupemos de ellos’”.
Entonces, ¿cómo fue que California pasó de la Proposición 187 a ser un estado santuario? Stodder explicó que hubo muchas razones. No obstante, una de las principales es que, tras la Proposición 187, el gobierno de Clinton por fin recuperó el control de la frontera entre San Diego y Tijuana, fortaleciendo la Patrulla Fronteriza y construyendo 22 kilómetros de valla de doble y, en algunos lugares, triple capa a lo largo de la frontera”. ¿Esto detuvo la inmigración ilegal a Estados Unidos? No. El flujo se desplazó hacia el este, a Arizona y Texas. Pero sí se logró controlar la frontera aquí, en el sur de California. Los californianos ya no tuvieron que enfrentarse a inmigrantes que se abalanzaban sobre sus autos o esquivaban el tráfico en la Autopista 5. La valla eliminó la inmigración ilegal de las noticias locales nocturnas y los californianos pudieron exhalar y enfocarse en otras cosas”.
Les dio a muchos californianos “el espacio emocional para sentir aceptación hacia los millones de inmigrantes indocumentados que viven en nuestro estado, al verlos menos como una amenaza y más como nuestros vecinos, amigos, familiares y como otros californianos”.
Si quieres una puerta grande -como yo-, necesitas un muro alto.