Delfina Gómez, Alejandra del Moral, Armando Guadiana y Manolo Jiménez, candidatos en las elecciones del próximo 4 de junio de 2023.

Más de 15 millones de mexicanos saldrán a votar este domingo 4 de junio.

Las elecciones en Coahuila y el Estado de México se perfilan como el último choque cara a cara de dos amplias coaliciones en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador antes de las presidenciales del año que viene. Morena, el partido del mandatario, busca confirmar que es la nueva fuerza dominante de la política mexicana y ganar por primera vez en ambos Estados de la mano de sus aliados, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), en la coalición Juntos Hacemos Historia.

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) pone en juego dos de sus bastiones históricos, donde ha gobernado sin interrupciones desde hace 94 años, y encabeza la alianza opositora Va por México junto a sus antiguos rivales y nuevos socios, el derechista Partido Acción Nacional (PAN) y el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD).

En un país habituado a la fragmentación política, los comicios estatales de este año suponen una votación atípica, en la que los ciudadanos están llamados a elegir entre dos grandes polos de poder, en una especie de bipartidismo que hace tan solo unos años habría parecido insólito. Por un lado, el bloque gobernante; por el otro, la oposición.

Ambos bandos se juegan dos plazas clave para sus aspiraciones en 2024, cuando el país elegirá a un nuevo presidente y se renovarán las dos Cámaras del Congreso federal. Más allá de los resultados, las elecciones de este domingo son la prueba del ácido para las dos coaliciones políticas y un último punto de referencia para saber cuán competitivas son frente a sus adversarios, cuán atractivas para los votantes y cuán necesarias resultan para la subsistencia de los propios partidos en lo individual.

Coahuila: los costes de la división

Se pensaba que la del Estado de México sería la elección más emblemática, el catalejo que permitiría a los bloques en pugna ver a la distancia y sacar cuentas de sus posibles saldos para 2024.

Pero, sorpresivamente, ha sido la batalla por el norteño Estado de Coahuila la que mejor ha sintetizado la magnitud de la guerra. El priista Manolo Jiménez parte como favorito y llega a la jornada electoral respaldado por una sólida alianza de su partido con el PAN y el PRD.

Tras varios meses de turbulencia interna en la propia coalición, en gran medida por los bandazos de un muy volátil dirigente del PRI, Alejandro Moreno, Va por México se ha fijado con mucha claridad en el hecho de que solo la unión de los tres partidos puede ser competitiva y hacerle daño al bloque oficialista.

La demostración fue la elección intermedia de 2021, donde Va por México asestó un duro golpe y arrebató a Morena y sus aliados la mayoría calificada en el Congreso federal y la mitad de las alcaldías de Ciudad de México.

En contraste, el movimiento de López Obrador ha llegado pulverizado a la elección de Coahuila. Sus socios del PT y el PVEM presentaron a sus propios abanderados, en una pugna interna que en días recientes tuvo visos de ruptura y que ya mismo anuncia una más que probable derrota electoral.

Las mediciones de intención del voto muestran que el candidato de Morena, el senador y empresario carbonífero Armando Guadiana, está en segundo lugar, y que el abanderado del PT, el exsubsecretario de Seguridad federal Ricardo Mejía, le ha arrebatado simpatizantes para llevarlos a su propia causa. Sumadas, las preferencias electorales que por separado tienen Guadiana, Mejía y Lenin Pérez —el candidato del Verde— habrían bastado para lograr siquiera un empate técnico respecto del rival priista.

El líder de Morena, Mario Delgado, lanzó un amago a los dirigentes nacionales del PT y el PVEM: si sus candidatos no declinaban en Coahuila, correrían riesgo la alianza de los tres partidos para 2024.

De último momento, el PT y el Verde abandonaron a Mejía y a Pérez y respaldaron a Guadiana. La maniobra, más desesperada que efectiva —las boletas electorales ya están impresas con los nombres de los tres candidatos—, demostró cuán necesario es para Morena el apoyo de sus aliados políticos, quizá más de lo que al partido en el Gobierno le gustaría conceder.

El periodista y analista político Javier Garza lo define así: Coahuila es el “espejo negro de Morena”, allí donde, al asomarse, ve su porvenir ominoso si en 2024 llega dividido, no solo de sus aliados, sino internamente, tras la definición de la candidatura presidencial.

“Lo que está pasando en el Estado de México y en Coahuila es lo mismo: una polarización en donde la mitad de los electores quiere votar por el proyecto de López Obrador y la otra mitad quiere votar contra él. Solo que en el Estado de México hay una opción obradorista y una opción antiobradorista, y en Coahuila hay tres opciones obradoristas y nada más una contraria. Entonces se dispersa el voto.

Es la lectura más reveladora, porque demuestra cómo Morena y la oposición tienen que asumir la estrategia hacia el 2024. Morena no se puede dar el lujo de fisuras, divisiones, berrinches o desencuentros”, señala Garza en entrevista.

Las cifras históricas de la votación de cada partido en Coahuila demuestran que ninguno podría, por sí solo, vencer con holgura al rival de enfrente, y al mismo tiempo explican la necesidad de sus alianzas.

El PRI y el PAN solían ser rivales en disputas muy parejas. En la pasada elección para la gubernatura, en 2017, en la que ambos partidos postularon candidato, el PRI ganó los comicios a Acción Nacional por un margen mínimo de 2,8%. En esa elección, Morena quedó en un distante tercer lugar 20 puntos abajo.

La geografía electoral comenzó a moverse a partir de 2018, cuando López Obrador llegó a la Presidencia de la República, montado en la ola de un movimiento que cuestionaba las prácticas de corrupción de los viejos partidos mexicanos.

Para la elección de diputados federales de 2021, Morena había enviado al PAN al tercer lugar en Coahuila. Aunque en esos comicios PRI, PAN y PRD ya contendían como aliados a nivel federal, los votos obtenidos por cada partido demuestran el cambio de equilibrios políticos en el Estado.

Morena se volvió ese año segunda fuerza política, con 431.000 votos, el doble de los que sacó el PAN, y a una distancia de seis puntos por debajo del PRI, el partido gobernante, el del moreirato, término acuñado en el Estado para referir a los gobiernos de los hermanos Humberto y Rubén Moreira (2005-2011 y 2011-2017), que quebraron las finanzas estatales con una megadeuda y encabezaron Administraciones envueltas en escándalos de corrupción.

“Yo no estoy viendo una victoria del PRI contundente. Es muy claro que la mitad de Coahuila no quiere que gobierne el PRI, y esa es una tendencia que se viene manifestando desde hace por lo menos una década”, explica Garza.

“El PRI se ha logrado mantener gracias a ciertas alianzas, a ciertas operaciones políticas o a que sus rivales no dan una, pero no necesariamente porque se imponga de manera abrumadora. Una lectura de la elección es que el PRI va a ganar por paliza, pero en realidad la mitad de la gente no quiere al PRI. Yo no sé si el partido va a sacar una lección de ahí o va a tomar la victoria con arrogancia”, añade.

Estado de México: el examen más difícil para la oposición

“El presidente sabe que nuestra unidad es veneno puro para su proyecto autocrático y que le podemos ganar. Morena es un gigante de pies de barro”. Así justificó Jesús Zambrano, presidente nacional del PRD, la decisión de unir fuerzas con sus antiguos rivales del PRI y el PAN.

Va por México surgió en diciembre de 2020, seis meses antes de las elecciones intermedias y dos años después del tsunami que arrasó con el sistema tradicional y selló la llegada de López Obrador al poder. A pesar de los cuestionamientos de los propios militantes y las viejas diferencias que se mantienen como heridas abiertas, la coalición ha sobrevivido bajo el reconocimiento implícito de que ninguno de los miembros es una opción competitiva por separado, una noción confirmada por los resultados en 2021 y que busca replicarse en las elecciones de este año.

“Coahuila pasó de estar perdido a ser un Estado ganado con un amplísimo margen. Y el Estado de México pasó de ser un Estado perdido por amplio margen a estar muy competido”, resumía Marko Cortés, el líder panista, en febrero pasado.

Con todo, repetir la alianza en Coahuila y el Estado de México no fue una decisión en automático. El penoso resultado de las elecciones locales del año pasado, en las que Va por México se llevó solo dos de seis gubernaturas en disputa (Aguascalientes y Durango), provocó dudas, que se multiplicaron por los roces, escándalos y sospechas de traición protagonizados por Alito Moreno.

La alianza había demostrado que podía actuar como un “bloque de contención” en el Congreso y en las campañas, pero la principal incógnita para la oposición sigue siendo si la unión de fuerzas, la noción más tradicional para coaligarse, alcanza para ganar elecciones y no solo para ralentizar el avance electoral de Morena.

Alito pidió ese voto de confianza a sus socios y el PRI ha asumido la tarea de defender dos antiguos bastiones, donde nunca ha perdido pero que hoy están en riesgo.

En el Estado de México, la alianza se logró amarrar en negociaciones directas con el gobernador, Alfredo del Mazo, jefe de facto del partido a nivel estatal.

El PRI mexiquense, a diferencia del nacional, actúa como un cuerpo más compacto, más jerárquico y más burocratizado, y gira en torno al menguante pero aún poderoso Grupo Atlacomulco, la casta que ha gobernado el Estado durante décadas.

En ese periodo de gran hegemonía, el PRI solía comprar la voluntad del resto de los partidos que le estorbaban. En realidad, la oposición en el Edomex no existía o era testimonial, hasta el surgimiento de Morena y su bloque, sobre el que López Obrador ejerce una tutela estricta.

“En periodos de comicios, el Estado de México se convierte en una poderosa estructura electoral que hasta ahora ha sido invencible. Nadie le ha podido ganar, por las buenas o por las malas, en la compra o la coacción del voto, en las amenazas, en los consentimientos o en la presión a las estructuras electorales”, afirma el economista y sociólogo Bernardo Barranco.

“Ahora estamos frente a una elección muy atípica, porque es una elección de Estado contra otra elección de Estado: por el uso de recursos públicos, el uso de personal, el uso de programas sociales, la utilización de la maquinaria mediática. Por primera vez en la historia del Estado de México, el PRI está enfrentando a un rival tan poderoso como él mismo”.

Eso es gran parte de lo que está en juego para Va por México, sobre todo en el Estado con mayor peso electoral del país y donde Morena, a diferencia de lo que ocurrió en Coahuila, pudo construir una candidatura de unidad con el PT y el Verde, sin fisuras.

En un terreno donde la operación de la elección y la movilización de sus bases es clave, el PRI, el PAN y el PRD se enfrentan a uno de sus mayores escollos: siguen buscando a candidatos que puedan aglomerar el voto por separado de sus militancias y que también sean lo suficientemente atractivos para los votantes apartidistas, los desencantados, los que no están seguros de salir a votar.

La priista Alejandra del Moral ha intentado zanjar las viejas diferencias, pero el membrete tricolor sigue siendo una losa pesada a la hora de venderse como la opción del “cambio” y “ciudadana”. La coalición es tan amplia que ha hecho la cuerda de equilibrio demasiado delgada: sus candidatos tienen que hablarles a los priistas, pero también a los militantes del PAN y del PRD, para finalmente convencer a una ciudadanía que es cada vez más exigente.

Va por México tiene un desafío doble: confirmar que es una opción competitiva y, además, un representante legítimo de los sectores de la población que no están de acuerdo con la gestión de López Obrador pero que no se sienten necesariamente representados por la coalición. Y tiene que hacerlo en un momento político clave, a prácticamente un año de 2024, y con la presión de defender un legado histórico.

Del otro lado, Delfina Gómez tiene mucho más claro lo que representa y ha apostado por gestionar su ventaja y no cometer errores. Morena está convencido de que la unidad es clave para consolidar una expansión sin precedentes y que le ha permitido triplicar el número de Estados donde gobierna desde que empezó este sexenio. Mientras sus rivales estén debilitados, el mayor riesgo de descarrilamiento sigue estando dentro y sigue siendo el mayor imponderable rumbo a 2024.

La noche electoral será la culminación de dos meses de campaña, el momento para hacer una demostración de fuerza y declarar la victoria frente a los rivales. Pero la mañana siguiente marcará el banderazo de salida en la carrera por la presidencia, cuando ambos bloques comenzarán la ardua tarea de definir quiénes competirán y cómo se definirá a sus candidatos, e incluso, si esas alianzas son sostenibles o no, a la luz de los resultados de este 4 de junio.

(Texto de Zedryk Raziel y Elías Camhaji, de El País). 

HEP

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