Una mañana de hace 22 años, a eso de las 9, el poeta Antonio Deltoro, entonces colaborador de Vuelta, llamó a su director, Octavio Paz, para agradecerle la publicación de un libro en la editorial de la revista. Llamaba con aprensión, porque Paz tenía una vivacidad que en la corta distancia lo hacía temible: escrutaba severamente a sus interlocutores preguntándoles si habían leído esto o aquello y no se le podía contestar de cualquier manera. El interrogatorio, sin embargo, fue aún más allá de lo esperado. ¿Cómo es que no había leído la información de cierta revista mexicana barata y algo sensacionalista? Asombrado, porque consideraba esa publicación totalmente ajena a los intereses de Paz, Deltoro le preguntó: “¿Pero usted lee eso?”. Y el escritor, que además a esa hora había devorado toda la prensa del día, contestó: “En la peluquería, en la peluquería”.
Deltoro no tenía de qué sorprenderse. Nada era ajeno a Octavio Paz. Poeta también cuando escribía ensayo, cuando viajaba, cuando ejercía de diplomático, cuando discutía, el Nobel mexicano era además, y todo el rato, un curioso insaciable. Su voracidad intelectual le llevaba a apasionarse por todo lo que pasaba ante sus ojos: la historia, la política, la antropología, la física, las culturas orientales y occidentales, el arte. Y, después de leerse siete periódicos, a interesarse por una revista de peluquería si le caía entre las manos. México celebra estos días el centenario del nacimiento de su intelectual más completo con un homenaje total, como merece la omnipresencia del festejado. El objetivo es el más simple: que se lea a Paz más de lo que se le lee. El pequeño riesgo, que en un despliegue tan abrumador unas actividades acaben por opacar a las otras.
El escritor y editor Ricardo Cayuela, director de Publicaciones de Conaculta y coordinador de una buena parte de la monumental celebración insiste en la idea que preside el festejo: “El mejor homenaje que puede hacerse a Paz es leerlo”. No es que no se conozca al Nobel en su tierra. En México se lee mucho -o al menos se vende mucho- un pedazo pequeño de su obra: “El laberinto de la soledad” -incluido en los programas de estudio masivo-, su ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, “El arco y la lira” y, en general, su poesía. Pero subyace cierto rechazo instintivo, sobre todo entre los más jóvenes, que lo ven como una figura de poder. Un destino cruel y paradójico para quien pasó buena parte de su vida, precisamente, cuestionando esa autoridad.
No queda, entonces, otra que bajar al escritor del pedestal y acercar su energía al público. Para ello Conaculta ha coeditado, junto con el Senado de la República, una antología de textos políticos, seleccionados y prologados por el ensayista mexicano Armando González Torres. El objetivo es demostrar al lector que no lo conoce o, peor aún, que habla de oídas, hasta qué punto el pensamiento de Paz está vivo y presente en las polémicas contemporáneas. No será el único anzuelo. Hace más de 80 años, dos antologías, la de Gerardo Diego, de poesía española, y la de Jorge Cuesta, de poesía mexicana, despertaron el apetito de versos del casi adolescente escritor cuando era alumno de la Escuela Nacional Preparatoria. Este año, una antología de textos del Nobel, preparada por el editor y escritor uruguayo Danubio Torres Fierro, se distribuirá gratuitamente entre los casi dos millones de estudiantes que completarán la secundaria.
Cayuela también subraya otra dimensión de Paz, no tan celebrada, pero que abarca el arco de toda su vida intelectual: su faceta de editor. Impulsó o participó en Vuelta, Taller, Taller Poético, Hijo Pródigo o Plural, “la mejor revista que se ha hecho en México, y junto a Revista de Occidente y Sur, las mejores en lengua española”. Pero incluso en los raros momentos de su vida en que no dirigía o colaboraba con una publicación, estaba pensando como editor, soñando con lanzar un proyecto que articulara todo el pensamiento latinoamericano, como se deduce de la correspondencia que mantuvo desde India con Tomás Segovia.
Deltoro, autor de una notable antología de Paz, espera que este torrente de actividades sirva para promover la poesía en general, “tan poco leída en este País y en este momento”. Pero no sabe si el “aumento del ruido” por los homenajes lo favorecerá. “No se ha dejado de leer a Paz; pero aún hay gente que sin conocerlo tiene una posición contraria, incluso hacia su poesía, algo muy típico del mundo hispánico, donde el éxito no es simpático”. Además, considera que el papel de Paz como ensayista y su pensamiento político han enturbiado el conocimiento de sus versos. “Si se leyeran los poemas por sí, sería mucho más conocido como lo que es sobre todas las cosas: uno de los poetas más grandes de la lengua”.
Paz, recuerda, era un hombre de una vivacidad extraordinaria, divertido, simpático, pero también muy exigente con los demás. Y dirigía hacia sí mismo ese mismo inconformismo. Afirmaba una cosa, y a la media hora afirmaba la contraria. No se quedaba nunca con una opinión, con un pensamiento, con un verso. Y por eso modificaba todo el rato su obra anterior. “Era en ese sentido, en el de pensar que uno nunca es uno mismo, en la sed de otredad, muy machadiano. Abrazaba la esencial heterogeneidad del ser de Juan de Mairena”.
Ese inconformismo hizo que nunca se parara. Publicó “Piedra de sol” y siguió escribiendo poesía. Ganó el Nobel y siguió escribiendo poesía. “En México tiene cierto prestigio publicar una gran obra, como Juan Rulfo o Gorostiza, y luego quedarse callado. Pero Paz iba a todo, como ese futbolista que agarra la pelota y quiere meter todos los goles. Y aquí a veces no sienta bien ese no detenerse, ese no dejar campo a los demás”, explica Deltoro. En un País de ciudadanos tímidos, corteses y apagados, según los estereotipos, Paz se convierte así en el menos mexicano de sus escritores, siendo a la vez el fundamental. También en la distancia: el mexicano viaja mal, añora la comida o la familia. Mientras, Paz se lanzó a conocer todas las culturas, sin dejar de estar jamás pendiente de lo que pasaba en su tierra. “Nos hacía falta un intelectual que nos viera desde fuera, que viajara a Estados Unidos, a Francia, a la India y que regresara. Y que nos contara, al estilo de Unamuno, esa desazón, ese ‘me duele México’”.
Una de las preguntas recurrentes este año es si ha perdido vigencia la obra de Paz. Alberto Ruy Sánchez, autor de “Una introducción a Octavio Paz”, cree que no. Más bien considera que parte de su obra de pensador ha ganado actualidad ante nuevas circunstancias que él ya no vivió. “Porque Paz generó un sistema de pensamiento que incluía un riguroso elemento especulativo: hablaba de lo que veía suceder y de lo que era posible y deseable. Una doble perspectiva si se quiere hablar en términos plásticos. Y eso es pensar como poeta”.
Según Aristóteles, decía Paz, el historiador habla de las cosas que fueron, el poeta habla de las cosas que podrían ser y además deberían ser. Paz busca una manera de articular su presencia en el mundo como poeta, pero como poeta en la historia. Y hace una simbiosis entre la poesía y la historia. “Todo su esfuerzo consistió así en transformar una mirada en una visión: tomar distancia y adquirir una perspectiva, tener conciencia de que es necesario ver desde otro punto de vista y tomar posición ética también”.
Ruy Sánchez considera que en el escritor hubo desde el principio una batalla entre dedicarse a una poesía comprometida o a una poesía pura. Pero que Paz encontró el camino de la paradoja y por eso sigue siendo actual, porque al encontrar una manera de hacer poesía de alta calidad formal, pero no totalmente indiferente a la historia, no tiene que hacer ni propaganda ni pirotecnia. “Su invención es una manera única de estar en el mundo, de saber verlo y saber decirlo”.
Cuando a Paz le dieron el Nobel fue premiado también un físico que había descubierto los quarks, un elemento especulativo que no se puede pesar y medir. Ruy Sánchez, presente en la ceremonia, preguntó al científico cuál había sido el paso intermedio para llegar ahí. Y le dijo: la ciencia barroca, Athanasius Kircher, la ciencia de lo posible. “Del mismo modo, Paz inventó un sistema de pensamiento que se convierte en una manera de poder pensar lo posible. Así nos proporciona elementos de análisis de cosas que no vivió”. Y pone un ejemplo: “En ‘El Ogro filantrópico’ contó que el PRI no era un partido. Era un sistema político. Y que el problema no era la alternancia, sino, como se ha visto luego, el corporativismo. La obra de Paz nos ayuda a pensar el México de hoy. Pero también una manera cada vez más actual de ver el erotismo o el arte”.
Esa dimensión política de Octavio Paz fue siempre controvertida. Desde sus posiciones de juventud, cercanas a los comunistas, sufrió una lenta conversión. Renunció al estalinismo y a las formas opresivas, se enfrentó a Neruda por motivos políticos -y poéticos- y eso le provocó encontronazos con la izquierda dogmática, que llegó a quemar efigies de él. Nacido a los pechos de la Revolución -su padre fue un ferviente zapatista- también se enfrentó a sus herederos, al hegemónico PRI, cuando renunció a la Embajada en India tras la matanza de estudiantes en Tlatelolco, en octubre de 1968.
Pero 100 años después de su nacimiento, el pasado 20 de marzo, su figura fue reconocida unánimemente en la Cámara de Diputados. Muchas cosas han cambiado en el País. Nadie en el PRI defiende hoy abiertamente la represión de Tlatelolco. La derecha del PAN, despreciada por Paz, ha cambiado y protagonizó la primera transición democrática en 70 años. La viuda del Nobel, presente en el Congreso, describió el homenaje como un acto de desagravio a un hombre que apostó “por la pluralidad y el contrapunto (…) por los disensos y la defensa de la libertad”.
El sociólogo y antropólogo Roger Bartra cree que Paz no fue un teórico de la política y que dejó a menudo ideas contradictorias. Pero también que sus opiniones, muy inteligentes, influían en los que sí eran teóricos, por su gran capacidad para traducir ideas a un lenguaje intelectual accesible: “No tiene la coherencia que se le pediría a un sociólogo o a un antropólogo, pero su valor está también en sus intuiciones. Como en ‘El laberinto de la soledad’, un libro político que tiene una capacidad de penetración muy grande en la cultura mexicana e ilumina aspectos insospechados”, dice.
Pese a su evolución desde posiciones marxistas más intransigentes, Paz nunca hizo, según Bartra, una transición completa al liberalismo: “Fue siempre un hombre de izquierdas que hablaba para la izquierda y que nunca salió del universo de la Revolución Mexicana”. No alcanzó a entrever la profunda crisis del antiguo régimen del PRI y la salida a la democracia. Tampoco creía que el mundo comunista se fuera a desmoronar. “Creo que lo mejor de él en materia política es un análisis desde el punto de vista literario de la realidad política mexicana”.
Los fastos por el centenario no podían ser tampoco ajenos al profundo interés del Nobel por las artes plásticas. El Palacio de Bellas Artes acogerá desde septiembre un encuentro colosal entre los textos de Paz y más de 200 obras. “Un soplo de luz. Octavio Paz y el mundo del arte” será una exposición homenaje inspirada en dos volúmenes de sus obras completas, “Los privilegios de la vista”, y en una exposición seleccionada y comentada en los 70’s por el propio poeta. “Nuestra intención ha sido inspirarnos en sus textos y partir de un concepto que tiene Paz de la traducción poética: la literalidad, la interpretación y la recreación”, cuenta el curador Héctor Tajonar.
La explanada frente al palacio estará ocupada por obras monumentales y el interior se dividirá en siete áreas temáticas. El primer piso estará consagrado al Siglo XX internacional en conversación con autores mexicanos de la misma época. Habrá un pequeño espacio dedicado a Picasso, otro a Marcel Duchamp, otro al arte abstracto, otro sobre el surrealismo y otro, quizás el más atractivo, sobre el erotismo, motor principal de la poesía de Paz. Allí obras de cummings o Picasso dialogarán con las de Diego Rivera o Brian Nissen en presencia de esculturas de Chillida, Moore y Noguchi. En el segundo piso habrá diálogos entre obras prehispánicas y contemporáneas, se abordará el tema de la conquista, y estará muy presente Sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa del Virreinato, a quien Paz dedicó en 1982 un celebrado ensayo.
En 1967 Octavio Paz inició una correspondencia a larguísima distancia con Vicente Rojo. El escritor era entonces Embajador en India y el artista le respondía desde México. Las cartas, escritas primero respetuosamente de usted y luego ya de tú, tardaban hasta tres semanas en llegar y fructificaron en varios proyectos de colaboración. Uno de ellos, el de los llamados “Discos Visuales”, era una variante del poema-objeto de los surrealistas: pequeños discos con aberturas que al girar permitían leer los versos de cuatro poesías: “El salto de la ola / más blanco / cada hora / más verde / cada día / más joven / la muerte”. La obra resultó un prodigio a cuatro manos. Pero para acercarse al genio de Octavio Paz hay que fijarse, casi tanto como en el resultado, en la chispa que estuvo en el origen de la idea: una publicidad de la compañía aérea TWA, banal como una revista de peluquería, invisible o indiferente para muchos otros pasajeros, pero perforada por la inmisericorde curiosidad del escritor y repensada como objeto artístico y poético una tarde de hastío en un aeropuerto.
Octavio Paz, el escritor absoluto
Octavio Paz, el menos mexicano de los escritores pero también el fundamental para el País, era un inconforme, “como el futbolista que quiere meter tod