“Truman (T): ¿Cómo está el creador de la bomba atómica?

Oppenheimer (O): En realidad fue una labor de equipo…

T: …Pero tú estás en la portada de Time… 

O: Me siento un poco preocupado… a veces siento que tengo sangre en mis manos…

T: La historia no recordará quién creó la bomba, sino quién tomó la decisión de usarla… Un gusto platicar contigo…

Al cerrar la puerta de la oficina oval…

T: …Ya no me vuelvan a traer aquí a ese bebé llorón…”.

Un diálogo (100% verídico) entre el Presidente Harry Truman y Robert Oppenheimer de la excelente película que seguramente estará entre las nominadas al Óscar. No dejes de verla. Imperdible.

Me llamó la atención este diálogo entre Truman y Oppie. Se suponía iba a ser una reunión celebratoria y terminó en un coraje presidencial.

Un coraje que para mí tiene una causa raíz: el científico no le dio su lugar a Truman. No le dio su lugar al jefe supremo.

El mero mero sintió que Oppenheimer lo vio para abajo.

¿El científico tenía sangre en las manos? ¡Ja! Una cosa es crear la bomba atómica y otra muy distinta usarla. El responsable era Truman.

Oppie le dijo esta frase a la peor persona posible. Recuerda esa frase que define a Truman: “The buck stops here”.

El Presidente es el último responsable.

Y si Truman (el CEO) pudo con el peso de la decisión, ¿por qué se quejaba tanto el departamento de manufactura?

A Oppenheimer le falló algo que es vital para cualquier empleado de cualquier organización: manejar el ego del jefe.

Veamos.

Antes que nada aclaro: no digo que Truman tuviera razón. Probablemente no la tenía. En el caso de la bomba nuclear (o de cualquier innovación épica) el departamento de manufactura es clave.

Hombre, sin la manufactura el CEO no se luce.

Eso es cierto, pero es irrelevante.

Porque el jefe es el jefe. Y el ego del jefe es el ego del jefe.

Segunda aclaración: manejar el ego del jefe no es lo mismo que convertirse en lambiscón. Tú sabes que yo vomito a los yes-men. Son un cáncer que promueve mediocridad y fracaso en cualquier ámbito.

Manejar el ego del jefe, entonces, no es decirle que sí a todo. No es apagar tu cerebro. No es callar cuando debes hablar. Y, por supuesto, no es echarle porras al rey cuando corre alegremente desnudo por palacio… sobre todo (OJO) si ese palacio es Palacio Nacional.

Por ahí no va la cosa.

Manejar el ego del jefe es otra cosa.

Es darle su lugar. Es no contradecirlo cuando no tengas que hacerlo. Es platicar en privado (cuando se pueda) si tienes ideas diferentes. Es incluir una solución junto con tu crítica. Es darle crédito (aparte, un buen jefe siempre lo tiene) por su rol en los triunfos.

Es ser humilde para dejar que él/ella se sienta grande. Es cuidar tus palabras cuando eres presa de emociones fuertes (como Oppie en la oficina oval). Es ser astuto al disentir. Es echarle porras cuando puedas (sin ser lambiscón, ¿eh?). Es siempre ser empático.

Es a fin de cuentas ser inteligente con la(s) persona(s) que puede(n) tener la mayor influencia en tu carrera. Porque en todos lados existen jerarquías. Y las jerarquías importan. Las jerarquías pesan.

Aquí ya les platiqué sobre los consejos del gran libro “Poder: Por qué unos lo tienen y otros no”, de Jeffrey Pfeffer, profesor de Stanford.

La recomendación más importante del libro es que para acumular poder, las relaciones importan tanto como el desempeño. Y una relación en particular: la de tu jefe.

Las relaciones con tus superiores son claves. Pfeffer recomienda entender bien lo que le importa a tu jefe. Pregúntale lo que le es más importante en tu desempeño. Invítalo a comer. Busca puntos de coincidencia. Etc.

Concluyo insistiendo: manejar el ego del jefe (y de nuevo, sin convertirte en lambiscón) es clave para avanzar en la política y los negocios.

Porque a fin de cuentas, si te corren de la oficina oval, te atascas.

O en términos de Truman: Un bebé llorón termina… llorando.

Posdata. Dice AMLO que “es un hombre de sentimientos”. Es cierto. Se siente grande, sabio, único y tocado de la mano de Dios. Se siente bordado a mano.

En pocas palabras…

“Si no te gusta el calor, salte de la cocina”.

Harry Truman

 

benchmark@reforma.com

Twitter: @jorgemelendez

Gsz

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