En el foro de Monterrey, Xóchitl Gálvez dijo algo breve pero que desata la imaginación: en lugar de tener a Pemex, tengamos un Emex. Suponemos que la idea es englobar la producción estatal de energía. EMEX suena bien.
El culto al petróleo como parte de nuestra soberanía no resistió la prueba del tiempo. En los setenta, el país pudo construir una catedral del petróleo porque el principal ingreso de exportación era ese y el mayor de los ingresos públicos también provenía de Pemex. Después de medio siglo eso se acabó.
Gracias a los tratados de libre comercio, los productos agropecuarios, al turismo y las remesas, la soberanía nacional está diversificada. Mientras el campo aporta más divisas por exportaciones de las que utilizamos para importar granos, ahora dependemos de la energía que viene del exterior, tanto de gasolinas, diesel, y sobre todo, gas.
De ser una “palanca para el desarrollo”, ahora Pemex es un lastre por su mala administración, falta de inversión en perforación y sus pérdidas constantes en refinación. Perdemos en casi todo y perderemos más con la refinería de Dos Bocas, cuya inversión planeada se duplicó.
EMEX o “Energías Mexicanas S.A. de C.V” podría convertirse en una empresa independiente con una visión de mercado abierta a la inversión pública y privada, con metas de rentabilidad y crecimiento. Ahí estaría el esfuerzo por conseguir una rápida transición a las energías renovables.
Imaginemos a Emex S.A. de C.V en manos de un mexicano preparado, talentoso y honesto como José Antonio Meade. En el momento que él, como director general, y un buen consejo de administración tomaran las riendas del sector energético del país, lo primero que pasaría -en un instante- sería el ahorro de cientos de millones de dólares por la reducción de intereses de la deuda pública de las paraestatales.
Cuando los mercados financieros ven que las empresas quedan en buenas manos, invierten con mayor confianza y eso reduce el precio de las deudas. Tan solo Pemex tiene una deuda de 107 mil millones de dólares. Con sus bonos perpetuos al 6.625 % en dólares, la empresa paga un 1.75 % más que bonos soberanos de reciente emisión por la Secretaría de Hacienda.
La deuda de Pemex al final de cuentas no es de la paraestatal sino de todos los mexicanos. Se pagará sí o sí. No hay otra salida. Si los inversionistas tuvieran la misma confianza en Pemex que en la deuda soberana, nos ahorraríamos 2 mil millones de dólares al año en intereses. Si una buena administración con apertura a todas las oportunidades de mercado se estableciera en Pemex y CFE, de inmediato
cambiaría el país.
Eso vale la percepción de confianza en los mercados. Los malos funcionarios cuestan sangre. Tan solo la incompetencia de Ignacio Ovalle en Segalmex costó por lo menos 10 mil millones de pesos.
¿Por qué nos sorprende que las petroleras del mundo hayan ganado como nunca durante los últimos 24 meses y Pemex siga atascado en la deuda más grande de todas las petroleras? La mala administración es la única respuesta. Exceso de personal, improductividad, corrupción y huachicol son algunos de los problemas a simple vista.
Costará mucho la transformación verdadera, pero tan sólo saber que pueda tener un cuadro administrativo de clase mundial, daría mucho aliento.
Gsz