La escena es perfecta. David Chase, el creador de Los sopranos, no pudo haberla escrito mejor. Al tiempo que el avión del traidor se desploma, el gángster se dirige a los suyos en un escenario operático para hablar de los valores comunes, del sacrificio que exige la causa y de la gloria esperada. Todos los comandantes se inclinan ante el poder incuestionable. Mientras el rumor de la muerte se propaga, el jerarca condecora a los leales. Pocos, en verdad, se sorprenden con el desenlace fatal. Todos sabían que temprano, el retador sería eliminado. No fue una reacción violenta e impulsiva desde la cúpside del poder, la que terminó con la vida del rebelde. Por el contrario, parece una acción calculada con frialdad mecánica. Al hombre que denunció con vehemencia el caos de la invasión en Ucrania, al hombre que ordenaba el avance de los rebeldes hacia Moscú, se le permitió un exilio dulce e, incluso, un encuentro con el hombre del gran poder que parecía una reconciliación. Pero el destino estaba trazado con ese acto de imperdonable rebeldía. Encerrado en una cápsula, el conspirador fue condenado a unos minutos de infierno antes de estrellarse con la muerte. El capo pronunciaría un elogio intimidante. Fue un empresario talentoso que cometió errores, dijo. El mensaje no necesita explicación. El error imperdonable es construir una base de poder independiente y creer que podría usarlo contra el emperador.
Yevgeny Prigozhin, como otros críticos de Putin encontró la muerte en condiciones misteriosas. Su vida fue tan extraordinaria como reveladora del régimen del que se sirvió y que seguramente terminó con su vida. Nació en San Petersburgo cuando todavía era Leningrado. Huérfano de padre desde los 9 años se crio en la calle, entre pandillas. Su escuela fue la cárcel, donde alcanzó la mayoría de edad. Entró a una prisión soviética y salió de una cárcel rusa. Recuperó la libertad cuando en su país esa experiencia significó el imperio de la corrupción y de la violencia. Al parecer fue una visita a Estados Unidos lo que prendió su imaginación empresarial. Vio carritos de hotdogs en la calle y decidió introducir la comida rápida en San Petersburgo. Pronto llegó a abrir una centena de quioscos de hotdogs. De la comida rápida brincó a los restoranes de lujo y a los casinos. Ahí empezó a codearse con la nueva élite económica y política que se formaba tras la caída del comunismo. Así conoció a un joven exalcalde de la ciudad, un antiguo espía de la KGB, un señor que se llamaba Vladimir Putin.
Entre ellos empezó a entablarse una relación de mutuos beneficios. El político concedía permisos y entregaba contratos a ese restaurantero que acumulaba negocios de todo tipo alrededor del poder. Si primero fue proveedor de alimentos para el ejército, luego sería el proveedor de servicios militares. Prigozhin sería la cabeza de una milicia despiadada y brutal con ligas directas con el jefe del Estado ruso. Al servicio de las políticas de Putin, el grupo Wagner es un ejército feroz. Wagner no combatía, asolaba. Un aparato militar que fue también un gigantesco conglomerado empresarial con presencia importantísima en África y otras zonas. Prigozhin fue el gran prestanombres, el gran encubridor de la violencia y los negocios de Vladimir Putin.
La biografía de Prigozhin, extraordinaria como es, resulta también expresión del caos y la corrupción que se apoderó de extensas zonas del planeta. Los servicios de protección que ofrecía Wagner a los países africanos sin gobierno impusieron un oren despiadado y expoliador. El comandante de un ejército en renta, el gerente de un corporativo multibillonario fue, durante prácticamente toda su vida, un personaje oscuro. Fue la invasión a Ucrania la que dio visibilidad a Prigozhin. El hombre tenebroso se convirtió en comandante de redes sociales, propagandista de sus crueldades y virulento detractor de militares.
Quien quiera escribir el retrato oscuro de nuestro tiempo podría hacer la inverosímil biografía de este hombre que se encumbró a punta de pistola y transas. Un hombre cobijado por el poder despótico que murió por el atrevimiento de desafiarlo.
Gsz