Ocho de los nueve candidatos del partido republicano se encontraron en el primer debate del proceso de primarias la semana pasada. Fue un debate contencioso, pero estéril. Todos los candidatos persiguen la sombra de Donald Trump, que mantiene una ventaja de decenas de puntos a pesar de enfrentar decenas de cargos criminales de la mayor severidad. Es una dinámica inédita en la política estadounidense, que normalmente castiga de manera implacable los deslices morales –ya no digamos la conducta criminal– de un político con aspiraciones presidenciales. En 1987, el demócrata Gary Hart, quizá la figura más atractiva del partido a finales de los años 80, perdió su carrera política cuando la prensa descubrió que Hart había estado involucrado en una relación extramarital. Hart no supo escapar de sus justificaciones y mentiras y desapareció del escenario político para no volver más. Historias como estas sobran en Estados Unidos, en ambos partidos. En 2006, el poderoso senador republicano George Allen usó un término racista durante un encuentro con votantes. El electorado se lo cobró caro: Allen perdió en su intento de reelección.
En el caso del partido republicano del 2023, las cosas parecen ser muy diferentes.
Donald Trump ha sido acusado de 91 cargos en cuatro casos distintos y su estatura dentro del partido que hoy domina no se ha erosionado. Al contrario. En una imagen casi risible, seis de los siete rivales de Trump por la candidatura que se presentaron al debate la semana pasada lo hicieron vestidos con el uniforme clásico trumpiano: traje oscuro, camisa blanca, corbata roja brillante. Solo el senador Tim Scott se atrevió a sumarle algo de color azul a la camisa. No es casualidad. Los republicanos enfrentan una encrucijada imposible: vencer a Trump sin antagonizar con su base de votantes ni con el propio Trump. ¿Cómo derrotar a un hombre cuando lo que conviene políticamente es adularlo?
A juzgar por lo visto por el debate de la semana pasada, los republicanos han optado por la emulación. El caso más emblemático es el de un político novato llamado Vivek Ramaswamy. De apenas 38 años, hijo de inmigrantes, Ramaswamy se hizo millonario invirtiendo en biotecnología. Es también un severo ideólogo conservador que pretende montarse en la guerra cultural contra lo “woke”, ese término ambiguo que algunas personas usan para describir a personas comprometidas con el cambio social, mientras que otras lo usan de manera negativa para describir a personas demasiado sensibles o políticamente correctas. En la contienda republicana, Ramaswamy se presenta como una especie de candidato anti-sistema irreverente que acusa al resto de los aspirantes de haber sido “comprados” o responder solo a intereses corporativos y corruptos. Ramaswamy tiene una aversión visceral contra la causa ucraniana en la guerra contra Rusia. En el debate acusó a sus rivales de ir a Kyiv a reunirse con “su Papa Zelensky”. Mantiene posturas radicales en la agenda social: el aborto, la migración y las armas. En suma, Ramaswamy pretende ser Trump para la generación siguiente.
Ramaswamy tiene muy pocas posibilidades de ser el aspirante presidencial y pocas también de ser elegido por Trump como su candidato vicepresidencial (los debates también sirven como audición para ese puesto, que no es intrascendente). Trump probablemente escogerá a una mujer para acercarlo al voto femenino, que le ha dado la espalda en las encuestas. Pero el crecimiento de Ramaswamy –ya está en tercer lugar, por debajo de Trump y de otro imitador del trumpismo, el gobernador de Florida, Ron De Santis– es un claro augurio de lo que vendrá en los próximos años dentro del partido republicano, que se ha contagiado del virus de liderazgo mesiánico y la política del resentimiento que perfeccionó Trump. El discurso del agravio no terminará con Trump. El temor siempre fue que, después de él, llegaran al escenario populistas más ágiles, más hábiles y mejor informados. Esa generación ya está dando sus primeros pasos. No hay duda: la corbata roja más brillante en el debate de Milwaukee era la de Vivek Ramaswamy.
@LeonKrauze
Gsz