Decía Lenin que hay días que cambian la historia y hay décadas que no pasa nada. Este va a ser un día que puede cambiar la historia.

De entre todas las frases que Marcelo Ebrard ha pronunciado desde la tarde del miércoles 6, cuando los dirigentes de Morena se aprestaban a anunciar que Claudia Sheinbaum se convertiría en su candidata, acaso estas sean las más significativas. Después se ha enredado en una mezcla de acusaciones y ambigüedades que, más que revelar una estrategia para confrontar a López Obrador, parecerían dar cuenta de su propia confusión. Y no es para menos: si en alguna parte de su mente sabía que este día iba a llegar -ille die, el ineluctable día del juicio-, y si casi todos los demás lo adivinábamos, se encuentra frente a uno de esos instantes que, si no definen la historia -no hay que ser tan grandilocuentes-, sin duda determinarán la suya.

Pocos episodios han encandilado tanto a historiadores y biógrafos -al menos a quienes le dan la razón a Toynbee y no a Tolstói- como aquellos en los que un líder se topa con esa disyuntiva crucial a la que lo ha conducido toda su vida: en palabras de Borges, “el momento en que un hombre averigua quién es, cuando se ve cara a cara consigo mismo”. Ese momento por fin le ha llegado: tras décadas de construir una carrera cuya única meta ha sido el poder -es decir, el poder absoluto y no el subordinado- hoy no tiene ya otra salida que optar entre abandonar ese anhelo o tomar una ruta incierta para continuarlo. En otros términos, su alternativa se tiende entre romper con quien ha sido su principal aliado político -y su némesis- para convertirse en el protagonista de su propio relato o asumir de nuevo su condición de personaje secundario en la trama que su antiguo jefe se ha encargado de escribir.

Si estuviéramos en la Inglaterra isabelina, su ordalía adquiriría dimensiones shakespeareanas: además de su propia duda, carga a sus espaldas las que su mentor, Manuel Camacho, se llevó a la tumba. Ebrard había sido su alumno y, en la turbulenta primavera de 1994, era su mano derecha; le tocó vivir en carne propia, pues, la frustración con que recibió el anuncio de que Carlos Salinas había elegido como sucesor a Luis Donaldo Colosio. Treinta años después, Ebrard ha hecho lo mismo que su jefe de entonces: dejarse llevar por una explosión de rabia y negarse a levantarle la mano a su rival.

Imposible que esa impronta no dé un sinfín de vueltas en su cabeza: la decisión final de Camacho de dar un paso atrás y pactar in extremis con Salinas provocó que ya jamás estuviera siquiera cerca de la silla presidencial. ¿Error? ¿Falta de arrojo? Dmitri Merezhkovsky afirmaba que a veces Napoleón se sumía en estados de sopor letárgico, la causa de sus grandes derrotas. Por las entrevistas que ha concedido en estos días, da la impresión de que Ebrard sufre un pasmo semejante y por ello se ha dado un respiro, hasta el próximo lunes, para al fin decidir -o no decidir, que es igual a decidir- su camino: para al fin darse cuenta de quién es.

Su relación con AMLO -como la de Camacho con Salinas- ha tenido siempre un matiz neurótico y perverso: creyéndose su igual, se ha sometido a sus designios con la esperanza de suplantarlo. Un deseo, semejante al del amante despechado, depositado siempre en el porvenir. Por desgracia, ese futuro se ha vuelto presente. A cualquier observador ajeno le extraña que Ebrard no lo haya visto antes, que se haya engañado lo suficiente como para no contar con un plan claro en este punto, pero a veces no es tan simple darse cuenta de lo obvio: jamás tuvo posibilidad alguna.

Si a la postre busca la reconciliación con López Obrador -quien ha respondido a sus reclamos como el padre que sonríe ante los berrinches de un niño pequeño-, acaso obtenga privilegios momentáneos que oscurezcan o compensen esta nueva humillación; si, en cambio se obstina en ser candidato por Movimiento Ciudadano, muy probablemente se dirigirá hacia otra derrota, pero al menos esta vez no dependerá de nadie excepto de sí mismo. El lunes sabremos si en efecto será el día en que cambie la historia o al menos su modesta y emblemática historia.

@jvolpi

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *