Mientras escucha música instrumental de Star Wars con unos audífonos, El Puré se gana la vida haciendo malabares de fuego en la avenida Juárez, en Pachuca.
El Puré, todo coordinación de manos, perdió el miedo al fuego. Dibuja espirales, flores y tréboles, hace trucos, movimientos laterales, líneas y círculos de fuego.
Dos bólidos empapados en gasolina y luego envueltos en llamas gravitan alrededor de su cuerpo delgado, forman una circunferencia de lumbre que se expande o se contrae de acuerdo con los movimientos precisos de los diestros brazos de El Puré, quien viste una playera y pantalón negros.
Es de noche. El escaso y débil alumbrado público, los temblorosos faros de los automóviles, las luces de la ciudad, los tristes semáforos de la calle deciden el ir y venir de lo cotidiano que concluye. El ocaso de una jornada laboral. Todo resalta el arte de El Puré.
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Cuando habla, mueve las manos y alza la voz en los momentos en que debe recalcar lo que dice, llamar la atención hacia algún punto imaginario, resaltar su forma de pensar.
Una cadena quizá metálica alrededor del cuello, el cabello corto a los costados, la voz templada después de años de sobrevivir en la calle, en la furia de la ciudad.
Una mochila, así como recipientes con agua y gasolina, permanecen en la banqueta mientras realiza su arte.
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Víctor Manuel Olvera Chavarín enciende dos trozos de pantalón de mezclilla empapados en gasolina, sujetos con alambres y unidos a un par de cadenas que se usan para sacar a pasear a los perros. Cuidado, porque salpica, advierte.
El incendio que oscila de sus manos lo coloca sobre el asfalto y forma dos líneas de lumbre que azuza el viento. El Puré camina entre el incendio. Así inicia la función en lo que dura el alto, escasos minutos, a unos pasos de la glorieta de los Insurgentes.
Después da vuelta y las cadenas giran atrás, adelante, a los costados de El Puré cuya cara de expresión seria permanece iluminada por el fuego, siempre peligroso y cerca. Su rostro se vuelve amarillo y luego gris y oscuro conforme acaba su actuación callejera.
Ahora la llama se consume y en su lugar el humo rodea al Puré, quien recibe las monedas que los automovilistas le entregan previo a reiniciar su viaje. Así su día de trabajo.
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-¿Por qué me dicen El Puré?-
Pues mira, te voy a platicar. Una vez mi hermana me dijo, si tú vas a grafitear, porque antes lo hacía, que sea algo que te defina como persona.
Entonces Puré significa cuatro cosas para mí. Persona. Única. Responsablemente. Excepcional.
Hoy trato de darle valor a mi sobrenombre. Pasaron los años y la gente me llama así: Puré.
Mi mamá me dice Purecito, mi novia también. De cierta forma te vas acostumbrando. Ese es mi nombre artístico.
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Víctor Manuel Olvera Chavarín creció en la López Mateos, en Pachuca, pero se fue a Guadalajara de donde acaba de regresar.
Desde hace 15 años practica el arte escénico, hasta que se convirtió en un hábito. También utiliza la espada de fuego y el kendo.
Estoy aquí más por gusto que por necesidad. Al final de cuentas me encanta, mi trabajo es lo que habla de mí”.
Dice que sus suertes no son perfectas pero procura que salgan bien en los semáforos, para que los automovilistas lo apoyen sin presión alguna. Si bajan la ventanilla, se acerca; en caso contrario, sigue derecho.
Mi trabajo es como un tipo de ambientador. Ahora, bendito sea Dios, me presento en la feria de Venta Prieta del 15 al 17 de septiembre”.
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En el cerro de Cubitos, El Puré golpea las plantas con un palo de escoba, como si fuera un niño loco.
Desde aquellos tiempos, al Puré le gustan las películas de Star Wars y piensa que a esa edad sus diversiones no fueron como las demás.
Ahí tomé el gusto por la espada y con el paso del tiempo aprendí otras cosas como malabares con fuego”.
Ahora, al Puré lo contratan para quince años, fiestas infantiles y bodas, además de practicar en los semáforos.
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Si es peligroso. Me he quemado el cabello. Si puedes enfocar, mira, vengo vendado de las manos, ya que las cadenas, a la hora de hacer los malabares, me estiran la piel.
Como enrosco las cadenas en mis brazos, llega el alambre caliente y me quema. Entonces, lo que busco es proteger mi cuerpo.
Con una quemada no pasada nada. Pero como laboro diario, de cierta forma tengo que aprehender a cuidarme.
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Víctor Manuel Olvera Chavarín dice que utiliza la psicología inversa.
Les digo: amigos, amigos. El que me regale un carro me cae que dejo de trabajar y la gente se me queda viendo como diciendo y ahora a este loco qué le pasa”.
Trata de decir una broma para obtener una sonrisa durante sus números y lo apoyen con unos centavos.
Entro en un personaje diferente y me proyecto en el semáforo. Si hubieran sacado un sable en la película de Star Wars, yo sería el mejor jedi”.