De Julio César Zamudio Villagómez
Todo sucedió allá por el año de 1857, cuando empezaban a construirse las presas y sus compuertas. Había un grupo de pescadores que se hacían llamar los tritones. Su líder, un muchacho delgado, alto y con una voz de poder, se llamaba Nicolás. Un día estaban pescando cuando les empezó a ganar la noche, por lo que decidieron acampar a orillas del río porque esperaban obtener un muy buen botín de pesca. Mientras cenaban alrededor de una gran fogata y contaban historias de terror, uno de los muchachos les comentó que sabía de una historia muy interesante que se originaba en el mismo río donde estaban pescando. Todos los amigos se sintieron muy intrigados y le pidieron que la contara.
Cuentan que un día un señor se encontraba nadando en el río cuando se percató de que unos chasquidos llegaban desde el otro extremo del río. Al voltear vio que estaba un viejecito mirándolo fijamente, al señor le entró la intriga por aquel hombre y se quedó viéndolo también.
Se percató que el viejito se estaba quitando las piernas. Para él fue algo sorprendente porque vio que no le causaba dolor, a lo que así y de un momento a otro el señor se metió al río. El hombre vio que el viejito no salía y pensó que estaría en peligro de ahogarse, por lo que acercó su balsa para ayudarlo, pero no lo encontraba. De repente, lo vio sobre una piedra en medio del río.
El viejo lo miraba con una gran sonrisa y le dijo que se acercara. El señor se acercó y le preguntó cómo podía hacer eso, por qué no se había ahogado. Le respondió:
-Hijo mío, no me ahogo porque soy el chan del agua.
-¿El chan? -preguntó el hombre.
-Así es.
El hombre se sorprendió al ver que la imagen del viejito cambiaba, su rostro se convertía en una cara de caballo. Trató de huir, pero no podía porque su cuerpo estaba paralizado. Y el viejito con cara de caballo le dijo: “No tengas miedo. Podrás irte siempre y cuando me ganes en un juego de póquer. Si ganas, eres libre, pero si pierdes te quedarás aquí conmigo para siempre como castigo”.
El señor decidió aceptar la apuesta con aquel viejo y de repente se empezó a secar el río, en el fondo había una cueva donde ambos entraron. Adentro era un lugar muy tenebroso, había pedazos de hombres por todos lados, lo que le causó mucho temor. Al final de la cueva estaba una gran mesa donde se encontraban varios demonios sentados esperando a que llegara el viejo. Al verlos, los demonios empezaron a decir sus nombres y el motivo por el que se encontraban allí. Al terminar las presentaciones dirigieron sus miradas al recién llegado que los miraba con mucho temor, le ofrecieron asiento y empezaron a jugar póquer.
Así hasta llegar a una mano muy especial, el todo por el todo, donde incluyeron a su nuevo amigo recién llegado. Para su sorpresa vieron que no sería fácil ganarle en el juego. Los demonios se acercaron al chan del agua y le dijeron:
-Jefe, este hombre es muy bueno a la hora de jugar. ¿Cómo le podremos ganar?
Entonces decidieron hacer trampa para que se quedara a acompañarlos por toda la eternidad allí, pero el hombre muy inteligente, volvió a ganar. El chan molesto aceptó la derrota por aquel hombre y le pidió explicar por qué siempre ganaba, a lo que respondió.
-Es muy simple, al ver tus ojos veo el reflejo de las cartas, igual en los de tus demonios, para mí eso fue una ventaja.
El chan quedó sorprendido al oír la respuesta y aceptó su derrota:
– Hombre, eres libre porque fuiste audaz al vencerme y por eso te dejo.
El hombre agradecido contestó:
-Oye, ¿podrías hacerme un gran favor?
El chan aceptó y el hombre le pidió no molestar a los que visiten el río, pues son personas buenas y merecen disfrutar de ese gran río y de toda su naturaleza. El chan decidió internarse en su cueva, pero antes de desaparecer gritó:
-Tú ganas, los voy a dejar en paz, pero me les seguiré apareciendo para que mi nombre perviva: generación tras generación hablarán de mí.
Dicho esto desapareció, tras lo cual el hombre decidió regresar a su hogar para contar lo que había pasado.
Entonces, Nicolás, el jefe de los tritones, pregunta si la historia era cierta porque no había aparecido nada esa tarde ni durante la noche. Cuando, de repente, voltea al río y allí en una piedra se encontraba el chan del agua riéndose muy fuerte:
-¡Incrédulos, sigan pensando que no existo! Pero un día estarán conmigo…
Al ver los muchachos aquel monstruo con cara de caballo, huyeron despavoridos dejando atrás su gran botín de peces. El miedo pudo más con ellos.
Se sigue contando que en aquel río todavía ronda la presencia del chan del agua, que sigue esperando reclutar a más demonios y almas que puedan acompañar su larga travesía por esas aguas misteriosas. FIN
DAR