Mitt Romney se retira del Senado. Estas son malas noticias. Como lo revelan extractos de una biografía próxima a publicarse, Romney tiene una gran claridad sobre lo que le ha sucedido a su partido y, si lo que dice es cierto, es una muestra de valentía en comparación con sus colegas que comparten su horror, pero se muestran reacios a expresarlo.

Sin embargo, algunos de los comentarios que he visto sobre Romney se acercan a la hagiografía, algo que no merece. Es bueno ver a Romney expresarse ahora, pero el partido que está criticando es en gran parte un monstruo que personas como él ayudaron a crear.

Porque la historia básica del Partido Republicano, desde la década de 1970, es la siguiente: los defensores de las políticas económicas de derecha, que redistribuyeron el ingreso de los trabajadores a los ricos, intentaron vender su agenda explotando la intolerancia y la animosidad social. Tuvieron un éxito considerable con esta estrategia. Pero, al final, los extremistas que pensaban que estaban utilizando, terminaron liderando el partido.

Antes de entrar en eso, permítanme abordar el mito generalizado de que Romney perdió las elecciones de 2012 porque fue víctima de una campaña de difamación y que la maldad demócrata radicalizó al Partido Republicano, allanando el camino para Donald Trump.

Si recuerdas las elecciones de 2012 (yo sí, ciertamente), sabrás que los demócratas retrataron a Romney como un plutócrata cuyas políticas perjudicarían a los estadounidenses comunes y al mismo tiempo enriquecerían a los ricos. Y esa descripción fue… completamente cierta.

En particular, Romney fue un enérgico opositor de la Ley de Atención Médica Asequible (ACA, por su sigla en inglés), también conocida como Obamacare, que se promulgó en 2010, pero no entró en vigor plenamente hasta 2014; una posición en especial cínica ya que Obamacare era muy similar a la reforma sanitaria que el propio Romney promulgó como gobernador de Massachusetts. Si hubiera ganado en 2012, casi con toda seguridad habría encontrado la manera de bloquear la implementación de la ACA, lo que a su vez habría significado bloquear la gran reducción en el número de estadounidenses sin seguro médico después de 2014.

Pero volvamos a la historia del Partido Republicano. Durante una generación después de la Segunda Guerra Mundial (a la que Trump dijo recientemente que Joe Biden podría llevarnos), todavía éramos una nación moldeada por el legado del “New Deal”. Durante el gobierno de Dwight Eisenhower, la tasa impositiva para los estadounidenses con mayores ingresos era del 91 por ciento y aproximadamente un tercio de los trabajadores estadounidenses estaban sindicalizados.

Y los republicanos aceptaban en gran medida esa realidad. En una carta a su hermano, Eisenhower escribió: “Si algún partido político intentara abolir la seguridad social, el seguro por desempleo, así como eliminar las leyes laborales y los programas agrícolas, no se volvería a oír hablar de ese partido”; si bien hubo algunos conservadores que pensaban diferente, “sus números son insignificantes y son estúpidos”.

Sin embargo, a partir de la década de 1970, el Partido Republicano pasó a estar cada vez más dominado por personas que sí querían revertir el legado del “New Deal”. Los ataques frontales a programas importantes, como el intento de George W. Bush de privatizar la seguridad social en 2005 y el intento de Trump de demoler la ACA en 2017, generalmente fracasaron y fueron rechazados por los votantes; los demócratas retomaron la Cámara de Representantes en 2018 en gran parte debido a la reacción contra el ataque de Trump al Obamacare. Pero las tasas impositivas en los niveles más altos cayeron considerablemente, el poder de los sindicatos se quebró y la desigualdad de ingresos se disparó.

¿Por qué los republicanos no pagaron un alto precio político por su duro giro a la derecha? En gran parte porque pudieron compensar la impopularidad de sus políticas económicas a través del aprovechamiento de las fuerzas del conservadurismo religioso y el antiliberalismo social: la hostilidad hacia los no blancos, los estadounidenses de la comunidad LGBTQ, los inmigrantes y más. En 2004, por ejemplo, Bush hizo de la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo un tema central de su campaña, solo para declarar después de las elecciones que tenía mandato para el intento antes mencionado de privatizar la seguridad social.

Los grandes donantes intentaron una jugada similar cuando invirtieron dinero en la campaña de DeSantis a principios de este año. Es dudoso que compartieran la obsesión de Ron DeSantis por sus políticas antiprogre, pero pensaron (erróneamente, al parecer) que podría ganar en cuanto a temas sociales y, luego, aplicar recortes de impuestos y gastos.

Pero, al final, las fuerzas que los conservadores económicos intentaban usar terminaron utilizándolos a ellos. Esto no fue algo que sucedió repentinamente con la candidatura de Trump; las personas que piensan que el Partido Republicano cambió de forma repentina olvidan cuán frecuentes ya eran las locas teorías de conspiración y la negativa a reconocer la legitimidad de las victorias electorales demócratas en la década de 1990. El dominio actual del MAGA (sigla del eslogan “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”) representa la culminación de un proceso que ha estado presente durante décadas.

Y en su mayoría, los políticos republicanos que probablemente ni eran extremistas siguieron la corriente. Durante un tiempo, esto pudo deberse a que el MAGA todavía generaba bienes económicos de derecha. Tengamos en cuenta que, a pesar de todo lo que se habla de “populismo”, el principal logro político de Trump fue un gran recorte en los impuestos corporativos. Pero los republicanos no extremistas también, y cada vez más, cedieron por miedo: miedo por sus carreras y tal vez incluso por su seguridad.

Es mérito de Romney que finalmente haya alcanzado su límite. Pero lo hizo demasiado tarde en el juego, un juego que gente como él básicamente inició.

@PaulKrugman

HLL

 

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