Con una acendrada obsesión me declaro a través de este escrito como un maniático del aseo en toda proximidad de mi entorno personal. Ignoro con precisión qué, cuándo, cómo, porqué y dónde se acentuó sobre la conciencia de su servidor una especie de maniqueísmo higiénico perdurable. Recuerdo que, de infante y sobre el amanecer, ya me tocaba barrer la calle del domicilio familiar en un Acámbaro de calles empedradas blandiendo una pesada escoba de vara. También me ocupaba tempranamente de asear jaulas de pájaros, ir a comprar el atole, regar numerosas macetas de casa… y todo, claro, antes de acudir de forma puntual al colegio. 

Ya con una octogenaria edad a cuestas y un ánimo algo disminuido me alegra el hecho de que la pulcritud no haya abandonado mi espíritu a lo largo de lo vivido ni la forma de mirar mis espacios circundantes. Recogiendo, trasladando o guardando todo aquello que impide el orden y la tranquilidad de mi conciencia he estado con un buen nivel de satisfacción personal, exigencia comunitaria y la muy delicada profesionalidad. Sin causarme molestia alguna no tengo limitaciones para recoger desechos que aparecen en la vecindad que frecuento: recojo papeles, envases, flores y hojas ajadas de buganvilias, flamboyanes, jacarandas, pomarrosas o lluvias de oro; y, claro sé de las asepsias personales que deben acompañar a esas tareas y de las precauciones físicas obligadas como las de flexionar las rodillas para agacharse con segura propiedad.

Mi forma de hacer las cosas, sin duda alguna, raya las fronteras de lo que se puede calificar como una “monomanía inocua”. Sin embargo, delante de la nociva práctica de “usar y tirar” que ahora caracteriza a buena parte del habitante humano, sabemos de la indeseable proliferación de materiales sintéticos y no biodegradables sepultados entre fosas terrestres, fondos marinos e irrespirables atmósferas. Quizás usted, estimado lector, se percate de la gran diferencia que existe entre lo imperioso del esfuerzo por conseguir lo necesario para una vida sana, contra el escaso tratamiento del interés sobre los materiales de desecho. Y, así pues, ahora que se empieza a manejar la opción de escudriñar los astros del espacio interestelar en donde la especie nuestra pudiera tener cabida, claro que es bueno preguntar si también habrá rincones para llorar sobre el planeta pasado o para rezar un réquiem por todo lo desperdiciado.

Comentarios a: femacswiney@hotmail.com

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