Por: Jacinto Rodríguez Munguía y Susana Zavala / Quinto Elemento Lab en exclusiva para AM Guanajuato
Segunda de dos partes
Los años dorados de la DFS se ubican en momentos muy identificables: los años sesenta, setenta y principios de los ochenta. El surgimiento de movimientos guerrilleros luego de la matanza de Tlatelolco 68 le permitió a la CIA nacional desplegarse a sus anchas en un territorio nacional marcado por la oscuridad y la ilegalidad.
La preservación de la “Patria” y la necesidad de afrontar supuestas conjuras comunistas que colocaban en riesgo al sistema político mexicano fueron los pretextos para que la DFS ejecutara el exterminio de quienes desafiaron con las armas al régimen del PRI.
Las operaciones clandestinas de la agencia encontraron un punto de quiebre a principios de los años ochenta con dos asesinatos de alto impacto en los que estuvo implicada la estructura de la DFS, como ya lo estaba en el incipiente negocio del narcotráfico: la ejecución del influyente columnista Manuel Buendía (30 de mayo de 1984) y la tortura y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena (9 de febrero de 1985).
Un documento de esa época final, hasta ahora inédito y obtenido por Quinto Elemento Lab, revela en 29 páginas una radiografía muy detallada de la DFS de esos años y de toda la infraestructura y el aparato logístico con que contaba.
Ahí, de manera inesperada, aparece en un lugar prominente el grupo de muchachos consentidos de Nazar Haro. El C-047 se ubica jerárquicamente apenas abajo del director de la DFS y de sus asesores.
Elaborado en junio de 1984, el documento muestra las entrañas operativas de ese aparato de espionaje. El grupo especial C-047 había sobrevivido a su creador, quien dejó de formar parte de la DFS en 1982.
José Antonio Zorrilla Pérez, el entonces director de la policía política, avalaba el reporte, cuyo fin era solicitar un mayor presupuesto para 1985, sin saber que poco después sufriría el coletazo del impacto causado por la tortura y homicidio de Enrique Camarena, en el que sus agentes tendrían un papel destacado.
La descomposición se aceleró el 30 de mayo de 1984, cuando Rafael Moro Ávila, sobrino nieto de un expresidente y uno de los elementos destacados de la DFS, se acercó por la espalda a Buendía, el columnista más influyente de la época, le levantó la gabardina negra y ahí, en plena avenida Insurgentes Centro, lo ejecutó.
Las plantillas de personal incluyen columnas con datos específicos: los nombres de los departamentos, el número de elementos que los conformaban; el nombre, función, categoría de cada uno de los integrantes de la nómina (director, jefe de departamento, agente); clave del Registro Federal de Causantes, sueldo que percibían y compensaciones económicas.
Por ejemplo, el director Zorrilla Pérez, quien después sería encontrado culpable de haber participado en la planeación del asesinato de Manuel Buendía, percibía como sueldo directo anual poco más de 685 mil pesos y se pedía una compensación adicional de 470 mil pesos, lo que daba un aproximado de más de un millón de pesos de esos años.
Entre los cuadros estadísticos, se encuentra uno que aporta pistas para ubicar el contexto del documento. En un diagrama de barras se describe cuál había sido el incremento en recursos humanos (personal) entre 1977 y 1983. De acuerdo con este esquema, se habría multiplicado rápidamente: de 459 a 3 mil 008 integrantes. Poco más de 3 mil agentes de la DFS repartidos en todo el territorio.
En la primera hoja del documento, aparece la columna de agentes del C-047. A la cabeza, con el cargo de comandante se lee el nombre de Félix Martín Lozano Rangel, seguido de Fernando de la Sota Rodallaguez. Luego, decenas más hasta llegar a 35 elementos. Entre todo el equipo, una sola mujer: Amalia Jaimes Corona.
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El C-047 había sobrevivido hasta el último día de la DFS. A partir de los documentos, además del testimonio de dos ex agentes de esa policía que pidieron resguardar su nombre, se puede elaborar un perfil del tipo de trabajo que realizaban los agentes del grupo.
Entre muchos de los papeles rubricados con la clave del C-047 se encuentra el registro minucioso de las salidas e ingresos de extranjeros a través del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
La vigilancia de extranjeros era una de las tareas más comunes que realizaba la DFS. De acuerdo con el libro Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia oculta de la CIA, estas actividades formaban parte de una colaboración entre la DFS y la CIA conocida en la nomenclatura de las operaciones de la agencia estadunidense como “LIFIRE” para vigilar a quienes volaban a Cuba: “En el aeropuerto de la Ciudad de México, Anne Goodpasture regularmente recogía el producto de un programa conjunto con las fuerzas de seguridad mexicanas conocido como LIFIRE, manifiestos de pasajeros y fotografías de los pasaportes de los simpatizantes que viajaban a la isla”.
Decenas de miles de reportes se generaron sobre pasajeros que entraban y salían del aeropuerto. Observar y seguir a los extranjeros era una de las principales funciones del C-047.
Sergio Aguayo confirma el interés particular que la DFS tenía por la información relacionada sobre los grupos guerrilleros de América Latina y, en particular, por los temas relacionados con Cuba.
“Los teléfonos de ciudadanos rusos, cubanos y polacos, estaban permanentemente intervenidos; se fotografiaba a toda persona que entraba y salía de la representación diplomática. Lo mismo se hacía en el aeropuerto internacional con los viajeros entre México y La Habana… En una casa ubicada en la calle de Shakespeare, en Polanco, los agentes de la DFS entregaban a la CIA los informes de dichos seguimientos e, incluso, en esa casa estaba una base de seguridad integrada por entre 10 y 20 agentes de la DFS al servicio de la CIA”, escribió el especialista en su libro La charola.
Un ex agente de la DFS consultado para este trabajo recuerda que una de sus tareas era vigilar el ingreso de extranjeros en el aeropuerto internacional y luego darles seguimiento. “Me tocó ir al hotel Versalles, que ya no existe, cerca de la Secretaría de Gobernación, a apoyarles para vigilar a un grupo de visitantes bajo el control de Gobernación. Era un grupo árabe-palestino, muy importante; nosotros hacíamos labor de vigilancia, incluso con los asilados”.
La salida de mexicanos al exterior también era monitoreada de manera cercana. Hacia fines de 1969 el equipo del C-047 detectó a un grupo de estudiantes que viajaba a la Universidad Patricio Lumumba, en la entonces Unión Soviética.
En ese momento, no lograron saber mucho de los 60 estudiantes que volaban a Moscú; sólo que viajaban becados con el respaldo del Instituto Cultural Mexicano-Ruso.
Una vez detectado el grupo, los agentes hicieron su reporte correspondiente. Otras áreas de la DFS daban seguimiento y armaban un mapa más amplio de información sobre lo que consideraban la radiografía de la subversión.
Los archivos de la DFS consultados muestran cómo operaba el mecanismo de espionaje y vigilancia. Un reporte sin fecha localizado en el Archivo General de la Nación puntualiza sobre los viajeros a Moscú: “A finales de 1969 y principios de 1970, los mexicanos que se encontraban estudiando en la Universidad Patricio Lumumba, de Moscú, Rusia, Fabricio Gómez Sousa, Alejandro López Murillo, Candelario Pacheco Gómez, Camilo Estrada Luviano, asesorados por sus consejeros de Clase, buscaron la forma de hacer contacto con la Embajada de Corea del Norte en Moscú, en la que consiguieron una oferta para 50 estudiantes mexicanos, los que recibirían entrenamiento de guerra de guerrillas, con duración de seis meses, pagando el gobierno de Norcorea los gastos…”.
El documento incluye cuando menos 36 nombres, con un registro que seguía las normas de clasificación de la DFS y que indicaba que cada uno de ellos ya tenía su respectivo expediente.
El #1: El Güero Lozano
Minuto 6:16. Capítulo IV. Toma en plano general de Así era la DFS: el hombre, de unos 50 años, camina hacia la cámara. Camisa azul, sin barba y con una pequeña bolsa en las manos. Un corte abrupto de edición: el mismo hombre batalla al tratar de colocarse bigote, barba y peluca postizas; lentes y corbata. En unos segundos, se ha transformado.
Voz en off del narrador: “Es preciso, para que los agentes no sean descubiertos, cambiar su fisonomía cuando asisten a eventos de los sujetos investigados, aquellos elementos que ya tiene un contacto personal con estos…”.
El personaje que transforma su imagen, lo que era una práctica común en los espías de esa época, es Félix Martín Lozano Rangel, mejor conocido como El Güero Lozano.
Las huellas de El Güero Lozano fueron diluyéndose en los laberintos de la desmemoria. Para quienes lo conocieron de manera cercana, fue el hombre de todas las cercanías de Nazar Haro, quien le tenía confianza plena y encargó la dirección del C-047.
En los archivos de la DFS existe una colección de fotografías de sus agentes. Son fichas de nómina y tarjetas administrativas del personal adscrito. Corresponden a los años 1971-1972.
Entre las imágenes, se encuentra la que corresponde a Félix Lozano Rangel. El copete le hace un ligera curva sobre la frente; ningún cabello se encuentra fuera de lugar. Bajo sus tupidas cejas, los ojos se ven más pequeños de lo que quizá eran.
“Él es Félix Martín Lozano”, confirman dos ex agentes cuando miran la foto y la imagen del video.
Los testimonios escritos y personales dejan ver con claridad que el jefe de los agentes consentidos de Nazar Haro llevaba la compleja responsabilidad de la comunicación con las agencias estadunidenses de espionaje.
Esa relación “se gestionaba por medio de un cómico y fantasioso departamento crípticamente llamado C-47, contraparte de la CIA y de la embajada en general. El departamento estaba constituido por una sola persona: El Güero Lozano”, escribe Jorge Carrillo Olea, ex director del Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional (Cisen), el organismo creado tras la extinción de la DFS, en su libro Torpezas de la inteligencia.
De la historia de Félix Martín Lozano no existía ningún rastro público, nada que lo vinculara con la DFS y menos con el C-047. Hasta ahora, que se han localizado los documentos que se publican junto con este texto.
El Güero cumple 90 años en 2023 año. Y lo más probable es que sus historias como comandante del C-047 se vayan con él.
Ayatola torturador
Uno de los ex agentes de la DFS que accedió a hablar con el equipo de periodistas recuerda que en una de las sedes de la DFS existía un área a la que llamaban La disco. Dependía del C-047 y la operaba un personaje apodado El Ayatola, un árabe alto, muy delgado y muy culto, que hablaba varios idiomas.
“El creó esa área, La disco. Era un lugar de tortura profesional. Cuando torturaba a alguien, lo único que se escuchaba era la música de esos años, música disco, y la que se conoce todavía como sicodélica. Una de sus torturas preferidas era la falanga. Consistía en aplicar golpes muy bien calculados e intermitentes con una tabla sobre la planta del pie; despacio, ni fuertes ni violentos; tan suaves que el torturado apenas lo percibe, pero termina fracturándote las rodillas”.
Esa práctica era una de las empleadas recurrentemente por el ejército y los agentes de la DFS en su lucha contrainsurgente. De hecho, un informe de Amnistía Internacional de 1980 denunciaba que la falanga o falka se seguía aplicando como método de tortura.
José Luis Moreno Borbolla, miembro de la Brigada Roja de la Liga Comunista 23 de Septiembre, describe cómo se la aplicaron. “Me amarraron a una tabla para meterme en un abrevadero para caballos, el famoso pocito, combinado con toques eléctricos en todo el cuerpo, además de golpearme con una tabla las plantas de los pies”, recuerda en su libro Testimonios de la guerra sucia.
Edward Peter, autor de La historia de la tortura, describe así este método: “El azote continuo de las plantas de los pies (…): cada golpe se siente no sólo en las plantas, que se arquean dolorosamente cuando el palo aplasta los delicados nervios de las plantas de los pies; el dolor se dispara a lo largo de los músculos de la pierna y explota a través de la parte posterior del cráneo. Todo el cuerpo sufre y la víctima se retuerce como una oruga. Se reduce el movimiento de los tobillos, pies y dedos de los pies. En la mitad de los casos examinados, las secuelas crónicas de la falanga permanecieron entre dos y siete años”.
En una ocasión, uno de los jefes de la Brigada Blanca escuchó los aullidos que salían de La disco y le dijo a uno de los ex agentes:
–Diles que se dejen de mamadas, que nos den a ese güey.
–No, jefe, venga, le explico lo que les hace.
–¿Y para qué le hacen tanto a la mamada?
–Pues para obtener lo que quieren saber…
–Dile que te lo den, nosotros le sacamos la información.
El ex agente explica a los reporteros que El Ayatola hacia cosas más sofisticadas, de alta escuela. Era seguro que quien cayera en La disco la iba a pasar mal. “Hablaban porque hablaban. Metían y sacaban detenidos, estaba en la planta baja, apartado, restringido el acceso”.
Un día, cuenta, le pregunté a El Ayatola qué sentía cuando atormentaba a sus víctimas. “¿Qué sientes cuando aplicas esas torturas? ‘Deja de preguntar mamadas’. Esa fue su respuesta”.
–¿Qué pasó con El Ayatola?
–Tomaba café como loco y fumaba muchísimo. Y luego se comenzó a hacer bolas porque se hizo adicto a la cocaína. Se acababa todo su dinero en drogas e incluso un día, urgido de dinero, le robó un reloj al comandante Juventino Prado Hurtado, el jefe de la Brigada Blanca. Le ha dado una madriza.
* Quinto Elemento Lab es una organización periodística independiente, sin fines de lucro, que alienta y realiza reportajes de investigación en México.
COORDINACIÓN Y EDICIÓN: Ignacio Rodríguez Reyna
ILUSTRACIONES: José Quintero
DISEÑO Y DESAROLLO: Isaac Ávila Ramón Arceo y Emmanuelle Hernández
ANIMACIONES: Francisco López
POSTPRODUCCIÓN DE VIDEO: Iván Cerón
HLL