El sábado 7 de octubre Hamás cambió el rumbo del mundo. Para entender por qué, hay que volver a la historia de persecución milenaria del pueblo judío y el significado ineludible que tiene una matanza como la que ocurrió en el sur israelí, inédita en la historia del país y solo comparable con los horrores del Holocausto.

Un poco de contexto.

En 1903, en el suroeste de Rusia, ocurrió una matanza de judíos que también marcó la historia. 49 judíos fueron torturados y asesinados solo por el hecho de ser judíos.

Ese pogrom, como se les conoce a los ataques de este tipo a lo largo de la historia, estableció un parteaguas en la historia judía, incluido un capítulo del desarrollo del sionismo, que supone -antes que nada- que el pueblo judío requería una tierra propia donde poder vivir y defenderse de este tipo de ataques, repetidos ad nauseam desde hace milenios.

Ataques -no sobra recordarlo- solo POR EL HECHO de ser judíos, incluido el Holocausto, donde murieron seis millones de personas, incluidos un millón de niños (invito al lector a hacer una pausa y reflexionar sobre esas dos cifras).

Hace una semana, terroristas de Hamás mataron a 1,300 personas en el primer pogrom desde la Segunda Guerra. La intención específica de los terroristas era violar, secuestrar, matar judíos, sí, por el hecho de ser judíos (esto no lo digo yo, está en los preceptos fundacionales de Hamás: la aniquilación explícita del pueblo judío).

En Kishinev murieron 49 judíos. En Israel, el sábado y los días posteriores, murieron 1,300.

El ataque cambiará la región, y el mundo, de manera impredecible. El tiempo quizá logre explicar por qué Hamás optó por un despliegue de barbarie como este. ¿Sabotear, con la anuencia y el respaldo iraní, el acercamiento israelí con Arabia Saudita? Puede ser. Lo cierto es que el mundo ha cambiado.

Por lo pronto, lo que queda es duelo y la inevitable conclusión de que la espiral de violencia gana impulso de ambos lados.

En estos días, en los que abunda la descalificación, la violencia argumentativa y los prejuicios de la peor calaña, he regresado a leer un par de libros fundamentales, uno de ellos es Mi Tierra Prometida, del escritor israelí Ari Shavit.

Es un libro elocuente y balanceado, que hace el recuento “del triunfo y la tragedia de Israel”.

En un capítulo particularmente importante, Shavit recuerda su experiencia, a principios de los 90, como soldado israelí en Gaza. Describe con dolor los abusos que presenció ahí. Critica severamente, y de manera justificada, los excesos inexcusables de su gobierno.

Pero luego narra lo que ocurrió después de los acuerdos de paz de Oslo, cuando, antes que la voluntad de progreso civilizatorio, las autoridades palestinas, optaron por la regresión, que se vio recrudecida en 2006, con el triunfo de Hamás, una organización abiertamente terrorista, en Gaza.

Shavit advertía una nueva vuelta de la espiral fatal. Su conclusión entonces se mantiene viva ahora, y aún con mayor vértigo. Vale la pena leerla.

“Me atormenta la idea de que nosotros los sujetamos por las pelotas y ellos por la garganta. Nosotros apretamos y ellos nos aprietan. Estamos atrapados por ellos y ellos están atrapados por nosotros. Y cada pocos años el conflicto adopta una nueva forma, cada vez más intensa. Cada pocos años, el modo de violencia cambia. La tragedia termina un capítulo y comienza otro, pero la tragedia nunca termina”.

Ha cambiado el mundo.

 

@LeonKrauze 

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