Dualistas obsesivos, hemos sustituido la bipolaridad de la Guerra Fría por la polarización del capitalismo tardío. Desde la Antigüedad es, en el fondo, lo más simple: imaginar que en el fondo solo existen dos fuerzas antagónicas, identificadas como el bien y el mal, dispuestas a combatirse eternamente, y asumir que no nos queda sino elegir un lado u otro. Y creer a pie juntillas, por supuesto, que estamos en el lugar correcto. Tras siglos de pensar que Dios era una fuerza superior, Mani optó, con una buena dosis de realismo, por dictar que su poder era equivalente al del demonio.

La lógica binaria de Aristóteles implicaba ya dos valores por fuerza alternativos y Descartes construyó el pensamiento moderno a partir de otro dualismo, el que separa mente y cuerpo, res cogitans y res extensa. Poco después, Newton encontró las claves para adelantar el futuro, siempre y cuando no interviniesen más de dos objetos en movimiento: una vez que aparecía un tercero, el sistema se volvía impredecible. La Revolución francesa -e, inspiradas en ella, todas las que le siguieron- impusieron la misma división: el antiguo régimen y el nuevo, el pasado y el futuro, revolucionarios y contrarrevolucionarios. El mismo presupuesto que los románticos, con su fiebre nacionalista, volverían aún más extremo: nosotros y ellos.

Así se acomodó el escenario geopolítico desde la Gran Guerra: las potencias centrales y los aliados, que la Segunda Guerra Mundial lleva a su extremo: el Eje y el resto del mundo. En su centro, la ficción criminal del nazismo -los arios y las razas inferiores-, que conduciría al Holocausto. Al término del conflicto, la Guerra Fría: comunismo o capitalismo, socialismo o imperialismo, Estados Unidos y la Unión Soviética repartiéndose el planeta en sus respectivas zonas de influencia. Tras la caída del Muro, arreciaron las denuncias hacia el peligro del pensamiento único: no ya dos maneras de pensar, sino la misma: el neoliberalismo triunfante puesto en práctica en todas partes.

Poco a poco, la terca Historia -que al final no se había acabado- revivió con otro derrumbe, la de las Torres Gemelas: ahora era Occidente contra el Resto, la guerra contra el terrorismo que, en el caso mexicano, derivó en la guerra contra el narco: otra vez, el bien contra el mal, las fuerzas del orden contra los criminales, nosotros contra ellos. Y, para colmo, Israel o Palestina. Por si no bastara, el viejo dualismo, tan necesario en tiempos de incertidumbre, renació de sus cenizas en manos del populismo, de izquierda y de derecha, que lo ha convertido en su principal arma de combate: nada como partir una sociedad por la mitad para sacar mejores réditos. Empieza Berlusconi, le siguen Chávez y sus acólitos latinoamericanos hasta llegar a Trump: el otro no es ya solo el adversario, sino el enemigo al que hay que despreciar -la burla y los apodos como primera descalificación- y luego, si es posible, anular.

Hasta hace poco, parecía que México podría salvarse de la pesadilla dualista: por desgracia, Calderón, tan católico, implanta la lógica dual con su irresponsable guerra y López Obrador, tan evangélico, aprovecha la oportunidad para medrar y triunfar gracias a ella. Conmigo o contra mí, la 4T contra los conservadores: tertium non datur. Los partidos de oposición, PRI y PAN, que durante años se habían combatido y ya habían gobernado -y fracasado- por su cuenta, cayeron en la trampa y fraguaron la alianza más antinatural posible, reduciendo nuestra agenda pública a solo dos opciones y dos únicos programas: pro o anti-AMLO, sin más.

O con unos o con otros. Sin zonas grises. Sin la menor autocrítica, que, en una lógica frentista, solo sirve al enemigo. Quizás solo por eso, para esquivar un tanto la cerrazón bipolar, valdría la pena que Movimiento Ciudadano -que aún no define si es un negocio, como el Verde, o un auténtico partido- presentara un tercer candidato, y mejor si fuera Marcelo Ebrard. No porque vaya a ganarle a Morena -la lógica bipolar está demasiado avanzada- sino para al menos escuchar una impredecible discusión pública a tres.

@jvolpi

 

Gsz

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