Igual dirán que esperar algo diferente es pecar de ilusos, estimados lectores, pero la verdad es que su ‘h’ servidor anhelaba la esperanza de un cambio, pequeño, pero cambio suficiente para transmitir alguna esperanza, algo un poquito diferente en la oferta política de la recién casada Claudia Sheinbaum de Tarriba.

En el discurso que pronunció ayer al recibir la candidatura de Morena y sus monaguillos repitió exactamente los mismos propósitos, programas, obras y palabras de su mentor, el Emperador Lopezuma.

A lo que es copiar la plana la candidata le llamó “no zigzaguear”, lo cual prometió como si el “voy derecho y no me quito” fuese la máxima aspiración suya y del pueblo de México.

Esto nos parece harto insensato por el simple hecho de que las circunstancias cambian y frecuentemente se requiere un cambio de rumbo, enfoque o estrategia.

Además, ofrecer seguir con lo mismo implica reconocer tácitamente que todo salió perfecto con el plan trazado por su antecesor, que el “abrazos, no balazos” es una estrategia superlativa y que la seguridad en México ha mejorado.

Por supuesto que esto no es así, entonces ¿cuál es la virtud de “no zigzaguear” en materia de seguridad?

Más bien luce como una insensatez seguir con una política que no sólo no funciona, sino que nos enfrenta con los vecinos al norte del Bravo, quienes consideran que el Gobierno mexicano no hace lo suficiente para combatir a los cárteles de las drogas.

Este “no zigzaguear” implica continuar con la militarización: entregarle todo el control de la operación del País a los militares, a quienes además cubren con un manto de opacidad y, lo que es peor, de impunidad.

Con la militarización se han debilitado las instituciones democráticas, se ha puesto en duda la neutralidad e imparcialidad de la Suprema Corte de Justicia, la operatividad del INE, su autonomía e independencia, ambas absolutamente necesarias para que sea operante la democracia en México.

La señora Sheinbaum de Tarriba nos avisó ayer, estimados lectores, que ella seguirá el camino que le trazó su jefe y maestro, el cacique de Macuspana, continuando con la labor de destruir nuestras instituciones democráticas y que ella operará -de llegar a la Presidencia- de manera autocrática y dictatorial, tal como ha hecho su gran protector.

¿Acaso pensará la flamante señora de Tarriba que eso es lo que queremos los mexicanos?

Esto es, ser gobernados por un dictador que ejerce la primera y última palabra.

Por un lado, es bueno ir sabiendo a qué nos vamos a atener con la señora de Tarriba; por otra parte, infunde terror saber que mediante elecciones de Estado dirigidas por el actual Tlatoani, la 4T nos quiere imponer a una nueva Emperatriz de México.

Una copia calca del señor que pronto dejará la Presidencia para instalarse cerca de su sucesora -de resultar electa- para seguir “asesorándola”, por una parte, y por la otra cerciorándose que no se aparte ni una coma del guion que le ha dado.

Difícil es contemplar una peor situación, en la que en un mundo constantemente transformado por la tecnología y su vertiginoso desarrollo, estos genios de la 4T pretendan que tengamos un jefe de nación atado de pies y manos a las ideas obsoletas que no le funcionaron al antecesor y que menos le funcionarán al sucesor -si es que acaso llega al cargo- con un discurso de no cambio, de no rectificación, de no intentar nuevas soluciones, de persistir terca y obstinadamente en lo que no funciona ni funcionará nunca.

Increíble que en la 4T sean incapaces de incorporar en su forma de pensar, en sus decisiones y planteamientos, los cambios drásticos que se están dando en el mundo y a los cuales México se tiene que acoplar y sumar, esto sólo para no quedarnos atrás, para no sumirnos más en un cuarto mundo de atrasos y carencias.

Aferrarse al “no cambio” equivale a adoptar la más conservadora de las ideas, es no reconocer que sólo en la mentalidad libertaria existe la capacidad para adaptarse al cambio externo.

¿Quiénes son entonces los “conservadores”?

Les diremos: los que “no zigzaguean” para evitar los fracasos o aprovechar oportunidades que vienen en otro carril.

Quien así piensa, en la inamovilidad, está condenado a tropezarse repetidamente con la misma piedra.

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