Waterloo, (en la actual) Bélgica, 18 de junio de 1815. El emperador Napoleón Bonaparte, evadido de su exilio en la isla de Elba, se prepara para lanzar su último desafío a la Europa que una vez juró dominar con 72 mil franceses; 68 mil aliados (británicos, holandeses, belgas y alemanes), más 45 mil prusianos, 60 mil caballos y 500 piezas de artillería.

Las tropas al mando del duque de Wellington le asestan el golpe definitivo al “corso” o “pequeño cabo”, como también se le conocía, poniendo fin a 23 años de enfrentamientos entre Francia y el resto de Europa. Las pérdidas fueron muchas. Unas 48 mil personas murieron, 25 mil de ellas en el bando francés. Derrotado de una vez por todas, Napoleón abdica -por segunda vez- al trono del que se había proclamado emperador.

Existen algunos datos curiosos acerca de esta batalla que merecen ser analizados a 208 años del recuerdo de esta batalla que marco el destino del mundo:

1. Las hemorroides de Napoleón

Mientras los soldados se batían cuerpo a cuerpo sobre el terreno, el general francés libraba una lucha más íntima que, según algunos, sería en parte responsable de su derrota final.

Ciertos “biohistoriadores”, entre ellos el escritor estadounidense Arno Karlen, creen que Bonaparte lidiaba aquel día con un importante caso de hemorroides que convertían en un infierno hasta la sencilla tarea de subirse a su caballo.

La condición, alegan, le impidió dormir la noche anterior. De modo que, agotado, no atinó con sus órdenes de batalla y terminó perdiéndolo todo. Sin embargo, se trata de un asunto en el que no hay consenso.

2. Un pago de larga duración

Puede que a Wellington no le gustara la vida militar -llamaba a las tropas “la escoria de la Tierra” y al ejército un “mal necesario”- pero la vida de uniforme no le reportó malos dividendos. Además de la creciente influencia política de que gozó después de la exitosa campaña de Waterloo, a Wellington le quedó una “bonita suma de dinero”, como dijera el historiador Paul O’Keffee, autor de “Waterloo: The Aftermath”, publicado en 2014.

Según O’Keffe, su tajada de la “gratificación” que Francia pagó tras la derrota representó unos 5 millones de dólares en dinero de hoy. Un exsenador belga le añadió picante a esa cifra cuando aseguró, en 2001, que los descendientes de Wellington seguían cobrando una suma cercana a los 200 mil dólares todos los años por parte del gobierno belga en agradecimiento a los servicios prestados por su ancestro en Waterloo.

Sin embargo, un abogado de la familia Wellington citado por una nota del diario The Guardian de entonces, afirmó que el senador belga había llegado “a las conclusiones incorrectas”.

3. No era Waterloo

Ocurre que la batalla de Waterloo no tuvo lugar en Waterloo. La mayor parte de la acción tuvo lugar unos pocos kilómetros al sur, en la localidad de Braine-l’Alleud et Plancenoit.

Lo que es Waterloo hoy, una localidad multilingüe de poco más de 30 mil habitantes, fue donde Wellington elaboró su informe de batalla. Así fue como el nombre quedó para la posteridad. Un error con el que la historia en general parece poder vivir, pero que resulta una piedra en el zapato para historiadores de Braine-l’Alleud et Plancenoit.

“Napoleón nunca puso pie en Waterloo; es un hecho”, le dijo el historiador belga Bernard Coppens al periódico The Wall Street Journal a comienzos de este año.

“Y sin embargo (Waterloo) se llevó toda la gloria”, se quejó un colega, Eric Meuwissen.

La indignación de los especialistas y de algunas autoridades regionales se volvió cosa seria cuando estas introdujeron una demanda contra una guía de viajes que no había incluido el nombre de la localidad en una edición especial sobre la batalla de Waterloo.

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