Migrantes cruzan a Chile desde la frontera con Bolivia, en Colchane

Por Jorge Vaquero Simancas para El País en exclusiva para AM 

Purita Valle ha hecho 5.500 kilómetros por tierra desde la ciudad boliviana de Santa Cruz hasta la mexicana de Juchitán, en el Estado de Oaxaca. Para ello usó los 10.000 dólares que consiguió al vender lo poco que tenía cuando vivía en Chile. Cada kilómetro ha costado casi dos dólares, y ahora solo tiene 200. Pero lo económico nunca es lo más doloroso. La boliviana de 35 años y su familia han sido tres de las más de 500.000 personas que han migrado desde Sudamérica a través del Darién, según las autoridades migratorias de Panamá. Luego, en Centroamérica, lo que sufre esta multitud son robos, amenazas, torturas, secuestros y extorsiones, como reflejan el último informe y el testimonio a los que ha tenido acceso EL PAÍS a través de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Viéndolo con el tiempo y, sobre todo, con el espacio de por medio, salir de lo que Valle consideraba su hogar en Santiago de Chile con su marido de 55 años y su hijo de 3 fue un completo error. “Trabajaba para el día, mi hijo iba al jardín de infancia mientras yo trabajaba. Pero nos lavan el cerebro las falsas amistades diciendo ‘vení acá’”, explica sobre por qué salió del sur.

Detrás había otras razones para que esta mujer, que es hipertensa y diabética, quisiera atravesar el continente. “Ya no nos alcanzaba mucho el dinero, así que decidimos vender la casa y la camioneta para pasar supuestamente a Estados Unidos”, recuerda. Ella es un caso excepcional en México, ya que las personas de Bolivia que llegan al país son contadas. Los datos del Instituto Nacional de Migración (INM) solo reflejan que 30 personas de esta nacionalidad han recibido la visa por razones humanitarias, de las más de 137.000 expedidas.

Tras salir de Chile, Valle decidió pasar por su Santa Cruz natal para ver a la familia. Desde ahí comenzó una odisea que la llevó a cruzar primero Perú, Ecuador y Colombia, países en los que el viaje fue “caro pero normal”. Luego llego la trampa mortal del Darién, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala para llegar a México. Esta odisea que para un viajero sería una de las mayores aventuras de su vida, para Valle fue un tormento solo por ser migrante. “Me siento mal, me siento cansada, aburrida, molesta conmigo misma”, lamenta.

Purita Valle y su hijo, Pablo, en una consulta.

En su informe, MSF ha puesto el énfasis en la salud mental. Después de atender a más de 130.000 migrantes -entre ellos, 8.000 que recibieron atención psicológica – en varios países de Centroamérica y México, destacan el mal estado emocional en el que llegan familias enteras. La razón principal es que 7 de cada 10 migrantes ha sido víctima o testigo de violencia en el camino.

Valle rompe a llorar mientras recuerda “el horror” sufrido en la peligrosa selva del Darién. “Yo no lo viví, pero vi a niñas que se las llevaban”, explica. MSF define las violaciones como una de las “aristas más crudas” de la violencia a las migrantes. “Tocamientos y violaciones se llevan a cabo delante de las demás personas”, explica el jefe de misión de la ONG en Colombia y Panamá, Luis Eguiluz. Este año MSF ha atendido a 504 sobrevivientes de violencia sexual en Centroamérica y México.

El arrepentimiento de Valle se debe también al cambio de realidad que ha sufrido su hijo de 3 años. “Nosotros mismos, como padres, lo sacamos de su rutina, le separamos de sus amiguitos”, maldice. El recrudecimiento de la violencia en el viaje se debe también a que el perfil de migrante ha mutado desde la pandemia.

Desde 2020 mujeres, niños, ancianos, personas del colectivo LGBTI+ y familias enteras se han visto obligados a dejar sus países por razones económicas, sociales o por represión de sus gobiernos. Aunque claro, la culpa no es del que viaja, sino del agresor, que no siempre se esconde en la ilegalidad. “El abuso contra las personas migrantes y la negligencia de las instituciones en la respuesta a sus necesidades son una constante a lo largo de la región”, asegura el jefe de misión de MSF en México y América Central, Camilo Vélez.

En México, una anécdota de la boliviana explica la influencia de los carteles en el tráfico de personas, que suelen sufrir en su mayoría los migrantes. “Tenemos miedo. A 8 kilómetros de un pueblito un taxista nos dijo ‘Vamos, yo los llevo’. Dijo que nos iba a cobrar 30 pesos. En camiones costaba 200 por cabeza. En el camino nos pararon hombres con armas que le dijeron al taxista ‘Bájalos ahora mismo, vós sabés que no tienes que llevar a nadie’”, rememora Valle.

Un grupo de migrantes cruzan la frontera entre Chile y Bolivia.

La ONG apunta también al papel que Estados Unidos tiene en esta crisis migratoria sin precedentes en Centroamérica y México, país que ha roto el récord de solicitudes de asilo de los últimos 10 años, con más de 137.000, según la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar). “El Gobierno de Estados Unidos perdió una oportunidad de reconstruir el sistema de asilo en ese país. Tras el inevitable final del Título 42, que permitió la expulsión de cerca de dos millones de personas en sus tres años de aplicación, la administración de ese país decidió reforzar la aplicación de la Ley de Migración conocida como Título 8?, explica MSF en su informe.

A la boliviana ya le da igual el número de los títulos que rijan la política migratoria del país norteamericano. “La gente me aburre, hasta mi propio hijo me aburre, pero tampoco él tiene la culpa”. Su mente, destrozada por el viaje, le da mil vueltas a la decisión que tomó en Chile. “Quieres supuestamente progresar para vivir mejor, pero es mentira. Uno llega [a los Estados Unidos] y se compra el mejor teléfono, el mejor auto, que una moto. ¿Para qué? ¿Y todo lo que pasó?”.

JFF 

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