Una voz como la de Cristina Pacheco, en un México tan diverso y desigual, resultaba fundamental. Gran ejemplo de persistencia del periodismo.
Lo he contado varias veces, pero en esta ocasión lo haré con un dejo de tristeza que siento desde que me enteré del fallecimiento de la periodista, escritora y colega Cristina Pacheco. Es muy lamentable que se muera la gente conocida, pero lo es más cuando los que parten nos dejan huella; y si algo hizo Cristina Pacheco es justamente dejar huella en miles de televidentes que la seguían, semana a semana, por más de cuarenta años en el Canal 11 con su programa: “Aquí nos tocó vivir”.
Una voz como la de Cristina Pacheco, en un México tan diverso y desigual, resultaba fundamental. Las preguntas a sus entrevistados siempre eran directas y sin ambages. Dejaba hablar al entrevistado quien podría haber sido un algodonero de La Alameda, un zapatero de Tepito o en su programa “Conversando con Cristina Pacheco”, el escritor Carlos Fuentes o el cronista Carlos Monsiváis. Cristina Pacheco era muy respetada entre los escritores y periodistas. Pero no porque fuera esposa del poeta José Emilio Pacheco sino porque ella misma, y con base en su trabajo constante y congruente, se convirtió en un personaje indispensable de la crónica de la Ciudad de México. Más que empática, era una periodista profesional que se preparaba a conciencia antes de cada entrevista. No era una improvisada, no alardeaba de ser una intelectual, era más bien una periodista seria y formal. Sin embargo, cuando Cristina Pacheco sonreía se iluminaba todo el rostro en un verdadero sol. En una ocasión fui a la Feria del Libro de la Ciudad de México a una presentación de uno de sus libros, creo que era la publicación de uno de sus éxitos más conocidos: “Sopita de fideo”, la sala más grande del Palacio de Minería estaba hasta el top de admiradores de la autora. Había gente sentada en los peldaños de los corredores y otros. Cuando hizo presencia, toda ella pequeñita, delgada, casi siempre vestida de negro, el público se puso de pie y la recibió con un cariño y admiración indescriptibles. Era su público, jóvenes, amas de casa y profesionistas, de hace años, el mismo que la leía cotidianamente en los diarios “Unomásuno”, “La Jornada” y la revista “Siempre!”, era su público, el cual gracias a sus entrevistas podía asomarse a las vidas de muchos mexicanos a los que no se les suele dar importancia y nunca tienen la posibilidad de salir frente a las cámaras de televisión. Nunca olvidaré una entrevista que les hizo, allá por los ochentas, a los tres Reyes Magos que solían ponerse en la Alameda. A Baltasar le preguntó con qué ungüento se había pintado la cara de negro y a Melchor lo cuestionó si realmente creía en los Reyes Magos. Los tres le dijeron que sí y que por eso los representaban cada año. Este tipo de entrevistas no nada más aparecían en la tele, sino también en la contraportada del “Unomásuno”, en su sección “Mar de historias”.
Justamente un domingo, ya muy tarde en la noche, leí (como todos los domingos) una de esas historias que se trataba de una joven que estaba injustamente en la cárcel y que extrañaba a su novio, a quien no permitían pasar a visitarla porque no estaban casados, de allí que no contara como visita “conyugal”. Cuando terminé de leer la historia me dije que yo sería capaz de escribir ese tipo de situaciones, pero de gente privilegiada económicamente hablando. “Así como Cristina Pacheco escribe las crónicas sobre los pobres, yo podría escribir acerca de los ricos”, pensé antes de conciliar el sueño. Al otro día, me presenté en las oficinas de ese mismo diario y les hice la propuesta. Primero no les llamó la atención porque temieron que mis crónicas parecieran como de la sección de sociales del “Novedades”, pero les aclararé que las mías serían escritas con una intención de denuncia social, mostrando de qué manera vivían “las niñas bien”, en contraste con los personajes de Cristina Pacheco. Al día siguiente mandé mi crónica escrita con ironía, y por lo visto gustó. Desde entonces no he dejado de escribir de este pequeñísimo y ya no tan privilegiado sector de la sociedad mexicana.
Gracias, Cristina, por haber sido mi inspiradora y poder contrastar esos dos mundos que aún siguen intactos.
Desde aquí les mando un abrazo solidario a sus dos hijas que tanto quisieron a su madre, un gran ejemplo de persistencia del periodismo mexicano.