Fiesta de la Sagrada Familia
La fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda algo fundamental: Dios hizo el proyecto de la humanidad, incluyendo la redención, en clave de familia. Desde la creación, los hizo hombre y mujer y, ahora, no es casualidad que Jesús nazca en el seno de la familia de Nazaret.

Jesús encontró en su familia la escuela que lo preparó para vivir en el mundo, ahí encontró la escuela del Evangelio… porque en su familia todo era importante. Ahí fue educado para saber tratar a Dios y al prójimo.

Jesús, María y José nos enseñan que el amor, el respeto, el estudio, la convivencia, el trabajo, el silencio y cada elemento, por ordinario que parezca, son algo fundamental, pues así se forjan las personas que pueden aportar lo mejor para la humanidad y para la creación. San Juan Pablo II nos recordó que la familia es imprescindible, pues la persona humana, además de su valor único e irrepetible, fue pensada desde la familia.

Dios, al formar al hombre y a la mujer, pensó en que la riqueza y la belleza femenina y masculina, en su complementariedad, que expresan de manera plena la grandeza y el encanto del ser humano. Sobre esta esencial complementariedad quedó fundamentada la familia como espacio vital de pertenencia amorosa, de formación y realización de cada persona.

El valor esencial de la familia es permanente, sea en lo cotidiano como en las alegrías y en las grandes pruebas o crisis, pues siempre es escuela, iglesia, hospital, refugio y, en general, el lugar donde de verdad tenemos un significado.

El Papa Francisco, en Amoris Laetitia, nos regala matices muy especiales respecto a la familia. Por una parte, nos pide una atención misericordiosa para quienes, por diversas circunstancias, viven en una familia diferente. No tenemos por qué juzgar, al contrario, debemos ver con amor a quienes, después de un gran esfuerzo, no lograron mantener su matrimonio. Ni podemos enjuiciar a quienes no tienen la posibilidad del sacramento o a quienes son madres o padres solteros, sobre todo, cuando en ambos casos, viven comprometidos para educar responsablemente a sus hijos. Frente a estas realidades, lo que sí podemos hacer es aplaudir su dedicación para responder al objetivo esencial: formar personas cabales.

A la familia le afectan factores como la migración, la crisis económica, problemas demográficos, globalización, crisis cultural, el relativismo social, el materialismo y, hoy, la violencia, pero lo que más le daña es el poco espacio para convivir y para compartir expresiones firmes de amor. La familia de Nazaret es ejemplar porque fue fiel a los principios que dan vida y sustento a las personas.   

La redención iniciada desde la familia de Nazareth, queda patente no sólo por el hecho de que en ella nació Jesús, sino también en la manera como ellos conjugaron la vida de la fe con la vida cotidiana y con un proyecto enfocado al bien de la humanidad.

“La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura…” (Juan Pablo II, Carta a las familias). Las transformaciones, como tales, no siempre son malas, siempre y cuando no perdamos de vista lo fundamental, lo esencial, que siempre permanece y nos hace vivir. Por eso es oportuno, como decía Pablo VI, que las familias acudan a la familia de Nazareth, para que nos enseñen lo que significa hacer de la familia una escuela de alto humanismo y de fe clara y firme, capaces de valorar lo más importante.

El Papa Francisco resalta la belleza de la familia y deja en claro que formar una familia significa ser parte del sueño de Dios, pues construye la humanidad y hace posible que nadie se sienta solo. La familia es el ámbito del amor que nos hace sentir que pertenecemos. Los esposos son “el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la Cruz; son uno para el otro y para los hijos” (A. L. n. 72).

Que resurja el ejemplo de Jesús, María y José. Que ellos sean las estrellas de nuestra esperanza.

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