En esta era embrujada por la interconexión digital, donde las amistades florecen y se desvanecen en nuestras redes sociales, surge inevitable la pregunta ¿es posible sentirse auténticamente solo o es simplemente producto de la imaginación del cansancio? En medio de esta rapidísima y efectiva tecnología ¿qué tan inmersos estamos en las redes virtuales, hemos olvidado cómo relacionarnos verdaderamente? Nos enfrentamos a una paradoja: la soledad, enemigo invisible que se manifiesta como un fenómeno, una evitable enfermedad que preocupa a la OMS en este 2024. Tan solos y tan seudoconectados.

A pesar de los enlaces que presumimos tener (Face dice que tengo más de 2024 amigos virtuales, curiosamente, muchos de ellos no me reconocen en la calle, ni yo a ellos) esta emoción está descontrolada, avanza a pasos agigantados engullendo nuestro ser, deformándonos y fomentando situaciones alarmantes de vacío en esta sociedad hiperconectada. 

La soledad se eleva a la categoría de epidemia grave y mortal, según la Organización Mundial de la Salud (CNN 15 nov 2023) bastaría recordar la última reunión a la que asististe donde la atención estaba centrada en teléfonos, fotos y no en conversar. ¿Cuántos momentos románticos has visto eclipsados por la pantalla de un celular? ¿Cuándo fue la última vez que cruzamos la calle para abrazarnos? ¿La cercanía es contagiosa o nos da pereza? 

La dependencia de la conectividad digital es impresionante. ¿Qué sucede si nos quedamos sin red? ¿Cuál es el tamaño de la ansiedad si perdemos contactos, el teléfono o la contraseña? La conexión virtual es tan significativa que la idea de perderla fomenta temores monstruosos olvidando que si pierdo a mi amiga, a mi compañero, realmente me quedaré sola o ¿podré consolarme con Whats y fotos del Instagram? 

Cada día son más las personas que están en tratamientos psiquiátricos, anestesiados con antidepresivos debido a este penoso destierro de proximidad. Me pregunto ¿mis amigos virtuales son soportes reales o son una ilusión? ¿Son confiables? Parece que la realidad se difumina y la incomunicación se convierte en la sombra que acompaña detrás de las luces parpadeantes de la pantalla.

Te propongo algo diferente. En esta noche mágica de pedir y esperar regalos, déjame sugerirte que, si deseas hablar, no me escribas. 

Hablemos cara a cara, hagamos una cita o mejor aún, sorpréndeme, arrancándome de la rutina, olvidemos por un tiempo las conversaciones virtuales. Deja de exponer tus consejos en las redes, reemplacémoslo con un encuentro en el que podamos mirarnos a los ojos, escuchar nuestra voz, tocar las manos. 

Evítame leer memes, historias, escuchar tu desguanzado mensaje, enséñame tu mundo en persona. Desconéctate de esa hiperconectividad digital, toma el coche, el bus o el burro y ven. 

¡Vamos a encontrarnos en la vida real, vamos a dejar de abrazarnos en redes! Comamos roscas, revisa cuántas canas tengo, ignora la App. Rehúye a los veinticuatro mil para ese tema que no te deja dormir, reconectemos y acordémonos qué agradable es sabernos de a deveras ¿Qué opinas?
 

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