Seis años atrás, AMLO realizó un correcto diagnóstico del país: además del combate contra la corrupción y la desigualdad -sus principales banderas-, él y su equipo prometieron una nueva estrategia para enfrentar la violencia y una reforma integral de la justicia. En México -lo sabían desde entonces- el noventa y nueve por ciento de los delitos quedaba impune, los poderosos siempre se salían con la suya y los más pobres, esa parte de la población en el centro de su agenda, eran quienes terminaban desamparados o en la cárcel. Frente al cúmulo de asesinatos y desapariciones provocadas por la guerra contra el narco -obra de su archienemigo Felipe Calderón-, la única salida era poner en marcha mecanismos de justicia transicional que ayudasen a recomponer el tejido social, recuperar la memoria, garantizar la no repetición y resarcir a las víctimas. Asimismo, puso sobre la mesa la posibilidad de una amplia legalización de las drogas, el único camino para acabar con la lógica perversa que impulsa el crimen.
A pocos meses de que concluya su periodo, AMLO no ha cumplido ninguna de estas encomiendas. Peor aún: no solo se desentendió de esta agenda progresista, sino que volvió la situación aún más grave. Contradiciendo radicalmente sus promesas, no solo no devolvió a los militares a sus cuarteles -muchos votaron por él pensando que lo haría-, sino que de la noche a la mañana les otorgó incontables atribuciones que exceden sus funciones naturales. Así como Calderón lanzó inopinadamente la guerra contra el narco en 2006, AMLO de pronto entronizó al Ejército como su mayor aliado y llevó hasta sus últimas consecuencias la lógica militarista de su adversario histórico. En otra de esas dolorosas paradojas de la historia de México, ambos rivales han terminado por parecerse como dos gotas de agua.
Obsesionado con una lealtad y una eficacia sin fisuras, AMLO involucró a los militares en toda suerte de tareas, de la construcción y administración de infraestructura a la banca, o del control de puertos y aduanas a la puesta en marcha de una línea aérea. Además, se obcecó en concentrar en ellos todas las tareas de seguridad pública, empeñado en convertir a la Guardia Nacional en un órgano de la Secretaría de la Defensa: algo a lo que ni siquiera Calderón se atrevió. Pese a su discurso de “abrazos, no balazos”, en el fondo no varió ni un ápice la perspectiva punitivista previa. De idéntico modo, abandonó el intento por legalizar las drogas, asumiendo una perspectiva cada vez más conservadora, en tanto se distraía -y distraía al país en una de sus horas más oscuras- con una batalla frontal contra el Poder Judicial para adjudicarle todos los fracasos en este tema. Una cínica cortina de humo para no enfrentar la corrupción y la falta de profesionalización que también afecta a la Fiscalía General de la República y a los demás órganos federales y estatales de procuración y administración de justicia, a los ministerios públicos, los peritos y las policías. Por si no bastara, se obcecó en defender y ampliar los supuestos de la prisión preventiva oficiosa, un mecanismo que viola la presunción de inocencia y que afecta en especial a los más pobres, justo esa parte de la población que prometió defender. Y, en su embate contra el Poder Judicial, hoy se empeña en una reforma para elegir a los ministros por voto universal: una medida superficial que en nada ayudará a que el sistema de justicia se torne más eficaz.
El resultado de este siniestro viraje está a la vista: termina su sexenio con una nueva y feroz ola de homicidios, feminicidios y desapariciones que sus exabruptos palaciegos de cada mañanera ya no consiguen ocultar. Seis años atrás, podía argumentar, con razón, que todo era culpa del PRI y del PAN; hoy, en cambio, la responsabilidad de la catástrofe es suya. La rabia y la frustración que destila en estos días debería dirigirse, pues, hacia sí mismo. Haber traicionado sus promesas de campaña debe ofrecerle una lección inestimable a Claudia Sheinbaum: si no le confiere a la justicia el lugar prioritario de su agenda, en seis años continuaremos sumidos en el mismo abismo.
@jvolpi