La vocación cardinal del intelectual es la crítica. Gabriel Zaid la ha ejercido con absoluta independencia por seis décadas.

Gabriel Zaid cumple noventa años y el tiempo no pasa, más bien afina su mirada crítica. Su obra publicada sigue vigente, aparecen nuevos títulos y no cesan los proyectos. Lo que fueron libros monumentales, ensayos arduamente trabajados, tesis comprobadas en su consistencia teórica y su eficacia práctica, hoy se replantean y recrean en teoremas en prosa sobre los males del país, los espejismos del progreso, las vías para una existencia más productiva, significativa, modesta y mejor. Pero lo más notable es la creación: lector de la realidad, la terrenal y la trascendente, Zaid sigue encontrando en ella -y se diría que cada vez más- ángulos, facetas, sorpresas, mecanismos, milagros que nadie ve, hasta que él los ve.

Por ejemplo en el poder, cuya crítica ha sido para él un imperativo moral de primer orden. Una sana vena anarquista, una feroz independencia personal, un mismo temple liberal lo vinculó espiritualmente con Daniel Cosío Villegas. “Acláreme usted el misterio Zaid”, me dijo un día de 1974 don Daniel, su compañero en la revista Plural. Lo leía con admiración. En “Cinta de Moebio”, sección fija que años después integraría a El progreso improductivo (1979), Zaid sometía al sistema político mexicano a un inédito análisis sociológico revelando su funcionamiento en términos de intercambios materiales, de poder y prestigio. Dejando al margen las intenciones teóricas del Estado, auditaba el desempeño práctico de sus instituciones, sus ministerios, sus empresas descentralizadas y sus políticas hacendarias y financieras. Lo que encontró fue un gigantismo improductivo, frente a cuya oferta proponía vías alternativas de desarrollo económico y social que alentasen la autonomía de las personas y los pueblos de México. ¿Quién era este enigmático ingeniero, sociólogo, economista, que además -para extrañeza de don Daniel- era poeta? Al poco tiempo, fui testigo del cordial encuentro.

Al morir Cosío Villegas, Zaid tomó la estafeta. En enero de 1977 apareció su ensayo-epitafio: “El 18 brumario de Luis Echeverría”. Al final de la década publicó un pequeño artículo: “Cómo hacer la reforma política sin hacer nada”. Ese “hacer nada” se refería simplemente a dejar que los electores mostraran sus preferencias en las urnas. (En esos tiempos nadie hablaba de la democracia necesaria). Pocos textos comparables a “Escenarios sobre el fin del PRI”, publicado en Vuelta a mediados de 1985. El solo título parecía una desmesura: el PRI era símbolo de eternidad. Pero alguien tenía que pensar el desenlace y fundamentarlo. Ese pionero fue Zaid (leído y plagiado, pero no citado). Años más tarde, en un apéndice, recordó una frase de Kant: “No falta gente que vea todo muy claro, una vez que se le indica hacia donde hay que mirar”.

La sociología del poder político lo llevó a la sociología del poder universitario y, a partir de este, a la sociología del poder revolucionario. Zaid no juzgaba a las guerrillas por la imagen que buscaban proyectar de sí mismas sino por su red de intereses, sus ambiciones concretas. Aplicaba el marxismo a los marxistas, con resultados sorprendentes. Los ensayos que dedicó a la guerrilla en Centroamérica se reprodujeron en varias revistas influyentes de Europa y Estados Unidos. Su propuesta de entonces para México y para toda Iberoamérica era la democracia. Le llovieron insultos, descalificaciones y anatemas. La historia, queda claro hoy más que nunca, le dio la razón.

La crítica económica, política y social que ejerció en los ochenta y noventa era el corolario del corpus original de El progreso improductivo. La bitácora de esa crítica está en La economía presidencial (1987) y La nueva economía presidencial (1994). Su larga batalla democrática consta en Adiós al PRI (1995). A partir de la transición, su crítica a los sucesivos gobiernos ha sido continua y consistente. En nuevos libros (El poder corrompe) y reediciones aumentadas de los antiguos, en ensayos y artículos mensuales de Contenido, Reforma y Letras Libres, ha sabido reconocer los avances de nuestra vida pública, pero su norma es señalar, sin personalizaciones innecesarias, los errores y atropellos del poder -numerosos y graves en este sexenio- y ofrecer vías prácticas para enmendarlos.

En el número de enero de Letras Libres dedicado a Zaid, el lector podrá encontrar una guía a la lectura de su obra1. El Colegio Nacional ha reunido parte de ella en seis hermosos volúmenes. En Random House circulan varios de sus libros. Es un clásico vivo.

1 Puede leerse en https://letraslibres.com/revista/gabriel-zaid-una-guia-de-lectura/

 

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