Enfrentamos una problemática alarmante de consumo de drogas en nuestro estado, reflejadas en cifras preocupantes que no solo son estadísticas frías, son vidas de jóvenes atrapados en un peligrosa espiral. Es este editorial, una sentida condolencia ante la desgarradora historia de una hermosa joven cuya vida fue truncada violentamente, víctima de su batalla contra la adicción.
Las estadísticas hablan por sí solas: más de 70 mil personas en el estado enfrentan un consumo problemático de drogas, de las cuales 181,489 tiene un consumo excesivo. Sin embargo, detrás de estos números se esconden vidas que se apagan prematuramente; una realidad que nos debe estremecer a todos.
Nos enfrentamos a interrogantes cruciales: ¿Qué acciones de prevención estamos tomando? ¿realmente se está llevando a cabo un esfuerzo desde las autoridades para contener esta epidemia? ¿conocemos, sin tapujos, las razones que impulsan a los jóvenes a ingresar a este oscuro mundo? ¿cómo estamos en cuanto a la trasmisión de valores? ¿Se habla de las “técnicas” que se utilizan para obligar al consumo y posteriormente a la venta?
La historia de esta bella joven es un llamado de atención urgente. Después de pasar más de dos años en un centro de atención, creíamos que estaba en camino a la recuperación, me dice su desolada abuela. Sin embargo, el entorno la volvió a atrapar, revelando deficiencias en nuestro sistema de apoyo y prevención, ¿qué falló en su transición de la contención a la vida diaria? ¿qué podemos aprender de esta tragedia? ¿debemos permitir que nuestras máximas autoridades se jacten de tener relaciones de abrazos con los delincuentes?
Nos encontramos, otra vez, con una familia destrozada, reconociendo que no hay palabras de consuelo que puedan mitigar su dolor. La pérdida de un ser querido en condiciones de violencia es una herida que jamás sanará por completo. La violencia asociada a este oscuro cáncer afecta no solo a individuos, sino a sus familias, dejando cicatrices imborrables. Reconocer que este mundo de adicciones lo dirigen aniquiladores monstruos que no se tientan el corazón para destruir con tal de fomentar sus grandes emporios es una realidad que debemos atacar, pues su “negocio” definitivamente es detrimento de toda la sociedad.
Este duelo no debe ser en vano, es necesario que lo hagamos propio, no permitamos que sea solo una estadística más; importante es recordarlos con esa hambre y ganas de vivir; bellos, prometedores, ansiosos por conocer, hacer y descubrir. Estos fusilamientos que hacen las drogas, deben de servir como un recordatorio angustiante de los peligros que enfrentan nuestros jóvenes.
Abramos un diálogo franco en nuestras casas y comunidades sobre las consecuencias devastadoras del consumo de drogas. Cerrar oídos no será opción cuando nos señalen que son obligados a consumir o a participar en la ilícita venta. La educación, la empatía y el apoyo serán nuestras armas contra este flagelo. Su memoria y nuestro amor debe inspirarnos a tomar medidas decisivas para evitar que más caigan en esta trampa mortal de las drogas.
*Cada lágrima que derraman resuena en el eco de un afecto compartido.