III domingo del tiempo ordinario
“El tiempo apremia”, “este mundo que vemos es pasajero” (1 Cor. 7, 29.31). Aunque el apego a lo material siempre ha influido equivocadamente en la vida del hombre, a partir de la modernidad, este problema tomó un cauce que cada vez complica más la vida humana. Filósofos como Bacon, plantearon una esperanza nueva para la humanidad: “fe en el progreso”. Para él, los descubrimientos y las nuevas luces de un progreso material significaban el inicio de un mundo absolutamente nuevo: surgía el reinado del hombre.

Con los planteamientos de filósofos como Bacon y, después, con ideologías como el iluminismo, el utilitarismo y el pragmatismo, la humanidad se abría espacio, sí, hacia el aprecio de las bondades de nuevos avances científicos y tecnológicos; pero, a la vez, venía más la tentación de pensar que en eso estaba la dicha más alta de la vida humana, al grado de proyectar en sociedades y modos de vida donde Dios estorba o es totalmente secundario.

Las consecuencias las estamos viviendo, cada vez, con más agobio: el apego a lo material provoca desencanto y luchas de poder y, en consecuencia, muerte. Lo primero que muere es Dios en el corazón humano, luego siguen sus diversas consecuencias.

De ahí que, hoy, nos viene más que oportuna la advertencia contundente de San Pablo: “El tiempo apremia”, “este mundo que vemos es pasajero” (1 cor. 7, 29.31). Efectivamente, ¡qué breve es nuestro paso por esta tierra! Cualquier persona razonable entiende lo que esto significa y, sin lugar a duda, le deben llegar a lo más íntimo del corazón.

El tiempo es corto y no podemos malgastarlo. Por lo que San Pablo nos aconseja: “conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran, los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él”. Obvio, San Pablo no hace a menos estas realidades tan propias del mundo, pero sí nos advierte que en eso no puede girar la esencia de nuestra vida.

Con la misma contundencia nos habla Jesús en el evangelio: “Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios ya está cerca”. ¿Ahora qué falta?, ¿qué hacer?, “Arrepiéntanse y crean en el evangelio” (Mc. 1, 15). El Reino de Dios, en esencia, no significa la llegada de una religión más, ni de un sistema moral rigorista, sino el encuentro del Amor Divino con la condición humana.

Por lo mismo, el llamado a la conversión es algo integral. Si en la antigüedad convertirse indicaba un regresar al camino, ahora, en la dinámica del Evangelio, significa atrévete a dar un paso significativo en tu vida. No es volver, es adelantar. Es descubrir una realidad nueva. Por eso, Jesús une conversión con creer en el Evangelio. La dinámica del Evangelio es “abrirnos al don de Dios” y convertirnos, como dice el Papa, en un prójimo sin fronteras (Fratelli Tutti, 80-8).

“El tiempo apremia”. No nos conformemos con vivir sólo con las verdades y las propuestas del más acá, pues, esto al final no le quitan a lo terrenal su condición de caduco, mejor hagamos un proyecto de vida que incluya las verdades del más allá, donde la vida se vuelve plena. Cada paso, en dicho proyecto, indica que sí estamos en proceso de conversión.
 

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