Ciudad de México.- Hermelinda Quintero, madre del histórico capo del narcotráfico Rafael Caro Quintero, fundador del primigenio Cartel de Guadalajara e implicado en la tortura y asesinato del agente de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) Kiki Camarena, murió este jueves en Guadalajara, Jalisco, de acuerdo con la prensa local. No ha trascendido la causa del fallecimiento, pero los periódicos de Sinaloa, el Estado natal de la mujer, apuntan a causas naturales debido a su avanzada edad, de supuestamente 94 años.
El portal Río Doce, medio referente en la información sobre narcotráfico en Sinaloa, señala que el cuerpo de la anciana será trasladado de Guadalajara a Culiacán, más cerca de su pueblo natal, Badiraguato. El pueblo, conocido por ser la cuna de otros históricos señores de la droga sinaloenses, vio nacer a quien fuera el narco más poderoso del mundo, Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, fundador del Cartel de Sinaloa, hoy condenado a cadena perpetua por un tribunal estadounidense.
Hermelinda Quintero fue una mujer de orígenes extremadamente humildes que vivió la mayoría de sus años gracias a trabajar la tierra. Se casó Emilio Caro Payán y con él tuvo al menos ocho hijos: Rafael Caro Quintero fue, tristemente, el más célebre de todos, una figura que para bien o para mal moldeó la historia del narcotráfico mexicano.
Aquel joven campesino, que apenas sabía leer ni escribir cuando dio sus primeros pasos en el negocio, aplicaría los conocimientos de los labradores sinaloenses para revolucionar el cultivo de marihuana. Desarrolló masivamente plantas hembra que, al no tener semillas, ocupaban menos espacio al ser transportadas y permitían pasar mayores cantidades por la frontera, disparando las ganancias.
A finales de los setenta, Caro Quintero comenzó a hacer negocios de la mano de tres nombres que acabarían siendo claves para la histora moderna de México: Ernesto Fonseca Carrillo alias Don Neto, Juan José Esparragoza Moreno alias El Azul y Miguel Ángel Félix Gallardo, El jefe de jefes. Aquella sería la semilla que daría lugar al Cartel de Guadalajara, una organización pionera en el tráfico masivo de drogas a Estados Unidos que establecería también lazos comerciales con los narcos colombianos para transportar cocaína, más rentable que la marihuana, al norte de la frontera.
El relato histórico más extendido defiende que el Cartel de Guadalajara fue la organización pionera que daría lugar más tarde al Cartel de Sinaloa y otros grupos criminales que se escindieron tras la detención de los jefes originales. Sin embargo, algunas investigaciones académicas de los últimos años defienden que “por el contrario, fue una organización cuasi familiar que nunca logró una completa integración vertical de su proceso de producción, transporte y comercialización de drogas, que no alcanzó a implantar reglas bien definidas entre sus miembros, ni a establecer un mecanismo jerárquico de toma de decisiones consensuado”, se lee en un trabajo de Noria Research titulado El cartel de Guadalajara nunca existió, una teoría disputada por la academia.
Academicismos aparte, Caro Quintero, Félix Gallardo, Fonseca Carrillo y Esparragoza Moreno cambiaron las reglas del juego. Crearon una extensa red en la que implicaron a políticos de primer nivel, empresarios, policías y militares que los blindaron ante la justicia. Durante un tiempo fueron intocables. La DEA comenzó a mirar con recelo a aquel grupo de sinaloenses que inundaba de droga sus calles. Estados Unidos presionó al Gobierno mexicano y los narcos sufrieron las primeras bajas. Primero, un día de noviembre de 1984, el Ejército quemó 8.000 toneladas de esa marihuana sin semillas que Caro Quintero había perfeccionado.
El joven empezó a perder la cabeza. Cada vez más violentos, cada vez más desatados, los narcos dieron pasos en falso que fueron dinamitando los cimientos de la organización que habían levantado. En enero de 1985 acuchilló a dos turistas estadounidenses que cenaban en su mismo restaurante, a los que confundió con agentes de la DEA. Una semana después, afinó puntería y ordenó la detención de Enrique Kiki Camarena, él sí, investigador de la agencia antidrogas que seguía de cerca los pasos de Caro Quintero.
Kiki Camarena fue secuestrado junto a Alfredo Zavala, un piloto con el que solía trabajar. Ambos fueron brutalmente torturados durante más de 30 horas por los sicarios a sueldo de Caro Quintero, asesorados por un médico que lo mantenía con vida para que siguiera sufriendo, hasta que finalmente los dejaron morir y abandonaron sus cuerpos. Investigaciones independientes publicadas años después por la revista Proceso o el documental The last narc (El último narco, Prime, 2020), apuntan a la implicación de miembros de la CIA y la policía mexicana en los asesinatos. Según ese relato, la agencia estadounidense era una parte activa del tráfico de drogas a partir de terceros, cuyos beneficios luego utilizaban para financiar a los contrarrevolucionarios en Nicaragua, que buscaban desestabilizar al Gobierno Sandinista.
Sea como fuere, Caro Quintero firmó su sentencia con su participación el asesinato de Camarena. La DEA juró venganza y no se detuvo hasta que fue arrestado en abril de 1985. Estaba junto a Sara Cosío Vidaurri, una adolescente de 17 años hija de la alta burguesía de Jalisco que huyó con el narcotraficante. Pasó 28 años en prisión y fue liberado en 2013 por un fallo de forma. Cuando las autoridades quisieron reparar el error, Caro Quintero ya se había perdido en la sierra sinaloense. Se escondió entre su Estado natal y Sonora durante más de ocho años. Durante ese tiempo, fue el hombre más buscado por la DEA, que llegó a ofrecer 20 millones de dólares por él. El capo volvió a las andadas y el viejo negocio, aunque se encontró una realidad cambiada. Fue arrestado de nuevo, finalmente, en julio de 2022, en un operativo en el que murieron 14 militares y se derribaron helicópteros. Desde una cárcel mexicana se ha enterado de la muerte de su madre, mientras Estados Unidos pelea por su extradición.
JFF