Las naciones modernas no pueden -ni en la práctica ni en la política- tener unas fronteras abiertas que permitan el ingreso a cualquiera que decida inmigrar.
La buena noticia es que Estados Unidos no tiene las fronteras abiertas y no hay ninguna facción significativa en nuestra política que diga que debería ser así. De hecho, la inmigración legal a Estados Unidos es bastante difícil.
La mala noticia es que estamos teniendo dificultades para hacer cumplir las reglas migratorias, sobre todo porque las agencias gubernamentales pertinentes no tienen suficientes recursos. Y en este momento, la razón por la que no los tienen es que muchos republicanos en el Congreso, aunque denuncian una crisis fronteriza, parecen decididos a negar el tan necesitado financiamiento.
Su postura está enraizada en un cinismo político extraordinario y ni siquiera están tratando de ocultarlo: Donald Trump intercedió con los republicanos para bloquear cualquier acuerdo migratorio porque cree que el caos en la frontera ayudará a mejorar sus probabilidades en las elecciones.
Aunque el sabotaje flagrante explica el actual estancamiento del tema migratorio, hay algo más: Trump y quienes lo rodean son bastante hostiles a la inmigración en general.
En parte se debe a la xenofobia, si no es que al racismo abierto. Si, como Trump ha hecho, se dice una y otra vez que los migrantes “envenenan la sangre de nuestro país”, a uno no le importa mucho si llegan al país por la vía legal, lo que uno dice en realidad es que lo que importa es si son blancos o no.
Pero no es solo eso. La gente cercana a Trump tiene una visión de suma cero de la economía, en la cual cada trabajo tomado por alguien que no nació en Estados Unidos está quitándole un trabajo a alguien que sí nació en el país.
En 2020, Stephen Miller, uno de los arquitectos de las políticas migratorias de Trump, les dijo a los seguidores de Trump que una de las metas era “cerrarles la puerta a los nuevos trabajadores migrantes”. De manera sorprendente, Trump emitió una orden ejecutiva destinada a negarles la visa a extranjeros altamente calificados, muchos de los cuales trabajan en el sector tecnológico. Al parecer, Miller y su jefe creían que esto significaría más puestos de trabajo para los estadounidenses, cuando en realidad lo que haría sería socavar la competitividad estadounidense en tecnología avanzada.
Así que este parece ser un buen momento para señalar que las posturas negativas de la economía de la inmigración están equivocadas. Lejos de quitar empleos, los trabajadores nacidos en el extranjero han desempeñado un papel importante en el éxito reciente de Estados Unidos al combinar un rápido crecimiento con una rápida disminución de la inflación. Y los trabajadores nacidos en el extranjero también serán fundamentales para la iniciativa de atender los problemas a largo plazo de nuestro país.
Acerca de ese éxito reciente: ha tomado un tiempo, pero muchos observadores por fin reconocen que Estados Unidos ha hecho un trabajo extraordinario para recuperarse de los efectos de la pandemia de COVID-19. La inflación se ha desvanecido en gran parte del mundo, pero Estados Unidos destaca por su capacidad para combinar la desinflación con un vigoroso crecimiento económico. Y una de las claves de ese rendimiento ha sido el rápido crecimiento de la población activa estadounidense, que aumentó 2,9 millones desde la víspera de la pandemia, hace cuatro años.
¿Qué tanto de ese crecimiento se debe a los trabajadores nacidos en el extranjero? Todo. La población activa nativa disminuyó un poco en los últimos cuatro años, lo que refleja el envejecimiento de la población, mientras que se incorporaron 3 millones de trabajadores nacidos en el extranjero.
¿Esos trabajadores nacidos en el extranjero les quitaron los trabajos a los estadounidenses, en especial, a los estadounidenses nacidos en el país? No. A principios de 2024, Estados Unidos tiene pleno empleo y los consumidores que afirman que los puestos de trabajo son “abundantes” superan en casi 5 a 1 a los que dicen que son “difíciles de conseguir”. La tasa de desempleo entre los trabajadores nacidos en el país estuvo apenas por debajo del 3,7 por ciento en 2023, el nivel más bajo desde que el gobierno empezó a recopilar datos.
De hecho, yo argumentaría que el influjo de trabajadores que nacieron en el extranjero ha ayudado a los que nacieron en el país. Hay una extensa bibliografía de investigaciones sobre el impacto económico de la inmigración, que de manera consistente no logra encontrar los efectos negativos que suelen predecirse sobre el empleo y los salarios. Más bien, los trabajadores migrantes suelen complementar la mano de obra nativa, al incorporar distintas habilidades que, de hecho, ayudan a evitar los cuellos de botella en la oferta y permiten una creación de empleo más rápida. Por ejemplo, Silicon Valley contrata a muchos ingenieros nacidos en el extranjero porque aportan algo adicional; lo mismo ocurre con los trabajadores de muchas ocupaciones menos glamurosas.
Y es probable que los trabajadores inmigrantes hayan sido de especial importancia estos últimos años, en los que la economía ha luchado por resolver las disrupciones causadas por la pandemia.
Los trabajadores nacidos en el extranjero son fundamentales para el futuro hacendario de Estados Unidos. En una primera aproximación, el gobierno federal es un sistema que recauda impuestos de los adultos en edad laboral y gasta gran parte de lo recaudado en programas que ayudan a los mayores, como Medicare y la seguridad social. Si se cortara el flujo de inmigrantes, que en su mayoría son adultos en edad productiva, nuestro sistema sería mucho menos sostenible.
Así que, aunque hay que arreglar el desastre en la frontera (y se podría arreglar si los republicanos ayudaran a resolver el problema en lugar de explotarlo para obtener ventajas políticas), no dejemos que ese lío oculte la gran realidad de que la inmigración es una de las grandes fuentes de poder y prosperidad de Estados Unidos.
@PaulKrugman