La semana pasada se presentó ante la ciudadanía guanajuatense, el último informe de gobierno del titular del Ejecutivo estatal y, en lo que ya viene siendo una costumbre de todos los gobernantes, se decidió que fuera en dos partes: la entrega del informe formal en el Congreso del Estado, que cumplió con todos los requisitos y sobriedades que exige la ley, y otro informe que fue abierto y masivo.
Este proceso y formato fue similar al que se llevó a cabo en el mes de septiembre pasado cuando se presentó el Informe del H. Ayuntamiento, mismo que se celebró en el marco de una sesión solemne del cabildo leonés.
En ambos casos, los informes formales fueron bajo el formato de un acto austero y republicano, dentro de un entorno de respeto a nuestra Constitución y a la división de poderes, es decir, procurando elevar la seriedad y trascendencia que tiene ese ejercicio democrático. Además, estos procesos se complementan, en el caso del informe estatal, de una glosa posterior a la que acuden los Secretarios de Estado, y en el caso del Informe del Ayuntamiento, de mesas de trabajo previas a las que asisten todos los ediles y directores municipales.
Pero también en ambos casos, posteriormente se llevó a cabo un evento masivo, al que también se le llama Informe, pero que, por su formato, convocatoria, producción y retórica, se parece más a un cierre de campaña electoral al que confluye toda la clase política, empresarial, académica, religiosa y popular de la sociedad, acabando inevitablemente en un acto que fomenta el culto a la figura del gobernante.
A estos eventos se dieron cita más de cuatro mil personas en cada uno, muchas de ellas fueron transportadas desde diversos municipios, comunidades rurales, colonias y barrios, con apoyo de las autoridades, lo que evidentemente quita cualquier tinte de espontaneidad e iguala a aquellos eventos de antaño que tanto fueron criticados por quienes hoy gobiernan. Hoy en día estos actos son muy recurridos por todos los gobernantes, para medir su popularidad y/o dar una apariencia de cercanía con la gente.
La producción con pantallas, videos, drones, cámaras, tapancos, animadores, etcétera, además de costosa, fue el escenario perfecto para el lucimiento personal de los políticos, quienes, llegando mediante entradas triunfales, se desarrollan al viejo estilo paternalista de anunciar obras que emanan precisamente de su obligación como gobernantes y por lo cual reciben un emolumento, buscando obtener el aplauso y las porras simple y sencillamente por hacer su trabajo. Debemos normalizar tratar a los gobernantes como servidores públicos y no como celebridades.
Nuestras leyes establecen la obligación de los gobernantes de informar a los ciudadanos más como un ejercicio de rendición de cuentas, que como un festejo anual en el que literalmente se echa la “casa por la ventana”, pues estos actos multitudinarios van acompañados de varios días de propaganda oficial en todos los medios de comunicación, cuyo eje principal es publicitar la sonrisa del gobernante, más que la información detallada de lo que se pretende dar a conocer a la sociedad, y por supuesto, todo pagado con recursos públicos.
Definitivamente me inclino más por el formato serio, solemne y sobrio, pues va más acorde a la actividad política que representa la enorme responsabilidad que significa gobernar. Los políticos no son artistas, son mandatarios de los ciudadanos, a quienes tienen que rendirles cuentas y su trabajo es dar resultados, proponer soluciones y resolver sus problemas, sin esperar nada a cambio.
LALC