A  veces creo que es necesario tomar distancia para apreciar de nuevo. Es preciso un alejamiento de la actualidad para darle valor a la cotidianeidad. A veces absurdamente asumo que las tendré todas conmigo, tanto así que los grandes tesoros se han vuelto invisibles, a base de convivir con ellos, se han puesto el camuflaje de los camaleones y se han mimetizado  con el entorno.

Un tiempo también  pensé erróneamente que podría perdurar en una etapa con el mismo entorno y la misma gente, pero el carro giró y avanzó, primero muy despacio casi de forma imperceptible, y al tornar la mirada me encontré en un punto muy distante, algo así como los barcos que navegan por la línea del horizonte hasta desaparecer tras la curva de la tierra donde ya no se pueden mirar.

Y sé que de la misma manera esta vida actual evolucionará y no podré asirme a ella aunque lo intente con todas mis fuerzas, no está en mis manos, rebasa mis capacidades, no puedo estacionarme a voluntad. Acepto los cambios y no detengo las vueltas que da mi planeta sin pedir mi autorización. Impasible el minutero mueve sus engranajes llevándome en su girar lo quiera o no.  Sé que la alegría de la vida no es llegar al final, que la enseñanza se encuentra en  el trayecto, y que sólo podré detenerme a recordar lo que fue, más nunca correr a contratiempo.

El otro día algo así me sucedió contigo, me di cuenta de que tristemente nuestro barco zarpó sin nosotros y se encontraba al otro lado del mar, había navegado años y años invisibles para nuestros ojos. El sol iluminó su cubierta con rayos de luz versátil que nosotros no miramos. El agua cantarina se estrelló en los costados de su coraza a diario mientras parecía volar con la fuerza del viento, a un lado y otro, haciendo un surco en ese mar profundo y agreste como un desierto animado.

Con la fuerza de mi imaginación me acerqué al navío y miré con curiosidad al interior por una de sus claraboyas, y me percaté que navegaba vacío. ¿Te das cuenta de la pena y del absurdo?  Pudimos haberlo llenado de días, de risas y confidencias, haber estructurado una historia, dado respuestas a este corazón que asimiló las ausencias como algo cotidiano. Sí, de acuerdo, sin nosotros dentro, la travesía no tuvo objeto ni sentido alguno. 

Y no sé por qué al verte, supe que estabas pensando lo mismo, una sombra cubrió tu mirada, yo fingí que no me percataba de nada y te hablé de naderías como se ha vuelto una costumbre cuando nos reunimos, para no hacer reclamos que ya no conducen a ningún lado, ni pueden traer a puerto  a esa embarcación que zarpó vacía.

Así que regresé, me uní a la tripulación de mi vida, ocupé mi lugar gustosa en mi barco y decidí sumarme a esos días que vivo sin escatimar las palabras de mi corazón ni la expresión de mis labios. También me propuse tener sueltas las amarras de mis brazos para extenderlos cual  velas sin temor del viento, porque sé que en altamar parecerá que estoy volando, que estoy persiguiendo las estrellas. 
 

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