~ Cuando llegó el tiempo de la cosecha, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos ~

El fruto que el dueño de la viña ––o sea, Dios–– quiere recoger es el amor al prójimo, expresado en el derecho y la justicia; sin embargo, los viñadores ––los dirigentes––, en lugar de entregar el fruto, producen la violencia y la ruina de la plantación ––el pueblo––.

Nosotros somos una nueva plantación. A diferencia de la primera, la del pueblo judío en tiempo de Jesús, hemos sido cultivados por la Palabra y los Sacramentos. Sin embargo, parece que igual que entonces, seguimos dando muerte al don más valioso de Dios: su propio Hijo.

Cuantas veces vamos contra la persona humana, cuando no la cultivamos, no la formamos ni la enriquecemos, es como agarrar a Jesús y su Palabra, echarlo fuera y matarlo.

Podríamos preguntarnos: ¿cuántas veces me he quedado con el fruto? ¿Cuántas no he cultivado nada? ¿Cuántas he sido ruina de una plantación que estaba fecunda y frondosa? ¿Cuáles frutos he producido? ¿A quiénes he cultivado?

Jesús ha unido el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, con el amor al prójimo como a uno mismo. Por eso el fruto que nos pide no es cualquier cosa; de hecho, compromete nuestra relación con Él.

Entreguemos frutos y gozaremos de ver carros llenos que rezumen de abundancia.

Oración:
Señor Jesús, enséñame a reconocer tus frutos en la plantación de mi familia y de mi trabajo. Que distinga lo que es tuyo y lo que me toca para seguir en tu viña.

Que junto con mi familia logremos cosechas abundantes del amor al prójimo, especialmente del amor a tu Hijo, a quien podemos ver en los rostros de muchos necesitados que vienen a nuestro encuentro. Amén.

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