“El calentamiento global es real, pero no es el fin del mundo”.

Bjorn Lomborg, False Alarm

 

Las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO2) alcanzaron un máximo histórico de 37,400 millones de toneladas en 2023, según la International Energy Agency (IEA). Aumentaron 410 millones de toneladas sobre 2022, en parte por la sequía que afectó la generación hidroeléctrica en países como China, Estados Unidos y México. Aquí la hidroelectricidad cayó 50 %.

Los países desarrollados, sin embargo, lograron una disminución sin precedentes de sus emisiones, que fueron las más bajas en 50 años. Lo hicieron por un mayor uso de energías renovables, pero también al reemplazar carbón por gas en la generación de electricidad. El año pasado fue el primero en que la mitad de la generación en las economías avanzadas provino de fuentes renovables y nucleares (IEA, “CO2 Emissions in 2023”, marzo 2024).

El 2023, por otra parte, fue el año más caliente desde 1850, cuando empezó a haber registros internacionales fiables. Se registró un promedio en tierra y mar 1.35 grados arriba de las temperaturas preindustriales de 1850-1900. La idea del Acuerdo de París de 2015 de que se podía impedir que la temperatura rebasara los 1.5 grados se desvanece; para ello se requeriría un imposible recorte de casi 45 por ciento en las emisiones de CO2 para 2030. Fuera de 2020, el año de la pandemia, las emisiones no han hecho sino crecer, a pesar de las promesas políticas.

En París los países del mundo se comprometieron a tomar medidas para no rebasar esos 1.5 grados. La meta no se logró “por una razón muy sencilla”, explicaba el investigador danés Bjorn Lomborg al periódico La Razón de España el pasado 3 de diciembre: “Cumplirlo de verdad nos costará 27 billones de dólares y eso es porque estamos intentando resolver el cambio climático de manera equivocada. La sugerencia de muchos gobiernos es que dejemos de usar las energías fósiles y, a priori, tiene sentido, pero es lo mismo que decir que tenemos mucha obesidad y debemos parar los alimentos”.

A pesar de los acuerdos de París, y otros posteriores, las emisiones de CO2 no han dejado de crecer en los países pobres. Europa ha aumentado el uso de energías limpias porque ha tenido los recursos para introducir nuevas tecnologías renovables a pesar de los costos y de la intermitencia. En Estados Unidos la mayor parte de la reducción ha venido del reemplazo de carboeléctricas por plantas de ciclo combinado de gas, mucho más limpias, pero que usan combustibles fósiles. Los gobiernos han tratado de acelerar el proceso decretando prohibiciones, como la de construir autos de gasolina a partir de algún año futuro, diferente en cada país, pero la gente se resiste a unas políticas que la empobrecen. En Europa ha habido protestas por las alzas en combustibles y energía. En Estados Unidos los autos eléctricos están siendo rechazados por muchos consumidores. En México, que pinta poco a nivel mundial, el problema ha sido el gobierno, que ha favorecido la energía sucia de la CFE e impedido la conexión de plantas privadas más limpias.

Es imposible frenar las emisiones de contaminantes lo suficiente para impedir que las temperaturas rebasen los 1.5 grados sobre tiempos preindustriales. El mundo no tiene la tecnología para una baja tan dramática de aquí al 2030. Pero esto no significa el fin de la humanidad. Debemos invertir en medidas que generen crecimiento y den un mejor nivel de vida a los más pobres, porque la pobreza es realmente el factor que convierte el calentamiento global en un peligro mortal; pero para seguir avanzando en la economía y reducir al mismo tiempo las emisiones de contaminantes necesitamos impulsar una revolución tecnológica, y no prohibir actividades o productos más eficientes. 

Crisis de agua

Agua Capital y otras organizaciones afirman que se requieren inversiones adicionales por 97 mil millones para superar la crisis de agua en el valle de México. No es una cantidad imposible, pero el gobierno prefiere gastar en trenes, refinerías y aeropuertos. 

www.sergiosarmiento.com

 

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