Este México florido, tan rico en riquezas naturales como en lenguajes, donde nos regalan los ancestros, la sabiduría popular para reflejar –y preservar-, este rico patrimonio intangible que es nuestro hablar. Por eso, los refranes, las calaveras, los dichos populares, se conservan para el futuro. Cuando alguien “anda de hocicón” o de “lengua suelta”, damos el mismo significado de que “cae más pronto un hablador que un cojo”. Y aplica cuando hablamos o decimos de más, para convencer, para vender, para prometer.
Aplica en estos tiempos de campañas electorales, donde los aspirantes prometen el cielo y las estrellas a los electores. Desde los tiempos modernos están registradas las promesas de campaña de candidatos a la Presidencia de la República. Allí tenemos a De la Madrid que prometió acabar con la corrupción; a Calderón que declaró una guerra sin cuartel que ganaríamos; a Fox que aseguraba que en 15 minutos resolvería el conflicto en Chiapas y que llegaríamos a ser una potencia económica como Japón; a Peña Nieto que llevó a muchos a una telenovela romántica. Eso está en la esencia de los mexicanos: “prometer no empobrece”, decimos. Incluso, trasladado al campo del mercado, encontramos que los vendedores prometen y hasta engañan con tal de cautivar al cliente.
Pero hay un fenómeno claro y comprobable científicamente: cuanto mayor es la promesa de la marca o del producto, cuando el vendedor anda de “hocicón”, es decir, promete de más, el cliente incrementa considerablemente su expectativa, lo que espera, pues ese mundo de satisfacción lo tiene en su mente y en su corazón. Eso es lo que sucede en las campañas políticas: para ganar el poder, los candidatos prometen lo inalcanzable. No hay (o escasean) quienes prometen lo alcanzable. Al final, son campañas políticas y quieren ganar el poder. Y como no hay un mecanismo legal o social para que rindan cuenta de sus promesas de campaña incumplidas, los electores solo nos quedamos con la insatisfacción cuando el gobernante finalmente no cumple.
El sexenio del presidente AMLO se acabó y cantidad de sus gritos de promesas se incumplieron. Supo llegar perfectamente al votante pobre de México que está inmerso en este sistema social de inequidades, prometiendo que sería el Mesías que resolvería todo. Logró que el pueblo le idolatrara y sintiera que lo que decía era posible. Pero lamentablemente la terca realidad mostró que este maravilloso País solo se transforma cuando hay un cambio cultural construido por todos. Así, no fuimos Dinamarca en un sistema de salud que colapsó con el fracaso del INSABI; tuvimos el sexenio más sangriento de la historia al llegar a cerca de los 200 mil asesinatos violentos de orden federal; militarizó al País sin regresar al ejército a las calles; tuvimos 800 mil muertos por la pandemia; no se descentralizó el gobierno; el Presidente AMLO no quiso gobernar para todos; tuvo una ausencia de agenda verde para energía; no resolvió Ayotzinapa y le irrumpieron en el Palacio Nacional; fracasó su estrategia de “abrazos no balazos” que hoy es indefendible y lo que considero más terrible: dejó incrustado por décadas en nuestra estructura social al crimen consentido que controla hoy territorios y elecciones.
Tuvimos, eso sí, proyectos importantes que hicieron girar al presupuesto hacia 30 millones de apoyos sociales que hoy se hacen consumo estirando la mano; la Guardia Nacional, aunque solo, orientada ya a mirar las calles; el intento de regresar al Estado que administra empresas y cuyo resultado solo se verá con el paso de los años; el buen propósito de rescatar Pemex y que tuvo solo el año pasado el peor estado de resultados de su historia; la pertinencia de un sistema de trenes que el País necesitaba pero no tiene dineros; el necesario incremento de los salarios mínimos; el cobro de adeudos millonarios al SAT por parte de los grandes consorcios; la reducción de sueldos a altos funcionarios.
Nos falta mucho para lograr reconciliar a los mexicanos y construir en equipo. Parece que nuestra historia, llena de derrotas cuando nos hemos dividido en dos bandos, no verá pronto las victorias que tienen otros países cuando construyen juntos desde sus diferencias. Las crisis en Chile, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Cuba, provenientes de gobiernos de izquierda que prometían una realidad mejor para las mayorías, no son siempre resultado de agentes externos, sino de la incapacidad interna de entender que solo habrá porvenir para todos cuando lo construyamos desde la concordia.