Juan 5, 1-3. 5-16
~ “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo” ~
Jesús sube a Jerusalén para encontrar al pueblo oprimido y liberarlo de ideologías y marginaciones. A partir de ahora, veremos cómo crece la oposición a Jesús por parte de las autoridades; en efecto, no se detendrán hasta concretar su pasión y su muerte.
El enfermo representa a la muchedumbre que ha esperado por treinta y ocho años ––es decir, una generación–– la liberación.
La enfermedad que padece el paralítico es responsabilidad suya, pero también del sistema injusto.
Si ese enfermo es imagen también del pecado que nos impide movernos libremente, caminar, amar y servir, nos provoca hoy con el objeto de liberarnos de cualquier opresión.
Fijémonos bien: mientras el enfermo espera que Jesús lo sane metiéndolo al agua, Jesús le ofrece otra posibilidad; ya no necesita de la ideología de la piscina, no necesita el recurso que todos buscan. Lo incita a actuar por sí mismo, sin depender de otros; en definitiva, a usar su libertad. Que tome su camilla y se marche, aunque sea día prohibido para cargarla por ser sábado. Jesús lo hace dueño de su pasado ––simbolizado por la camilla y la enfermedad–– para que lo deseche por siempre.
¿Cuánto hace que espero que alguien me tire a la piscina?
¿Qué estoy dispuesto a hacer para caminar por mi cuenta, para superar lo que me paraliza?
Oración:
Señor Jesús, gracias por incitarme a obrar por propia cuenta. Deseo despertar del letargo, de mi pasividad frente a la vida.
No quiero ser paralítico de fe, de vida ni de amor. Mándame levantarme y permite que mi familia nunca se paralice por miedo, por una ideología ni por el pecado. Amén.