Los debates son ahora una parte de la vida democrática de México. Incluso la ley electoral ya los contempla como un ejercicio democrático obligatorio, pues, al final del día, los mexicanos –tan acostumbrados a descalificar y ofender- no sabemos debatir ideas. Deberíamos tener formación escolar desde pequeños para debatir con respeto como lo hacen otras culturas; los menores deberían tener esa costumbre de exponer y defender, respetando siempre las de otros por diferentes que sean. Nuestra cultura mexicana es, lamentablemente, de todo o nada; de buenos y malos. Difícilmente aceptamos a quien piensa diferente. Así fue en la historia, donde la patria nació dividida entre liberales y conservadores, pues es más fácil esto, que construir juntos el futuro.
El presidente AMLO encarna a la perfección lo que describe Octavio Paz en el “Laberinto de la soledad” sobre los complejos históricos que cargamos desde la época prehispánica. Con nuestros traumas, echamos la culpa al pasado y a los otros, en lugar de encarar el mañana. A esos enemigos del imaginario colectivo les echamos la carga de nuestros rencores. Por eso, es imposible construir con aquellos que nos conquistaron o que nos vencen en las contiendas o con quienes contendemos en un concurso o en una competencia. En lugar de acordar en el Congreso con otras fuerzas, el presidente AMLO siempre ha buscado ganar solo con los suyos. Su estrategia ha sido siempre pelear contra sus enemigos, nunca la concordia. A él le gusta estar a gusto hablando en sus mañaneras en discursos que duran horas, exponiendo su concepto del mundo y buscando aleccionar a quienes le escuchan, usando los recursos del Estado mexicano contra los que considera sus adversarios. No ha querido nunca hacer diálogos circulares ni debatir. Rebate siempre a periodistas que hacen preguntas incómodas. Tampoco se sentó alguna vez a acordar con las demás fuerzas políticas ni aceptó entrevistas de medios de comunicación.
En la familia, en la empresa, en las calles, deberíamos aprender el sano ejercicio del debate de ideas sin la tentación de las ofensas, los gritos y los sombrerazos. Nos hace falta por eso, que nuestros gobernantes cultiven la tolerancia a la diversidad de ideas, pues México es un mosaico de pensamientos ricos en propuestas. Por más que quiera, AMLO no puede desaparecernos a ese 40% de la población que en algo pensamos diferente a él. Tendría que seguir fomentando el odio, las burlas, las descalificaciones, para que nos borraran del mapa de la vida a quienes no somos sus incondicionales.
El debatir debería ser parte de la estrategia de cualquier partido y político, pues es un derecho de los votantes conocer a candidatos y sus plataformas políticas y para ellos, los partidos, debería ser una obligación. Claro que debe ser en espacios donde se den condiciones de equidad como las universidades, los institutos electorales, los medios de comunicación, las cámaras empresariales, los colegios de profesionistas. Lamentablemente, la estatura moral, las capacidades de convencimiento de los candidatos se mide con su asistencia a los debates organizados en periodos electorales. Y por eso, lamento que Alma Alcaraz, la candidata de Morena a la gubernatura de Guanajuato, no se haya presentado a dar la cara a sus potenciales electores.
Está comprobado, estadísticamente, que los debates en las sociedades modernas no influyen en los votantes ni en los indecisos, solo crean conversaciones con temas, hechos, sucesos, que se hayan dado en el evento. Por eso, no podemos hablar de “ganadores” o “perdedores” en un debate, sino solo de impresiones que los asistentes tienen sobre el desempeño de los aspirantes, porque allí se revelan sus maneras de ser, sus fortalezas y debilidades. El evento organizado por la Coparmex, es cierto, tenía un formato flexible que incluía preguntas que harían personas que opinaron desde su “ronco pecho” y podrían estar sesgados, sí. Pero una candidata con pericia y habilidad mental con facilidad puede librarlo todo. Vi bien a la joven Libia, segura y sonriente; conocí a Yulma; me hubiera gustado conocer a Alma y me pregunto si hubiera planteado la concordia o nos hubiera llenado de diatribas. Lástima por quienes no asisten a debates; en una comunidad democrática deben llegar tiempos de concordia donde la palabra y el intercambio de ideas nos ayuden a construir todos juntos un mejor futuro.
LALC