A finales de la semana pasada conversé con Xóchitl Gálvez para el podcast de Letras Libres, Ciberdiálogos (la entrevista se publica este 13 de mayo). Hablamos de una larga lista de temas, desde el papel de las fuerzas armadas en un hipotético gobierno suyo, la influencia del crimen organizado en los procesos electorales en México, el potencial reto de tener enfrente a Donald Trump y el legado del PRI y el PAN.
Por supuesto, hablamos también de la elección en puerta. Gálvez está convencida de la intervención incorrecta del presidente López Obrador. También está segura de que la candidatura de Álvarez Máynez está armada para beneficiar a Morena. Rumbo al final, le planteé a Gálvez una pregunta que se ha vuelto tristemente indispensable en estos tiempos. Quise saber si se comprometía a aceptar los resultados de la elección. De inmediato me dijo que sí. Después le pregunté si creía que, en un hipotético triunfo suyo, el presidente López Obrador también aceptaría los resultados. “Por supuesto que no”, me dijo. “Claro que (el presidente) no va a aceptar los resultados”. ¿Y Sheinbaum? “Ella hace lo que el presidente le diga”, me respondió Gálvez.
Todo ese intercambio con Gálvez, y con cualquier político, debería ser innecesario. El respeto a la voluntad del electorado y a la transferencia civilizada de poder es el valor central de la democracia, y debería darse por sentado. No sobra subrayar que México logró transitar hacia elecciones confiables después de décadas de manipulación desde el gobierno. Desde hace ya mucho tiempo, los votos en México se cuentan y cuentan. Los candidatos a cualquier cargo de elección popular deberían partir de la base del respeto al proceso democrático, sin chistar.
Por desgracia, el virus del negacionismo electoral se ha extendido.
En Estados Unidos, Donald Trump rompió con una tradición de más de 200 años al inventar un supuesto fraude que jamás existió. Para desgracia de la democracia estadounidense, un porcentaje demasiado grande de electores prefiere creerle al caudillo republicano que creer en la evidencia y en la historia de su país, en donde no hay registro alguno de ningún tipo fraude electoral sistemático.
Ahora, frente a las elecciones del 2024, Donald Trump se ha negado a comprometerse a respetar los resultados en las urnas en noviembre. No está solo. Otros republicanos cercanos a él ya han seguido el mismo camino. El senador de Carolina del Sur Tim Scott está en las mismas, negándose desde ahora a validar el resultado. En Arizona, la aspirante republicana al Senado, la trumpista Kari Lake, ha rechazado el resultado democrático de la elección en 2022, en la que perdió la lucha por la gobernatura. Desde entonces no ha dejado de cuestionar el proceso.
Esta peligrosa y consciente devastación de la confianza en la democracia obliga al periodismo a ser insistente. ¿Se compromete un candidato a aceptar los resultados de la elección? ¿Sí o no? Sin matices. Respuesta binaria.
La mayoría de los políticos recurren a evasivas absurdas, como por ejemplo decir que no es necesario considerar una posible derrota porque están seguros de ganar. La obligación de los periodistas en estos tiempos de erosión democrática es cerrar las puertas de salida y exigir una respuesta.
En México, los tres candidatos deberían comprometerse de manera absoluta y clara a respetar el resultado, les favorezca o no. El presidente de México también tendría que comprometerse, de un modo público y transparente, a respetar el veredicto en las urnas, le sea o no favorable a Morena en la elección presidencial y en las muchas otras que están en juego.
El debate presidencial que está en puerta es una oportunidad ideal para obtener la respuesta a la pregunta indispensable. Tener a los candidatos y al presidente on the record acordando respeto a los resultados es indispensable para nuestra certeza democrática.